El mal gusto del buen gusto
Pierre Louys, poeta franc¨¦s, a medias parnasiano y a medias simbolista, autor de alguna novela que otra como La femme et le pantin, que ha servido de tema para el ¨²ltimo filme de Bu?uel, gustaba de asomarse asiduamente a la antig¨¹edad cl¨¢sica. Al mundo antiguo dedic¨® sus ¨²ltimos a?os y a imitar ciertos epigramas de la Antolog¨ªa palatina, los d¨ªas postreros del pasado siglo. As¨ª, en Las canciones de Bilitis viene a mezclarse una prosa preciosista ya superada con momentos er¨®ticos de dudosa vigencia en nuestros d¨ªas. Lo que en tiempos supuso una cierta pornograf¨ªa culterana hoy ha quedado, para el actual espectador, en poco m¨¢s que un sopor¨ªfero erotismo esteticista.Los j¨®venes desnudos femeninos, los momentos de amor, la ambientaci¨®n inevitable de entreguerras, los cortinajes, medias palabras, sof¨¢s c¨®mplices, sedas ¨ªntimas y velados suspiros no son capaces de mantener en pie una historia tonta y simplona inventada en tomo a un t¨ªtulo y a unos cuantos momentos del libro primitivo. En realidad, el filme es m¨¢s bien una serie de portadas elegantes con desnudos insistentes, modelos que querr¨ªan ser actrices, fiestas tediosas y escenarios difuminados donde la luz y el color se erigen en protagonistas principales. Algo as¨ª como un anuncio de champ¨¢n, sin botella, claro.
Bilitis
Direcci¨®n: David Hamilton. Int¨¦rpretes: Patty d'Arbanville, Mona Kristensen, Bernardo Giradeau. Francia. Color. 1977. Local: Alexandra.
Entre el kitsch y el erotismo superficial, David Hamilton, fot¨®grafo de moda para aldeanos internacionales, convertido en realizador, nos da, al fin y a la postre, un curso completo de lo que no debe hacer un director de cine: confundir la narraci¨®n con una serie de ilustraciones, por ?art¨ªsticas? que parezcan. Bien es verdad que tampoco su guionista le ha ayudado mucho a la hora de actualizar los famosos amores lesbios, ni Patti d'Arbanville, conocida fotomodelo, o Mona Kristensen a la de interpretarlos. Antes que un filme aut¨¦nticamente profesional parece una selecta reuni¨®n de amigos que, aburridos de verse y tratarse desnudos y vestidos, hubieran decidido al fin jugar al cine bajo la supervisi¨®n de Henri Colpi, que bien podr¨ªa reservar su oficio y nombre -emolumentos aparte- para obras de mayor empe?o o de m¨¢s altos vuelos.
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