"Villamediana", por Brinkmann
Por la regi¨®n del aire y la del fuego: tal fue el t¨ªtulo de una antolog¨ªa, constituida ¨²nicamente por sonetos, que la editorial Cruz del Sur edit¨® en Santiago de Chile, en 1944, con obra de Villamediana. El t¨ªtulo proced¨ªa, como puede deducirse, de un endecas¨ªlabo del propio poeta asesinado (con una herida que en un toro causar¨ªa horror, escribi¨® G¨®ngora) bajo el reinado de Felipe IV.Aire y fuego del verso aparecen mezclados, ya no constitutivos de materia real, sino ideal y terrestre af mismo tiempo. Podr¨ªamos recoger el texto antiguo: ?En el cuerpo del hombre hay nueve medidas muy bien equilibradas; cuatro principales: tierra, agua, aire y fuego; y cinco subsiguientes: sal, heno, flores, piedras y nubes. El heno est¨¢ en los cabellos, las flores en la variedad de los ojos, la sal en la sangre, en el sudor y en las l¨¢grimas; las piedras en la pesadez y en la dureza, las nubes en la inestabilidad de la mente y de los pensamientos. ?
Abecedario en Brinkmann, textos de Jos¨¦ Miguel Ull¨¢n
Ediciones Rayuela. Madrid, 1977.Experiencias de amor, del. conde de Villamediana. Selecci¨®n e introducci¨®n de Jos¨¦ Miguel Ull¨¢n. Grabados de Enrique Brinkrnann. Ediciones Rayuela. Madrid, 1977.
De Villamediana s¨®lo nos resta la fugacidad de sus pensamientos, aprisionados en la c¨¢rcel de su poes¨ªa. De su cuerpo mortal no nos queda ni siquiera un retrato, cosa rara en un poeta que tanto am¨® la pintura: signo, tal vez, de su desprendimiento y avidez de otra gloria. Cuenta de ¨¦l, G¨®ngora, en una carta: ?se le cay¨® una venera de diamantes, valor de seiscientos escudos, y por no parecer menudo ni perder galope, quiso m¨¢s perder la joya?. Tal gesto nos acerca el retrato.
Los despojos mortales del poeta y noble fueron llevados, apresuradamente, a Valladolid en un ata¨²d de ahorcado (era en agosto de 1622) y se le enterr¨® en la iglesia de San Agust¨ªn. Nada se sabe de la tumba, y la iglesia se alza hoy al aire abierto, medio en ruinas, sin techumbre que la cubra. Pablo Neruda imagin¨® en 1935 su desenterramiento: ?Cuelgan de sus rodillas y sus hombros/ adherencias de olvido ... ? El mismo poeta chileno antologiz¨® brevemente su obra en la revista Cruz y raya. A?os despu¨¦s, en el mismo de la edici¨®n austral, arriba mencionada, Luis Rosales sac¨® una antolog¨ªa m¨¢s nutrida. La ¨²ltima y m¨¢s seria , que conocemos es la de Juan Manuel Rozas (Madrid, 1969).
Esta escasa trayectoria, que aqu¨ª simplificamos, nos aclara de por s¨ª la gloria soterrada del poeta barroco, cuya oscura grandeza sin duda nos toca m¨¢s de cerca que la de G¨®ngora, signo equ¨ªvoco de la m¨¢s importante generaci¨®n po¨¦tica de este siglo. Pero lo perdurable vuelve. Y esta vez de mano de un poeta y de un pintor aunados: Experiencias de amor, de don Juan de Tassis, conde de Villamedianay correo mayor de su Majestad, recogidas y prologadas por Jos¨¦-Miguel Ull¨¢n e ilustradas por Enrique Brinkmann.
Con viejo regusto que es de agradecer, el t¨ªtulo de esta bell¨ªsima carpeta de aguafuertes se nos da largo y pausado, am¨¦n de informativo. El poeta moder no ha seleccionado doce sonetos, anteponi¨¦ndoles -bajo el t¨ªtulo de El desimaginar¨ªo- doce paralelas glosas, cargadas de un grave - lirismo cr¨ªtico. Enfrentados a los sonetos de Villamediana se suceden los diecis¨¦is aguafuertes del pintor, que se inician con un retrato imaginario. Obra cumbre en la trayectoria de Brinkmann, la delicadeza y lo terrible, como en los ¨¢ngeles rilkeanos, se a¨²nan pict¨®ricamente para mostrarnos el transfondo oculto del barroco, ?ciego por voluntad y por destino?, como se confiesa en uno de sus versos. El poeta tentado por los mitos de Icaro y Faet¨®n, al borde -como tales figuras- del m¨¢ximo de luz o de abismo, es interpretado por un pintor que ha dicho, hablando de sus preferen cias: ?Rembrandt es la luz, es de cir, el m¨¢ximo de conocimiento a trav¨¦s de una vida sin frustraciones. ? Y en tomo a Brinkmann se sucede otro libro de Jos¨¦-Miguel Ull¨¢n: Abecedario en Brinkmann, libro ordenado por el capricho, el poeta ha puesto delante del tapete las letras del abecedario y ha parecido ponerse a escribir a partir de? mero conjuro de su sonido. No es s¨®lo que sus prosas se inicien con una palabra que coincide en su letra primera con la correspondiente del abecedario, sino que el material empleado, en el que nada se desde?a, lo mismo procede de la vivencia circunstancial y directa, que de la par¨¢frasis ir¨®nica del lenguaje de, una novela de caballer¨ªas, de la jerga de la gente del rollo.
La ambici¨®n de totalidad y cotidianeidad, con lo que estos t¨¦rminos conllevan de fragmentario e inasible, da lugar a un discurso en el que lo literario y lo anecd¨®tico vital se enyugan en una diversidad unitaria: retazos de desasidas imaginaciones, hilvanes de f¨¢bulas (semigriegas) voluntariamente inacabadas, menci¨®n de serial radiof¨®nico, cifra de novela policiaca sucedida en un pueblo y en un camino cualquiera, aliento del Tormes o del Duero sobre la ventana de unas casas y unos di¨¢logos... Estos veloces fragmentos obedientes a la letra se des¨ªnhiben por la v¨ªa del humor y la vivacidad, alcanzando su autor, en ellos, una riqueza de lenguaje e invenci¨®n inigualables.
Poco tienen que ver, sin em- bargo, con la glosa cr¨ªtica, al modo usual, de la obra del pintor, a cuyo cat¨¢logo anteceden. Frente a la posible explicaci¨®n tautol¨®gica de lo que el contemplador puede comprobar por s¨ª mismo, el poeta (m¨¢s bien narrador en este caso) ha decidido por su cuenta y fortuna tirar por un atajo preferible. ?Si el pintor se expre sa a su modo, yo lo har¨¦ al m¨ªo?, ha parecido pensar. Y he ah¨ª el resultado.
El Brinkmann elogiado y comentado por Antonio L¨®pez Garc¨ªa, Santiago Am¨®n, Caballero Bonald, tiene ahora su destripador ben¨¦volo, su descubridor de incidencias imaginarias y deducibles. S¨®lo cabe invitar a los posibles contempladoles de su obra a que se sumen a esta desusada raza de cr¨ªticos, pues ser¨¢ su piedra de toque. Mala ser¨¢ la obra que nos deje, en cualquiera de los dominios del arte, fr¨ªose impert¨¦rritos, sin invitarnos a participar por nuestra cuenta, la que nos tiene. Comedores de fuego, echadores de llamas y barajas, todos lo somos. S¨®lo los grandes artistas nos lo descubren.
Babelia
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