Contribuyentes y contribuyentes
(Portavoz del PSOE en la Comisi¨®n de Econom¨ªa y Hacienda del Congreso.)Es costumbre muy extendida la de considerar el fraude fiscal como una especie de deporte nacional al que todos tienen acceso y cuya pr¨¢ctica a todos desentumece econ¨®micamente por igual.
Dicha consideraci¨®n mezcla a todos en la misma cesta, no s¨¦ si por falta de an¨¢lisis de la realidad o por ¨¢nimo de diluir responsabilidades, pero, en cualquier caso, ofrece una visi¨®n de la realidad parcial e incompleta, pues en nuestro pa¨ªs, ni hay una sola cesta, ni en ¨¦ste ni en ning¨²n otro supuesto, ni son iguales las responsabilidades de todos.
Este deporte del fraude fiscal es, como todos los deportes, un deporte de minor¨ªas, un deporte de club elitista al que no tiene acceso quien quiere sino quien puede.
Resulta que al trabajador por cuenta ajena y al funcionario p¨²blico se les retienen sus impuestos y, por tanto, poco pueden practicar este deporte del fraude fiscal. Y lo mismo sucede con el peque?o agricultor, con el peque?o industrial y comerciante, que pagan los impuestos que les dicen que tienen ,que pagar, con base en su sistema -cuota fija, evaluaci¨®n global, etc¨¦tera- establecido por la Hacienda P¨²blica para su propia comodidad y en el que poco o nada tienen que ver quienes lo sufren.
El fraude fiscal est¨¢ en otra parte: en las grandes sociedades, en los grandes contribuyentes por el Impuesto sobre los Rendimientos del Trabajo Personal o por la Renta de las Personas F¨ªsicas, en los especuladores con terrenos y con art¨ªculos de primera necesidad, cuyas ping¨¹es ganancias desaparecen a la hora de enfrentarlas con la Hacienda P¨²blica, por medio de un deporte que no es nacional, sino de clase, y que no es general, sino particular.
Las dos clases de contribuyentes
Sucede, sin embargo, que contribuyentes, son todos: los que dependen de una n¨®mina y los que no. Y, sin embargo, tienen muy distinto tratamiento, ya que los primeros pagan en gran medida sus impuestos y los segundos..., practican el deporte.
La distinci¨®n es necesario hacerla para evitar confusiones y para cuantificar el problema. No es lo mismo, en efecto, la lucha contra una corrupci¨®n social que afecte a los diez millones de espa?oles que somos contribuyentes, que la lucha contra la corrupci¨®n de no m¨¢s all¨¢ de 200.000 que no son m¨¢s que los miembros del ?Club de los que practican el bello deporte del fraude fiscal?. Los medios a emplear, la t¨¢ctica a seguir, ser¨¢n distintos en uno y otro caso.
A mi juicio, los 200.000 miembros del citado ?Club? son los que se llevan sobre sus bolsillos el 90 % ,del fraude fiscal que existe en el pa¨ªs y, por consiguiente, y por un elemental principio de rentabilidad, son los que tienen que tener un claro cambio de actitud en sus relaciones con la Hacienda P¨²blica, cambio de actitud que se producir¨¢ por las, buenas -que es lo deseable-, o por las malas, si las medidas persuasorias no surten el efecto deseado.
Pero adem¨¢s, no me resulta ajeno pensar que si se termina con ese fraude fiscal que detentan los 200.000 ciudadanos de primera clase, el fin del resto del fraude -un 10% a repartir entre todos los ciudadanos de segunda clase fiscal puede que desaparezca sin necesidad de m¨¢s. Por supuesto, que no estoy tratando de separar la bondad de 9.800.000 contribuyentes frente a la maldad de los 200.000 privilegiados. Fuera de cualquier concepci¨®n manique¨ªsta del asunto, resulta que los que no defraudan es porque no pueden -n¨®mina-, porque no saben -peque?o agricultor, industrial o comerciante-, o porque no les compensa. Y como ¨¦stas son las, razones por las que una gran cantidad de contribuyentes si defraudan lo hacen en muy escasa medida, no puedo en trar en el juego de aceptar un ?si pudiesen lo har¨ªan igual?, y prefiero creer que el.ejemplo del pago de sus impuestos por quien de verdad defrauda en cantidad, har¨ªa pagar a aquellos otros que casi no obtienen utilidad alguna con su peque?a defraudaci¨®n.
Los medios
Nunca las leyes han hecho la moral de los pueblos. Los espa?oles no fueron m¨¢s justos ni m¨¢s ben¨¦ficos porque se lo ordenar¨¢ la Constituci¨®n de 1812. Y, desde luego, no lo fue Fernando VII,que era quien deb¨ªa de haber empezado.
Hay otros muchos ejemplos y uno es, desde luego, el ejemplo fiscal. En nuestro pa¨ªs ha sido una constante repetida hasta la saciedad desde 1845 la necesidad de un sistema fiscal justo en el que se terminase con el fraude fiscal. As¨ª se han pronunciado todas las exposiciones de motivos de todas las reformas fiscales que en el pa¨ªs han sido, todos los libros blancos o verdes sobre nuestro sistema fiscal, hayan visto o no la luz p¨²blica, y no hay te¨®rico ni autoridad de cualquier tipo en la materia que no haya dicho que se debe terminar con el fraude estableciendo un sistema fiscal justo. Y el fraude ha seguido campando por sus respetos y nadie ha sido capaz no ya de terminar con ¨¦l, sino ni tan siquiera de corregirlo brevemente.
Ya Flores de Lemus dijo que no pod¨ªa haber un sistema fiscal justo sin una decidida voluntad de la Administraci¨®n, de aplicarlo. Y aqu¨ª est¨¢ el quid de la cuesti¨®n. Porque en Espa?a -salvo el Impuesto sobre la Renta de las Personas F¨ªsicas- es lo cierto que las leyes fiscales han ido mejorando, que el sistema fiscal se ha ido decantando, que el conjunto de normas reguladoras de la actividad financiera ha sido cada vez m¨¢s coherente y, sin embargo, nada de eso ha servido para afectar, aunque fuera levemente, a los miembros del ?Club de los que practican el bello deporte del fraude fiscal?.
Y el pueblo espa?ol se. pregunta, y con toda la raz¨®n, si una Administraci¨®n que s¨®lo ha servido para recaudar indiscriminadarnente unos ingresos p¨²blicos notoriamente insuficientes, que no ha servido ni para corregir el fraude fiscal, no ya. para terminar con ¨¦l, va a ser capaz ahora de aplicar en las posibles denuncias sobre delitos fiscales y los delitos conexos con ¨¦l -apropiaci¨®n indebida, falsedad, etc¨¦tera-, sobre todo, cuando esos delitos ya existen desde hace mucho tiempo y, que se sepa, nadie ha sido nunca procesado por ellos.
A la decidida voluntad de la Administraci¨®n de terminar con el estado de cosas actual hay que a?adir, evidentemente, un sistema legal m¨¢s justo, que termine, de una vez, con el hecho, hoy absolutamente cierto, de que en Espa?a s¨®lo paga impuestos quien vive de un sueldo no muy alto y tiene un coche no muy grande, porque si es muy grande est¨¢ a nombre de alguna sociedad interpuesta.
Las garant¨ªas
Comenzar la reforma fiscal planteando el tema de las garant¨ªas del contribuyente es una buena cosa si se precisan cuales deben ser esas garant¨ªas.
Porque sucede que hoy, en Espa?a, lo ¨²nico que est¨¢ garantizado es el fraude fiscal de los miembros del Club y, por el contrario, no est¨¢ garantizado el derecho de los ciudadanos de segunda a una distribuci¨®n de la carga fiscal seg¨²n la real capacidad de pago de cada uno.
Lo primero que hay que garantizar al contribuyente espa?oles que se van a invertir los t¨¦rminos: que los miembros del ?Club de los que practican el bello deporte del fraude fiscal? van a pagar lbs impuestos que les corresponden, y que la equidad va a presidir el reparto de las cargas sociales. Luego, todo lo dem¨¢s, inclu¨ªdo el m¨¢s exquisito control del gasto p¨²blico.
Los fines
Una sociedad democr¨¢tica y moderna necesita financiar colectivamente una gran cantidad de bienes sociales que, no hace mucho, se consideraba que deb¨ªan quedar en manos de los particulares: ense?anza gratuita, sanidad para todos, transportes colectivos y todos los etc¨¦teras que el lector quiera poner.
Para satisfacer esas necesidades socialmente sentidas, lo que contribuir¨¢ a mejorar la calidad de vida del pueblo espa?ol, es necesario un presupuesto del sector p¨²blico suficientemente dotado. Hoy, en nuestro pa¨ªs, ser¨ªa conveniente que el Presupuesto pudiese llegar ya a detraer 25 % del PIB, para llegar a marchas forzadas al 35 %, como meta ¨®ptima en nuestra situaci¨®n econ¨®mica actual y as¨ª poder cubrir todas las necesidades colectivas que nuestra sociedad demanda.Lejos de ello, si se cumplen las previsiones, el presupuesto para 1978 detraer¨¢ solamente un 12,269 % del PI By ello haciendo el gran esfuerzo que supone subir un punto con relaci¨®n al a?o anterior en un momento de crisis econ¨®mica.
Y, naturalmente, requisito indispensable ser¨¢, tambi¨¦n, que cambie la cara de la moneda, que ¨¦l incremento de la presi¨®n fiscal no lo sufran los empleados por cuenta ajena y los funcionarios p¨²blicos que no cobran por Arancel, sino que, de una vez para siempre, la presi¨®n fiscal incida conjusticia en los miembros del bonito ?Club de los que practican el bello deporte del fraude fiscal?, cuya liquidaci¨®n siempre ser¨¢ la mejor garant¨ªa para el contribuyente espa?ol.
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