Paisajes de una ciudad
?Cu¨¢l es hoy, cuando nada resulta, id¨¦ntico ya a lo que su nombre indica, el rostro de una ciudad? Las postales, esos encantabobos que prometen el conocimiento de un lugar merced a tres o cuatro t¨®picos quedan ya como reliquias de un tiempo en el que al turista le era f¨¢cil encantarse con cualquier se?uelo. Nada significa la Puerta de Brandenburgo para el viajero moderno que ha sufrido su visi¨®n infinitas veces. Berl¨ªn es otra cosa mas posiblemente nada distinto a lo que el viajero recuerda de su propia patria. La ciudad es hoy cualquier ciudad y todos malviven en ella. Una sociedad exclusivamente urbana, en la que las im¨¢genes parecen circular a velocidad de v¨¦rtigo, ha agotado su posibilidad de comercio, ha acelerado sus trueques hasta anular toda diferencia. Berl¨ªn, como Par¨ªs o Roma ha ?aprendido? tanto de sus vecinos que ha escamoteado su propia figura. En ese olvido com¨²n, las ciudades pueden s¨®lo reconocerse por las ruinas de las postales. Pero Berl¨ªn, como Par¨ªs o Tokio, quisiera saber qu¨¦ es, m¨¢s all¨¢ de las reliquias del pasado, buscando una esquiva identidad en lo que, en el. fondo, parece confundirla con sus vecinas. Por ello resulta dif¨ªcil el empe?o de Mamfred Hamm al dibujar el rostro de la capital alemana con un pu?ado de im¨¢genes. Fuera del clich¨¦ de los monumentos; la f¨¢brica o la estaci¨®n, los rascacielos o el pavimento podr¨ªan ser retazos de cualquier lugar. Amarga iron¨ªa. que, pese a encontramos cada vez m¨¢s hundidos en la espantosa urbe que agobiaba a Morris, nos hace ciudadanos de ninguna parte.Pero olvidando ese Berl¨ªn que no logra hurtar su semejanza con nuestra propia morada, veamos qu¨¦ artima?a emplea Hamm para definir su ciudad. La unidad del concepto se da aqu¨ª merced a la pura acumulaci¨®n. A la catedral o al r¨ªo es preciso sumarle los silos, los tranv¨ªas, los puentes, las autopistas, los artistas, los turcos y un interminable etc¨¦tera que nos permite comparar a la ciudad con ese avestruz que devora cualquier objeto que se acerca, imprudente, al voraz pico. S¨®lo que no hay aqu¨ª m¨¢s animal que el nombre de la ciudad, fantasma que finge contener la variopinta hermandad que se hospeda en su vientre. Estas fotograf¨ªas que, al modo de un Cartier un tanto m¨¢s esteticista, quieren hacer convivir la bella toma con el testimonio did¨¢ctico, encierran en su encomiable empe?o sus propias limitaciones.
Paisajes de una ciudad
Instituto Alem¨¢nZurbar¨¢n, 21
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