Tierno y la tuna
Cenamos con Tierno, Carmen D¨ªez de Rivera y otras gentes. Est¨¢ tambi¨¦n Juan Pablo Ortega. Llega la Tuna y le canta Clavelitos al viejo profesor, que les da doscientas pesetas.-Les tienes locos -le digo a Carmen, porque los tunos no se van.
-Qu¨¦ va. Le cantan al futuro alcalde.
?Futuro alcalde? Don Ricardo de la Cierva -quiz¨¢, vestido tambi¨¦n de tuno- le cantaba otros clavelitos a Tierno Galv¨¢n, desde su casa, e incluso publicar¨ªa al d¨ªa siguiente un art¨ªculo lleno de claveles literarios: ?Don Juan de Arespacochaga asumi¨® la alcald¨ªa de Madrid con nobleza y realismo.? ?Jos¨¦ Luis Alvarez es un hombre modesto que se ha hecho a s¨ª mismo, un hombre de la calle.? Y, entre estos dos alcaldes mod¨¦licos, el entrante y el saliente (el entrante parece que ya es mod¨¦lico antes de haber tomado el cargo), don Enrique Tierno Galv¨¢n queda emparedado como la abstracci¨®n hipot¨¦tica y gaseosa de un posible alcalde socialista. El articulista le canta as¨ª, con pandereta y revuelos de tuno: ?Lo cierto es que este eximio intelectual tendr¨¢ que demostrar su capacidad para reorganizar l¨ªneas de microbuses y para elevar de cuatro a ocho la velocidad media de nuestro caos circulatorio.?
Con admirable pluma, don Ricardo de la Cierva, este tuno tan tuno, que no ha venido, hombre, qu¨¦ pena, con la rondalla de esta noche, al restaurante, minimiza y prosaiza las funciones del alcalde de Madrid, para eliminar por contraste al candidato socialista que, perdido en Hegel, no va a ser capaz de orientar los microbuses para que no se pierdan como el otrora famoso ¨®mnibus de Steinbeck. ?Ven ustedes? Pero la tuna sigue diciendo que palmero sube.a la palma y le dice a la palmerita. Yo creo que son alumnos de don Ricardo, que los ha enviado disfrazados de tunos para enloquecer al viejo profesor.
-No cuentes en el peri¨®dico nada de esto -me dice Carmen.
Pero hasta ahora no hay nada que contar. Esta mujer vive a la defensiva. Hablamos de la palabra vianda y otras filolog¨ªas. Tierno explica algunas cosas al respecto. Me dice que los barquillos que meto en la nata del postre se llamaban anta?o suplicatorios. Yo, se?or De la Cierva, prefiero para alcalde a alguien que conoce el origen del castellano, aunque no sepa mucho de microbuses. Porque los microbuses los pone en marcha cualquiera, con un poco de gasolina y de buena voluntad, y lo que est¨¢ necesitando Madrid no es un cobrador de autob¨²s, sino un hombre honrado. Cobradores de autob¨²s honrados hay muchos. Todos.
Los tunos tambi¨¦n se saben As¨®mate al balc¨®n, y lo cantan, pero Carmen no se asoma, porque teme que yo lo cuente. Siempre teme que yo lo cuente. Veo al profesor, l¨ªder antifranquista, un d¨ªa, de los estudiantes madrile?os, rodeado ahora de este coro encintado de falsos estudiantes que suelen ser los tunos. Y le digo:
-Franco debi¨® haber resuelto el problema estudiantil convirtiendo a todos los estudiantes en tunos, como convert¨ªa a los obreros en mozos de zarzuela, en el Bernab¨¦u.
En otra mesa est¨¢ Miguel Ortega Spottorno. Y al fondo, un conjunto de matrimonios que celebran sus bodas de oro con el ritual del tedio y el cordero. Tierno entre el pueblo de Madrid, entre la gente, como alcalde natural. Pero llegar¨ªa de madrugada, desde las linotipias con sue?o, el tuno mayor, el panderetero de la tuna, el viejo estudiant¨®n don Ricardo de la Cierva:
-Don Enrique es la mism¨ªsima destilaci¨®n de la izquierda moderada.
En cambio, Jos¨¦ Luis Alvarez. Hay qu¨¦ ver, Jos¨¦ Luis Alvarez. ?Naci¨® Jos¨¦ Luis Alvarez al borde de Chamber¨ª, cuando empezaban nuestras convulsiones. Y lo que le ha dicho un taxista a don Ricardo, sobre el nuevo alcalde: ?? Vaya un t¨ªo simp¨¢tico; es todo un madrile?o!? En cambio don Enrique no es m¨¢s que una destilaci¨®n de la izquierda moderada, y a ver d¨®nde vamos con una destilaci¨®n. La tuna se va, por fin, don Ricardo termina su art¨ªculo, su canzoneta, su pasodoble, y no s¨¦ si al final pasa la pandereta, como los tunos. Tierno se queda solo.
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