Una pol¨ªtica de Estado para Canarias / 2
Consejero del presidente del Gobierno
Est¨¢ claro que la posici¨®n geogr¨¢fica y el valor estrat¨¦gico de Canarias sit¨²an sus problemas en un marco de conflictividad internacional del que est¨¢n exentas las dem¨¢s regiones espa?olas. Cualquier an¨¢lisis y cualquier soluci¨®n deben valorar, en consecuencia, no s¨®lo la situaci¨®n interior del archipi¨¦lago, las necesidades y carencias de las islas, sino el modo en que ¨¦stas resultan influidas por el desarrollo de los acontecimientos en su ¨¢rea.
En el plano exterior Canarias ha venido sufriendo un d¨¦ficit de relaciones, contactos e intercambios que de alguna manera consolidan el p¨¦simo conocimiento de que de su realidad se tiene en todo el continente africano. No es extra?o que los ministros de la mayor¨ªa de los pa¨ªses miembros de la OUA apoyasen las recomendaciones del comit¨¦ de Liberaci¨®n sin preocuparse de un estudio directo y a fondo de lo que es y significa el archipi¨¦lago por raza, cultura, historia, etc¨¦tera. Claro est¨¢ que la ignorancia no justifica la adopci¨®n de una postura pol¨ªtica de esta naturaleza, ni la explica totalmente. Son pocos, pero significativos, los gobernantes africanos que conocen las islas, que las frecuentan y por s¨ª mismos han establecido contactos comerciales, visitas amistosas e incluso incipientes intercambios tur¨ªsticos. Sin embargo, tambi¨¦n ¨¦stos, o al menos sus ministros presentes en Tr¨ªpoli, han apoyado la tesis ?colonial? de Canarias, teniendo como tienen un conocimiento directo de la realidad de las islas. O sea, sabiendo paladinamente que Canarias no es ni se parece a una colonia. Lo cierto es que se ha impuesto mayoritariamente un criterio desviado ante la mirada impotente de los propios canarios, por no ser concebible a determinados niveles que una regi¨®n espa?ola necesite vitalmente de una pol¨ªtica exterior espec¨ªfica y distinta de la del conjunto del pa¨ªs.
Este es nuestro caso. En la hora de las autonom¨ªas y de los nacionalismos interiores resulta disculpable el recelo de determinadas capas sociales y pol¨ªticas ante este factor de ?disgregaci¨®n? a?adida que a sus ojos representar¨ªa la ? transferencia ? parcial de la direcci¨®n de la pol¨ªtica exterior a una regi¨®n, aunque ¨¦sta se halle a 2.000 kil¨®metros de la capital del Reino y a cien del ¨¢rea donde acaba de instalar sus trastos la permanente pugna Este-Oeste.
Son innumerables las argumentaciones que asoman y exigen la transparencia a los canarios de los instrumentos precisos para su autogobierno en aspectos pol¨ªticos, econ¨®micos y culturales que preserven el principio de soberan¨ªa espa?ola y mantengan firme la solidaridad con el conjunto del Estado y con todas y cada una de sus regiones. Pero cuando hablamos de influir en la pol¨ªtica exterior que nos afecta directamente no estamos reivindicando la transferencia de una parcela tan determinante de la soberan¨ªa del Estado, sino la audiencia preceptiva y la participaci¨®n en todas las previsiones. Nadie podr¨¢ calificar de disgregadora esta aspiraci¨®n ni podr¨¢ basarse en el precedente para reivindicarla a su vez, porque ninguna regi¨®n, ning¨²n colectivo humano de Espa?a ha sufrido, ni sufre, peligros derivados de su situaci¨®n geopol¨ªtica como los que hoy oscurecen el futuro canario.
Nuestra actitud podr¨ªa interpretarse maliciosamente como una impugnaci¨®n global no s¨®lo de la pol¨ªtica africana desarrollada hasta ahora por Espa?a, sino de la simple posibilidad de que pueda perfeccionarse sin intervenci¨®n canaria. Por supuesto, y quede esto claro, estamos absolutamente seguros de que nuestra participaci¨®n en esa pol¨ªtica habr¨ªa propiciado, si no resultados ut¨®picos, al menos una l¨ªnea no tan nefasta para Canarias, desde el comienzo de la descolonizaci¨®n sahariana hasta hoy mismo, en que la carga abrumadora de aquella decisi¨®n apenas ha consentido rectificaciones pese a la evidente buena voluntad de los ¨²ltimos Gobiernos de la Corona.
Cit¨¢bamos antes la mirada impotente de los canarios que sin necesidad de dramatizar se explica en la sola imagen de una implacable agresi¨®n ideol¨®gica separatista asociada a la amenaza de guerra latente en el vecino Sahara. Uno y otro desarrollos nos implican irreversiblemente: el primero como objetivo directo y el segundo como conflicto de imposible limitaci¨®n espacial a poco que llegase a internacionalizarse, a?adiendo a esto la constante coacci¨®n de un Frente Nacional Saharaui que ha venido tratando de imponernos el ?conmigo o contra m¨ª?.
La regi¨®n canaria debe de estar en el n¨²cleo de toda la pol¨ªtica espa?ola hacia Africa. Debe participar desde el primero hasta el ¨²ltimo momento en cuanto se haga y se emprenda. Marcelino Oreja, ministro de Asuntos Exteriores, declaraba en Las Palmas hace no muchos meses, que todas las embajadas espa?olas deb¨ªan contar en breve plazo al menos con un consejero canario, un hombre espec¨ªficamente encargado de orientar la imagen y las relaciones canarias dentro del conjunto de las relaciones espa?olas con cada Estado. Esto no debe admitir ya m¨¢s demora. Si en Am¨¦rica nos entienden y nos estiman, si respetan la soberan¨ªa espa?ola en Canarias, no es por meras razones de conveniencia diplom¨¢tica. Es porque all¨ª hay isle?os quienes, por el contrario, nunca irradiaron hacia Africa. El presidente venezolano Carlos Andr¨¦s P¨¦rez, el ex presidente Rafael Caldera, varios ministros o ex ministros venezolanos, como Ram¨®n Escovar Salom, Luis Manuel Pe?alver y tantos otros gobernantes, todos ellos de un gran pa¨ªs en el que precisamente los canarios han contribuido decisivamente, con otros espa?oles, a su independencia y consolidaci¨®n democr¨¢tica, en muchas conversaciones mantenidas conmigo, y en la sinceridad de una leal amistad, afirmaron rotundamente en innumerables ocasiones, sabedores de los actuales movimientos independentistas, su certidumbre sobre la soberan¨ªa espa?ola en el archipi¨¦lago canario, tan unido a su pueblo por lazos de sangre y de historia compartida:
El canario, espiritualmente vinculado a Latinoam¨¦rica, sin abdicar de su vocaci¨®n hist¨®rica, se ha sentido siempre integralmente europeo. Cuando el canario viaja a Escandinavia, Inglaterra o Alemania, a miles y miles de kil¨®metros de sus islas, jam¨¢s dice: ? Voy a Europa. ? Pero cuando se traslada a Marruecos, Mauritania, Senegal o al vecino Sahara, aunque sea a un centenar de millas de su tierra, o cuando a ella retorna, manifiesta que va a Africa o que de Africa regresa.
Ahora mismo, cuando el Gobierno prepara una gran ?Operaci¨®n Africa?, esa ofensiva de penetraci¨®n profunda que tanto los gobernantes como la oposici¨®n democr¨¢tica reputan indispensable, no basta con que solamente en algunas de las misiones que comenzar¨¢n a salir hacia cada Estado est¨¦n los parlamentarios canarios a quienes alcance esta responsabilidad; en esas cuestiones, en todas, deben hallarse canarios cualificados y capaces de explicar Canarias, de presentar nuestra realidad e iniciar un intercambio de ideas y conocimientos que d¨¦ contrapunto, por lo menos, a la febril y unilateral actividad propagand¨ªstica que en la mentalidad africana ha logrado asociar nuestras islas a dos falsedades obsesivas: colonialismo y segregaci¨®n.
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