Bechtold
Bechtold.Galer¨ªa Vandr¨¦s. Don Ram¨®n de la Cruz, 28.
Todo parece esmeradamente premeditado en esta exposici¨®n; premeditado y cumplido a rajatabla de acuerdo con el c¨¢lculo preciso que el caso requer¨ªa. Es como si el pintor hubiese tomado, con holgada y debida antelaci¨®n, las medidas de la sala en que iba a colgar sus obras, presupuestando la altura y anchura de las paredes, as¨ª como los ritmos e interdistancias espaciales a que hab¨ªan de atenerse en su d¨ªa los cuadros. Lleg¨® el d¨ªa, y los cuadros vinieron efectivamente a ocupar los lugares previamente elegidos, a aliviar con toda exactitud los vac¨ªos interdistantes, acentuando o complementando en su propio contrapunto (blanco, blanqu¨ªsimo, y negro, negr¨ªsimo) la luz y la sombra de la sala.
Tan exacta es la correspondencia entre el tama?o respectivo de los cuadros y de las paredes, y tan expl¨ªcita la referencia de la luz y la sombra ambientes a la cruda alternancia, blanca y negra, de las pinturas, que no acierta el visitante a discernir, en un momento dado, si el pintor ha venido realmente a exponer sus obras o a decorar, m¨¢s bien, el ¨¢mbito de la galer¨ªa donde tales obras se exponen. Todo un ejemplo, en fin, de ponderada adecuaci¨®n entre el continente y el contenido, entre las escuetas proporciones de un espacio previo y el suma y sigue de unas pulcras indicaciones pl¨¢sticas que se proponen reconformarlo, sin mancharlo ni romperlo. Un exquisito juego, tal vez, de ocupar un lugar desocup¨¢ndolo.
La misma relaci¨®n que las pinturas de Bechtold guardan para con las paredes, ¨¢ngulos, pausas, luces y sombras de la galer¨ªa en que nos es dado contemplarlas, parecen guardarla para consigo mismas o con la estructura de que nacen. Entonadas en el sobresalto del blanco y el negro, y con clara preponderancia de aqu¨¦l sobre ¨¦ste, las pinturas de Bechtold terminan por convertirse en estructuras, valga la paradoja, de destrucci¨®n. El blanco, sin¨®nimo del vac¨ªo silencioso, apenas si se ve acotado por el trazo ocasional de un negro afirmativo y de un gris evanescente, pura reminiscencia de la forma. Prima aqu¨ª lo que falta, y el cuadro se construye en su paulatino destruirse, en su propia desocupaci¨®n.
El t¨¦rmino construir nos remite, por h¨¢bito o aberraci¨®n sem¨¢ntica, a la idea de orden, en tanto que la voz destruir se nos hace harto arin, y por la misma causa, a la de desorden. T¨¦rminos, conceptos y voces tales pueden, no obstante, invertirse, habiendo justo y razonable lugar a una ordenada descomposici¨®n de la forma, a imagen y semejanza de una estructura del vac¨ªo. Esto son, realmente, los cuadros de Bechtold: estructuras para indicar el vac¨ªo, sin otro significado que su propia genesis y con el grave riesgo de incurrir en un mero entret¨¦n de decoraci¨®n interior.
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