Wilfredo Lam
Wifredo LamStudio Lleonart
c/ G¨¦nova, 18. Madrid
En la primavera de 1941 Wifredo Lam fue deportado, junto a Bret¨®n y Lavi Strauss, a la isla de la Martinica, donde se encontraba ya Andr¨¦ Masson. De alg¨²n modo, el paisaje de la isla iba a ser determinante para cada uno de ellos, pero para Lam el contacto result¨® decisivo. La- jungla antillana, el mestizaje de creencias que alimentaba a los nativos, todo ello habr¨ªa de encontrar un terreno convenientemente abonado en la figura de Lam. Crisol de razas ¨¦l mismo, reun¨ªa en sus venas las cuatro sangres originarias: africana, india y europea, por herencia materna; china pura, por gracia del padre. As¨ª, confundidas sangres y lenguas como en los tiempos anteriores a Babel, Lam o¨ªa la voz primigenia de la selva, de una vegetaci¨®n que su origen cubano anclaba en lo m¨¢s profundo de la memoria. As¨ª, paulatinamente, se ir¨¢ fijando el universo de Lam. Aquellos animales, que la amistad de Dom¨ªnguez y Picasso propiciaban, devendr¨¢n m¨¢s y m¨¢s signos, ¨ªdolos arcaicos como en los sue?os de Ernst. Son totems arrancados a la maleza, m¨¢scaras de un ritual nocturno que abre al hombre el camino de una naturaleza palpitante. La vegetaci¨®n se estiliza peligrosamente; hojas de palma, afiladas como cuchillos, compiten con los cuerpos y las plumas aceradas de las aves. Todo anuncia el peligro de la jungla: los picos, las plumas, las hojas, los pezones hirientes como azagallas. De la jungla emana sensualidad y desgarro sin l¨ªmite. El p¨¢jaro es la m¨¢scara que somete al hombre a la comunidad tot¨¦mica, pero es tambi¨¦n la vida animal que escapa fren¨¦tica de la mara?a para acoplarse en el aire y, por fin, la v¨ªctima del sacrificio, el ave degollada por el ritual vud¨².
Tal vocabulario permitir¨¢ a Lam ocupar una ubicaci¨®n privilegiada dentro del surrealismo. Nadie encarnar¨¢ como ¨¦l el amor por las atm¨®sferas tropicales que los cuadros del aduanero Rousseau hab¨ªan despertado, nadie ser¨¢ m¨¢s fiel a la magia de los nativos antillanos cantada por Bret¨®n. Wifredo Lam traduce la liturgia de la jungla seg¨²n un lenguaje muy cercano al de Ernst o Klee. Sobre un fondo vaporoso cuyas aguas incitan a la mente para que divague sin rumbo, son marcados con precisi¨®n unos cuantos signos, sustanti vos b¨¢sicos que orientan el texto dej¨¢ndolo abierto a los dominios de lo meramente sumergido.
Breve es, ciertamente, la muestra presentada por la galer¨ªa Lleonart algunos lienzos de ¨²ltima hornada gouaches sobre papel de los a?os sesenta y obra gr¨¢fica. No se trata de piezas fundamentales, pero ninguna de ellas deja malparado al pintor cubano. Quiz¨¢ por aquello ?del pa¨ªs de los ciegos? resultan m¨¢s de agradecer iniciativas como esta. Aun cuando Lam anduvo parte de sus a?os de aprendizaje entre nosotros, antes de la guerra civil, no es tan frecuente ver sus obras por estos parajes. A estas alturas del a?o, cuando uno empieza a rezongar pensando en que ya na da bueno va a deparar la tempora da, surge, de pronto, un regalo de este corte. Llega con el calor un grito de p¨¢jaros, un rumor de hoja rasca que habla de cosas prohibi das, de hombres y animales que se confunden al amparo de la noche para evocar esa jungla que anid¨® en el origen de los tiempos y que a¨²n acecha, implacable.
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