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La ruptura de la disciplina financiera y la aceleraci¨®n del gasto, objetivos gratuitos y demag¨®gicos

Todas las preguntas sobre econom¨ªa apuntan desde el regreso de las vacaciones en la misma direcci¨®n: ?Qu¨¦ hacer? Una pregunta a la que no puede retrasarse la respuesta porque el tiempo econ¨®mico del pa¨ªs apremia. No existe un solo dato econ¨®mico que justifique la demora y menos a¨²n la pasividad. Las ¨²ltimas cifras sobre precios testimonian que ¨¦stos han apresurado el paso coincidiendo, como en tantas ocasiones, con la vuelta a sus hogares de las familias que han podido veranear. Los empresarios se quejan de la mil y una incertidumbres -sociales, pol¨ªticas y econ¨®micas- que dificultan, cuando no impiden, el ejercicio de su insustituible funci¨®n de invertir. Las nuevas generaciones que han concluido sus estudios esperan, con sus flamantes t¨ªtulos, ocupaci¨®n, salida de cuya posibilidad comienzan a desanimarse por la presencia de unas cifras de paro crecientes que constituyen el problema social y econ¨®mico m¨¢s grave del momento. Los salarios van a ser negociados en fechas inmediatas y es preciso disponer de criterios aceptados para inspirar su negociaci¨®n. En fin, la pol¨ªtica econ¨®mica acordadas en la Moncloa hace un a?o consume sus ¨²ltimos cien d¨ªas de vigencia sin que se disponga a¨²n de una soluci¨®n de recambio que pueda negociarse.?Qu¨¦ hacer? es una pregunta urgida y plenamente justificada por esta realidad.

M¨¢s informaci¨®n
La evoluci¨®n de las disponibilidades l¨ªquidas
Cuadro macroecon¨®mico del a?o 1978: un avance

Nada puede hacerse, sin embargo, sin contar con las posibilidades que el transcurso del tiempo ha dejado en nuestras manos. La coyuntura actual recoge las consecuencias de la pol¨ªtica econ¨®mica aplicada durante un a?o, y es el an¨¢lisis de los rasgos que caracterizan esta coyuntura econ¨®mica y el balance de sus problemas la ¨²nica salida que nos queda para responder con racionalidad y con fundamento a la inquietante pregunta de ?qu¨¦ hacer?

Los desequilibrios ayer y hoy

Se ha venido repitiendo tantas veces en el ¨²ltimo a?o, que no parece necesario destacar, una vez m¨¢s, el punto de partida de cualquier reflexi¨®n sobre el presente de la econom¨ªa espa?ola. Ese punto de partida est¨¢ en los formidables desequilibrios acumulados en el mes de junio de 1977 por la larga y culpable pasividad de la pol¨ªtica econ¨®mica espa?ola frente a la crisis. Un desequilibrio interno de precios, que alcanzaba la tasa de aceleraci¨®n del 44% en el mes de julio de 1977, y un d¨¦ficit con el exterior que apuntaba, con toda probabilidad, a los 5.000 millones de d¨®lares en el d¨¦ficit de la balanza por cuenta de renta, eran cifras que requer¨ªan de poca meditaci¨®n para tomar decisiones, pero de considerable valor para adoptar cuanto antes las medidas necesarias e impopulares de ajuste para que se tradujesen, con la prontitud requerida, en desaceleraciones de precios y en d¨¦ficit con el exterior que fuesen financiables por un uso prudente de nuestra balanza de capitales. Sin mejorar estos graves desequilibrios resultaba imposible que la producci¨®n reemprendiese su marcha a las nuevas tasas que permit¨ªa la situaci¨®n econ¨®mica del pa¨ªs y el paro abandonase sus desconocidos niveles en el pasado inmediato y que situaba, d¨ªa a d¨ªa, nuestra desocupaci¨®n como el mal m¨¢s grave y el de m¨¢s dif¨ªcil remedio.El oto?o del 78 se va a presentar a la econom¨ªa espa?ola con unos desequilibrios menos graves que los que ten¨ªa en el punto de partida de su fecha democr¨¢tica del 15 de junio del 77. Esta mejora de los desequilibrios fundamentales no s¨®lo posibilita, sino que obliga a definir una pol¨ªtica econ¨®mica de signo un tanto diferente del que imper¨® hace un a?o.

La balanza de pagos: nueva situaci¨®n

Comencemos por consignar las cifras de la balanza de pagos para el per¨ªodo enero-julio de 1978.Si el lector repasa sus cifras y est¨¢ habituado a sus valores, hay que

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decirle que ha le¨ªdo bien y que no existe error cuando ha comprobado que el saldo de la balanza por cuenta corriente es positivo en m¨¢s de 430 millones de d¨®lares. La magnitud de este cambio es f¨¢cil de apreciar cuando se observa que hace un a?o este mismo valor. era negativo en m¨¢s de 3.000 millones de d¨®lares. A este resultado no se ha llegado de manera casual, ni por el efecto de una sola partida. El equilibrio de la balanza de pagos es un fruto trabajado de la pol¨ªtica econ¨®mica abierta en el mes de julio de 1977 con la definici¨®n de un tipo de cambio realista de la peseta y continuada en otras decisiones de pol¨ªtica monetaria, fiscal y de comercio exterior. Por otra parte, ese saldo favorable de la balanza de pagos se ha visto impulsado desde todas sus r¨²bricas y conceptos. Han aumentado las exportaciones,en m¨¢s de 1.500 millones de d¨®lares, han disminuido las importaciones en casi mil millones y el saldo de la balanza comercial se ha reducido a 2.336 millones de d¨®lares, es decir, a algo menos de la mitad del d¨¦ficit contabilizado en igual per¨ªodo de 1977. Los servicios y las transferenc¨ªas han arrojado sus habituales -pero esta vez aumentados- saldos positivos con un total de 2.774 millones de d¨®lares, suficientes para compensar el d¨¦ficit comercial hasta situar el saldo de la balanza por cuenta corriente en su valor positivo de 438 millones de d¨®lares.

A este comportamiento de la balanza por cuenta corriente se ha a?adido una balanza de capitales a largo plazo que ha acumulado una entrada total de capitales por m¨¢s de 2.000 millones de d¨®lares, con lo que la balanza b¨¢sica resulta positiva por 2.458 millones de d¨®lares, bien distante a la cercana en su tiempo, pero contraria en su signo de los 1.185 millones de saldo negativo que registraba la balanza b¨¢sica en enero-julio de 1977.

Con frecuencia se ha calificado este comportamiento de la balanza de pagos de espectacular y debe afirmarse que, a la vista de las cifras anteriores, el calificativo ser¨ªa ajustado. Quiz¨¢ los signos externos m¨¢s reveladores de este cambio sean los 3.500 millones de reservas de principios de julio de 1978 y los 8.590 millones de d¨®lares a que las reservas totales ascend¨ªan a finales de julio de este a?o 1978. Desde la cota de esos valores puede afirmarse que la limitaci¨®n tradicional con la que el desarrollo econ¨®mico de Espa?a se ha detenido en tantas ocasiones -el gollete de su sector exterior- ha sido despejado para los meses inmediatos y que el cambio de situaci¨®n de nuestras cuentas exteriores facilita un cambio en la estrategia de la pol¨ªtica econ¨®mica, haciendo viables unas medidas imposibles de adoptar hace un a?o. Ello no quiere decir que el desequilibrio del sector exterior espa?ol se considere plenamente resuelto. Buena parte de esa mejor situaci¨®n exterior se ha conseguido por la disminuci¨®n del ritmo de crecimiento interno, lo que ha exigido menos importaciones. Por otra parte, la exportaci¨®n espa?ola ha ofrecido, en los renglones de productos intermedios y materias primas industriales, crecimientos sustanciales que se ver¨¢n frenados, sin duda, cuando se recupere la actividad industrial interna. El a?o climatol¨®gico excepcional que hemos vivido ha traducido tambi¨¦n sus efectos sobre la balanza de pagos en forma de menores importaciones de productos agr¨ªcolas -por la excelente cosecha-, menores importaciones de petr¨®leo -por el mejor a?o hidr¨¢ulico- y mayores exportaciones por servicios tur¨ªsticos. Estos ¨¦xitos no son f¨¢cilmente repetibles y, por tanto, los problemas que suscita la balanza de pagos no pueden perderse de vista como si se tratase de un viejo problema superado para siempre. Sin embargo, es claro que, hoy por hoy, la balanza de pagos no constituye ese problema que ha detenido nuestro desarrollo. Espa?a puede programar su futura pol¨ªtica econ¨®mica sin el agobio tradicional que le ha planteado el sector exterior y sin las inquietudes y zozobras que siempre suscita el rumor pr¨®ximo de una posible devaluaci¨®n de su signo monetario. La balanza de pagos ha alcanzado una posici¨®n s¨®lida y la peseta tambi¨¦n.

El comportamiento de los precios: progresos claros, objetivos pendientes

Si las ganancias del desequilibrio exterior han sido espectaculares, las del equilibrio interno han sido apreciables, pero de mucha menor dimensi¨®n. Es dif¨ªcil doblegar una inflaci¨®n creada por la pasividad de la pol¨ªtica econ¨®mica durante m¨¢s de cinco a?os en el corto per¨ªodo de doce meses. Quiz¨¢ la mejor forma de registrar los progresos obtenidos y los problemas pendientes resida en apreciar el movimiento de los precios de consumo por la media m¨®vil trimestral de tres meses. Ese valor alcanzaba en el mes de julio del 77 (media de junio-julio y agosto) el 44,8%, y el ¨ªndice de agosto del 77 sobre tres meses antes elevado a tasa anual, el 44,7%. La explosi¨®n de los precios espa?oles parec¨ªa, en aquellas fechas, incontenible, separando cada vez m¨¢s a nuestra econom¨ªa de la inflaci¨®n europea y aproxim¨¢ndola a las tasas, de los pa¨ªses latinoamericanos. Concentrarse sobre este valor para tratar de reducirlo gradualmente a las, tasas de inflaci¨®n vigentes en Europa constituyo una acci¨®n prioritaria del Plan de Saneamiento y Reforma Econ¨®mica. La desescalada de precios comienza a ser apreciable ya en septiembre de 1977, situ¨¢ndose en el mes de febrero el ¨ªndice en una tasa de crecimiento inferior al 15%, pr¨®xima a la pactada como objetivo en los acuerdos de la Moncloa. Esta desescalada de los precios se interrumpe al llegar esta fecha, sin duda como testimonio de que los componentes antiinflacionistas del programa han logrado su prop¨®sito para bajar de las tasas anteriores hasta el nivel del 16%, pero se ven imposibilitados de conseguir descensos ulteriores. No puede pensarse en precios m¨¢s bajos de consumo con la pol¨ªtica de rentas y precios y la pol¨ªtica monetaria pactadas en los acuerdos de la Moncloa.Por otra parte, la tasa-objetivo para 1978 de los acuerdos no est¨¢ aqu¨ª plenamente garantizada como ocurre con las cifras del sector exterior. Es posible, pero problem¨¢tico, que la econom¨ªa espa?ola pueda lograr en diciembre el cumplimiento pleno del compromiso de precios de los acuerdos de la Moncloa.

En efecto, el crecimiento de los precios en los siete primeros meses de 1978 ha colocado el ¨ªndice general en el mes de juli¨® en 150,6. El valor medio del ¨ªndice de precios en el a?o 1977 fue de 124,5 y el objetivo de precios establecido en los pactos de la Moncloa se?alaba un crecimiento -para la media del ¨ªndice en 1978- de un 20 % como m¨¢ximo frente a la media del ¨ªndice en 1977. En consecuencia, el valor medio del ¨ªndice para 1978 no deber¨ªa superar en ning¨²n caso la cifra de 149,4. Teniendo en cuenta los valores acumulados en los meses de enero a julio de 1977, el l¨ªmite m¨¢ximo al que podr¨¢ crecer el ¨ªndice general a partir del mes de julio para alcanzar el objetivo del 20 % establecido en los pactos de la Moncloa no podr¨¢ ser superior al 1,33 % acumulativo mensual.

La tasa-objetivo media que acaba de se?alarse no supone una tarea imposible para la pol¨ªtica econ¨®mica de los pr¨®ximos meses, pero tiene ante s¨ª un camino dif¨ªcil a la vista de las tasas de crecimiento del ¨ªndice en los ¨²ltimos meses. La situaci¨®n del ¨ªndice de precios en la actualidad es de tal naturaleza que deja escaso margen para conseguir los objetivos fijados a la pol¨ªtica antiinflacionista. As¨ª, por ejemplo, si en agosto el ¨ªndice creciese, un 1,5 % en lugar de un 1,33 %, en los restantes meses del a?o no podr¨¢ crecer a m¨¢s de un 1,2 % como tasa media para alcanzar el objetivo previsto, lo cual ya resulta poco viable en los momentos actuales. Si en agosto el ¨ªndice volviese a crecer al 2 % como en julio, la tasa media de los restantes meses no podr¨ªa sobrepasar el 1 %, lo cual parece muy dif¨ªcil conseguir en estos momentos sin una vuelta a dr¨¢sticas medidas estabilizadoras. Sin duda, puede afirmarse que en materia de precios nos encontramos actualmente en el momento decisivo, pues del comportamiento del ¨ªndice en el mes de agosto depende, en gran medida, que la pol¨ªtica estabilizadora durante 1978 alcance o no a los objetivos previstos.

Con todo debe afirmarse que no es poco lo conseguido en la tarea de desacelerar el proceso inflacionista y es bastante lo que en ese dif¨ªcil quehacer se ha aprendido desde julio del 77 a hoy.

El aprendizaje de la lucha contra la inflaci¨®n: algunas ense?anzas

Ante todo ese a?o, ha testimoniado que nuestros monetaristas ten¨ªan raz¨®n: que una variable b¨¢sica que determina el comportamiento de los precios es la cantidad de dinero, t¨¦rmino que se traduce t¨¦cnicamente por disponibilidades l¨ªquidas. Hoy podemos decir que no hubiese sido posible desacelerar la tasa de inflaci¨®n en los meses pasados si no se hubiese desacelerado el crecimiento de las disponibilidades l¨ªquidas mediante un control monetario perseverante. El mantenimiento del control monetario sobre el crecimiento de las disponibilidades l¨ªquidas de una forma continuada constituye la ¨²nica garant¨ªa que permite avalar con solvencia un futuro de precios estable.Por eso ha de ser considerado con alguna preocupaci¨®n el comportamiento de las disponibilidades l¨ªquidas a partir de marzo del corriente a?o.

Los meses transcurridos de 1978 se han caracterizado por un crecimiento acelerado del volumen total de dinero en la econom¨ªa espa?ola, es decir, de las disponibilidades l¨ªquidas, crecimiento que en t¨¦rminos anuales se aproxima al 22 %, superando el objetivo del17 % previsto en los pactos de la Moncloa.

El problema que plantea el crecimiento excesivo del volumen total de dinero no es otro. que su posible repercusi¨®n negativa sobre los precios. La experiencia espa?ola de los ?ltimos a?os y la de otros pa¨ªses pone claramente de manifiesto que un crecimiento del volumen total de dinero acaba produciendo -en un plazo no excesivamente dilatado- un recrudecimiento de las tensiones inflacionistas. De ah¨ª que el control de crecimiento del volumen total de dinero -dentro de l¨ªmites flexibles, pero cuidadosamente controlados- constituya la primera regla de actuaci¨®n para alcanzar un nivel estable en los precios y evitar excesivas tensiones inflacionistas.

Esa ineludible necesidad de control monetario no reduce su indiscutible dificultad. Los aumentos en el volumen total de dinero -disponibilidades l¨ªquidas, es decir, dinero en manos del p¨²blico m¨¢s dep¨®sitos bancarios- dependen, en definitiva, del aumento de la base monetaria del sistema, y ¨¦sta, a su vez, depende del comportamiento de la balanza de pagos, del d¨¦ficit o super¨¢vit del sector p¨²blico y de las actuaciones compensatorias de las autoridades monetarias. Pues bien, a lo largo de los meses transcurridos de 1978 la balanza de pagos ha experimentado fuerte super¨¢vit, produci¨¦ndose importantes entradas de divisas que, al ser adquiridas por el Banco de Espa?a, han conducido a la puesta en circulaci¨®n de su contrapartida en pesetas, con el correspondiente aumento de la base monetaria del sistema. Durante los meses transcurridos de 1978 este efecto est¨¢ siendo particularmente intenso y constituye, sin duda, una de las causas principales del crecimiento de las disponibilidades l¨ªquidas a los ritmos indicados. Por otra parte, el sector p¨²blico est¨¢ manteniendo a lo largo de 1978 un comportamiento deficitario, situado dentro de los l¨ªmites previstos en los pactos de la Moncloa, aunque con oscilaciones que han afectado al control monetario en algunos meses.

El ¨²ltimo de los factores que determina el volumen de la base monetaria y, en consecuencia, el comportamiento del volumen total del dinero no es otro que la actuaci¨®n de las propias autoridades monetarias. Esas actuaciones, que suelen instrumentarse mediante cr¨¦ditos que el Banco de Espa?a concede a la banca privada y a las Cajas de Ahorro o a trav¨¦s de la compara o venta a estas entidades de bonos del Tesoro o de otros fondos p¨²blicos, constituyen el posible elemento compensatorio de los factores anteriormente citados, es decir, del efecto expansivo del saldo de la balanza de pagos y del d¨¦ficit del sector p¨²blico.

Sin embargo, cuando el crecimiento del super¨¢vit de la balanza de pagos o el d¨¦ficit del sector p¨²blico son muy elevados, las autoridades monetarias dif¨ªcilmente pueden compensar tales movimientos con la suficiente rapidez y en la medida adecuada sin provocar con sus actuaciones fuertes tensiones en el mercado monetario. En buena medida, esto ha sido lo que ha venido ocurriendo en los ¨²ltimos meses, pues las actuaciones compensatorias de las autoridades

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se han visto limitadas por la necesidad de evitar mayores tensiones que las ya provocadas hasta el momento en los mercados monetarios. De este modo se explica -en parte al menos- la aparente paradoja de que los tipos de inter¨¦s alcancen cotas elevadas mientras el volumen total de dinero crece a ritmos posiblemente superiores a los necesarios para garantizar una financiaci¨®n adecuada de actividad econ¨®mica.

En cualquier caso la experiencia espa?ola ense?a claramente -lecci¨®n dura, pero lecci¨®n importante- que el control monetario debe prevalecer si desean estabilizarse los precios y moderar la inflaci¨®n. Que voces airadas critiquen este control monetario es comprensible, pues la disciplina que la lucha contra la inflaci¨®n exige no es f¨¢cil de aceptar y de cumplir. Pero es una disciplina en la que se forja la menor inflaci¨®n que por todos los grupos sociales se pide y que el futuro desarrollo econ¨®mico necesita como punto de partida inexcusable.

Una segunda ense?anza de la pol¨ªtica antiinflacionista aplicada tras los acuerdos de la Moncloa es el importante papel desempe?ado por la pol¨ªtica de rentas y precios. Los datos disponibles permiten afirman que la norma de crecimiento salarial que sali¨® de los acuerdos de la Moncloa se ha cumplido, contabilizando cuatro ventajas en su haber: 1.? Ha perlitado la negociaci¨®n de los convenios colectivos, con un criterio cuya aceptaci¨®n ha evitado que los criterios se atascasen en una lucha social larga y costosa. 2.? Ha permitido quebrar la servidumbre del ¨ªndice hist¨®rico de precios como gu¨ªa para la fijaci¨®n de los salarios, rompiendo as¨ª un largo proceso de inflaci¨®n acumulativa. La norma salarial generalizada hasta llegar a los acuerdos de la Moncloa era la del ?coste de la vida m¨¢s dos o tres puntos?. Esta f¨®rmula equival¨ªa a sobreindiciar los salarios alimentando la continuidad de la inflaci¨®n de costes y a mantener expectativas alcistas. Era preciso romper estas expectativas; asociando el crecimiento de salarios a una tasa futura y no pasada de crecimiento de los precios. La aceptaci¨®n a la norma del 20 % de crecimiento salarial del 16 % de crecimiento de los precios de consumo en 1978 cumpl¨ªa con este objetivo. 3,? Ha permitido que la pol¨ªtica monetaria precisa para desacelerar la inflaci¨®n no descargara sus efectos sobre el nivel de paro. 4.? La vigencia de la norma salarial ha demostrado que la defensa a ultranza del mayor crecimiento posible de los salarios monetarios, sin contemplar sus efectos sobre los precios y el empleo, no constituye el mejor medio de defender los intereses de la clase trabajadora. Y ello por varios motivos.

porque no es el incremento, pretendido en los salarios monetarios el que nos indica las ganancias reales conseguidas por los trabajadores (en 1976-77 una tasa de crecimiento de los salarios del 27% no consigui¨® m¨¢s que una mejora real de medio punto, dada el alza de precios producida; en 1977-78, los salarios monetarios crecer¨¢n siete puntos menos, pero su ganancia real ser¨¢ mayor).

porque la inflaci¨®n de costes que origina un alza de los salarios monetarios aunque fuera capaz de seguir a la inflaci¨®n no proteje la cuota ahorrada por los trabajadores de su renta. El trabajador paga as¨ª con el sacrificio de su propia riqueza, erosionada por la inflaci¨®n, una parte no peque?a del aumento de salario pagado por la empresa. El salario de hoy puede defenderse con alzas constantes (sobreindiciadas de la inflaci¨®n). El salario de ayer ahorrado est¨¢ indefenso.

porque el alza indiciada de salarios que alimenta la inflaci¨®n de costes afecta negativamente al empleo, favoreciendo la extensi¨®n del paro. Un crecimiento del coste de trabajo ocasionado por salarios mayores redistribuye la renta en contra de las cuotas percibidas por la propiedad y la empresa, erosionando el excedente empresarial, lo que frenar¨¢ las inversiones y ocasionar¨¢ el paro.

Esos efectos de la pol¨ªtica de rentas y precios destacan su importancia al servicio de una reducci¨®n paulatina de la inflaci¨®n de costes -hoy todav¨ªa muy considerable-, condici¨®n necesaria para fortalecer el ahorro, la inversi¨®n y el crecimiento de la renta y el empleo.

Un fortalecimiento del todo necesario, ya que aqu¨ª se halla el gran problema econ¨®mico de la econom¨ªa en este oto?o de 1978.

La cuenta de resultados de 1978

Puede aventurarse hoy que 1978 registrar¨¢: un desarrollo econ¨®mico positivo que superar¨¢ al previsto en los acuerdos de la Moncloa, una reducci¨®n de la inflaci¨®n que podr¨¢ ajustarse, con voluntad perseverante hasta fin de a?o, a la l¨ªnea marcada para la evoluci¨®n de los precios y un sector exterior que desbordar¨¢ positivamente todas las previsiones. Este parte general configura al ejercicio econ¨®mico que termina como un a?o de transici¨®n en ¨¦l que se ha realizado un ajuste importante de la econom¨ªa espa?ola a la crisis mundial interrumpiendo as¨ª cuatro a?os de pasividad de la pol¨ªtica econ¨®mica.Es importante profundizar algo m¨¢s en los resultados de este balance anticipado de 1978, a trav¨¦s de las cifras que ofrece el cuadro macroecon¨®mico que acompa?a a este repaso de la coyuntura. El crecimiento econ¨®mico del 2,4% del PIB supera claramente al modesto crecimiento previsto en los acuerdos de la Moncloa (1%) y al crecimiento nulo que hab¨ªa pronosticado el informe de la OCDE. En este desarrollo de la producci¨®n interna han colaborado dos sectores fundamentalmente: el sector primario, a trav¨¦s de una excelente cosecha agr¨ªcola, y el sector de servicios, mediante un a?o tur¨ªstico excepcional. Merced al avance de estas produeciones, el PIB ha podido superar el mediocre a?o de la industria, cuyo producto creci¨® en un 1,9 %, y el negativo de la construcci¨®n, carente, durante todo el ejercicio, de una pol¨ªtica responsable capaz de dar una respuesta constructiva a los problemas que afectan un sector de importancia tan vital en un tiempo de crisis.

Del lado de la demanda se registran tambi¨¦n comportamientos muy desiguales. Ha sido la demanda externa la que ha tirado fundamentalmente de la econom¨ªa, pues la demanda interior apenas se ha movido: el cuadro macroecon¨®mico nos indica que, a lo sumo, creci¨® en el 0,5%. El desarrollo del consumo privado ha tenido lugar por debajo del crecimiento del PIB, mientras que el consumo p¨²blico lo ha hecho claramente por encima. Tras este crecimiento del consumo p¨²blico se halla uno de los problemas fundamentales de la econom¨ªa espa?ola de cara a los a?os que vienen. Es evidente que el sector p¨²blico debe crecer por muchas razones: por su reducido nivel respecto de nuestro grado de desarrollo, por la deficiencia de servicios p¨²blicos suministrados a los ciudadanos, por demandar la producci¨®n p¨²blica un mayor em pleo de la mano de obra. Sin embargo, todas estas razones no justifican, en absoluto, el crecimiento desordenado del gasto p¨²blico. El control del gasto p¨²blico es una necesidad primaria de su propia expansi¨®n y el despilfarro presente en determinadas esferas de la econom¨ªa p¨²blica, muy especialmente en la Seguridad Social -un sector aut¨¦nticamente subdesarrollado desde el punto de vista presupuestario que increiblemente no aplica a su gesti¨®n el principio de unidad de caja-, requiere una urgente e imprescindible reforma.

Las cifras m¨¢s negativas del anticipado balance de 1978 se hallan en la inversi¨®n. Un comportamiento que no es nuevo en nuestra econom¨ªa, pues se muestra desde el comienzo de la crisis econ¨®mica. Las cifras de inversi¨®n en los ¨²ltimos cuatro a?os han sido siempre inferiores a las del a?o anterior en t¨¦rminos reales, oscilando las tasas de reducci¨®n entre un 2,4% y un 4,9%. Para 1978, la previsi¨®n m¨¢s razonable indica que la inversi¨®n ser¨¢ inferior en t¨¦rminos reales a la de 1977, en torno a un 3%. De este porcentaje negativo participa tanto el capital fijo en construcci¨®n, que recoge as¨ª el mal a?o en este sector, y particularmente el resto del capital fijo en equipo, cuya tasa negativa (-5%) constituye la variable m¨¢s preocupante del balance econ¨®mico de 1978.

Este comportamiento negativo de las inversiones se relaciona con el problema social y econ¨®mico m¨¢s grave del a?o actual: el crecimiento de las cifras de paro. Quien analiza las tasas de actividad de nuestra poblaci¨®n y sus niveles de ocupaci¨®n y paro se enfrenta con el problema m¨¢s grave de cuantos tiene planteados la sociedad espa?ola a finales de esta d¨¦cada de los setenta. La crisis econ¨®mica ha traducido sus efectos en este frente en forma muy negativa: ha disminuido el porcentaje de nuestra poblaci¨®n activa, que ha ca¨ªdo desde 1974 a hoy desde el 38,2 % al 35,4 %. Lo que ha supuesto una baja de 953.000 puestos de trabajo. La tasa global de actividad (activos sobre mayores de catorce a?os) ha ca¨ªdo del 52,6 %, en 1974, al 48,2 % para el segundo trimestre del a?o actual, mientras la tasa de paro se ha elevado del 2,7 %, en 1974, al 7,1 % en 1978. La p¨¦rdida de la fuerza de trabajo, cuando m¨¢s necesaria resultaba para afrontar el descenso de la producci¨®n en que se manifiesta la crisis econ¨®mica, y el aumento del paro constituyen aspectos negativos de la crisis, ¨ªntimamente asociados con la ca¨ªda de la inversi¨®n productiva y con la orientaci¨®n que la inversi¨®n productiva ha tomado respecto de la creaci¨®n de puestos de trabajo.

Esta realidad innegable concede un s¨®lido fundamento a la pol¨ªtica capaz de superarla. Esta pol¨ªtica no puede consistir, en modo alguno, en la soluci¨®n burda y simplista consistente en animar el gasto nacional, eliminando todo lo que estorbe a su crecimiento: la disciplina del cr¨¦dito, el logro de los dif¨ªciles equilibrios presupuestarios y la obligada economicidad del gasto p¨²blico, la definici¨®n de una pol¨ªtica de rentas y precios con arreglo a criterios antiinflacionistas. La recuperaci¨®n de la inversi¨®n productiva debe lograrse con todas esas exigencias y son esas condiciones las que definen su dificultad. Esa: pol¨ªtica no resulta, por desgracia, f¨¢cil de articular y mucho menos de aplicar, como muestra la realidad exterior. Diecis¨¦is millones de parados de la OCDE y la lucha de la distintas pol¨ªticas nacionales por hallar soluci¨®n al problema testimonian que un programa que recupere la inversi¨®n, disminuya el paro y reduzca la inflaci¨®n es algo mucho m¨¢s dif¨ªcil de conseguir que realizar la afirmaci¨®n gratuita y demag¨®gica de romper la disciplina financiera y acelerar el gasto nacional como ¨²nico remedio. La recuperaci¨®n de la inversi¨®n productiva y del grado de actividad de la econom¨ªa espa?ola no puede prescindir en absoluto de las condiciones de equilibrio interno y exterior sobre los cuales debe asentarse. Hay, pues, una extensa agenda de deberes -de complejos deberes- a la pregunta ?qu¨¦ hacer? que domina el momento actual en todos los ambientes econ¨®micos.

El gran quehacer del momento reside en definir una pol¨ªtica econ¨®mica que, conservando los equilibrios fundamentales exterior e interno, permita alcanzar tasas de desarrollo econ¨®mico m¨¢s elevadas que requerir¨¢n crecimientos positivos de la inversi¨®n, que habr¨¢ de orientarse para que su impacto sea el mayor posible sobre los niveles de empleo.

Esta pol¨ªtica exigente: exigente en la reducci¨®n de la inflaci¨®n de costes, exigente en el crecimiento de las inversiones, no puede improvisarse en su formulaci¨®n, ni puede aplicarse sin aceptaci¨®n social. Se trata de una pol¨ªtica que reclama el apoyo de la sociedad entera y de todas sus instituciones, econ¨®micas. La definici¨®n de esa pol¨ªtica econ¨®mica del futuro debe realizarse desde las distintas instancias sociales en fechas inmediatas y es la que debe negociarse al cumplirse el a?o de los acuerdos de la Moncloa. Pero para que esa negociaci¨®n arranque de un fundamento firme, es preciso continuar en la lucha contra la inflaci¨®n en los meses que quedan de 1978, evitando que esa mirada necesaria hacia el futuro nos haga tropezar duramente en el presente.

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