La rebeli¨®n de las provincias
?Naci¨®n o nacionalidades? ?Autonom¨ªa o independencia? ?Descentralizaci¨®n o federalismo? ?Espa?ol o castellano? Abrumados por las imposibilidades f¨¢cticas de su gesti¨®n, los pol¨ªticos se vuelven hacia los acad¨¦micos: como se?alaba Goethe, donde falta una idea se suele poner al menos una palabra. A los ling¨¹istas les encanta citar, con cualquier pretexto, el di¨¢logo entre la rubita Alicia y el ovoide Humpty-Dumpty: ?La cuesti¨®n es?, insisti¨® Alicia, ?c¨®mo puedes lograr que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes?; y Humpty-Dumpty respondi¨®: ?La cuesti¨®n es ver qui¨¦n manda... Eso es todo.? As¨ª de sencillo: la cuesti¨®n es ver qui¨¦n manda.Tomemos, por ejemplo, la disputa entre si el castellano debe ser llamado por antonomasia es pa?ol o esta ¨²ltima denominaci¨®n corresponde por igual a todas las lenguas que se hablan en el Estado. Los razonamientos acad¨¦micos son de una simplicidad m¨¢s aplastante que concluyente: la Historia ya ha decidido por nosotros, incluso contra nosotros, como suele hacer. Si uno est¨¢ hablando en catal¨¢n y alquien nos pregunta en qu¨¦ idioma hablamos, de diremos que en espa?ol? Nones. Y si un extranjero nos pide que hablemos en espa?ol, de replicaremos en euskera? Ser¨ªa groser¨ªa. Pero si pretendemos explicar al perplejo b¨¢rbaro que el castellano -eso que ¨¦l llama espa?ol- es la lengua oficial de Espa?a le deslumbraremos sin iluminarle (como dir¨ªa madame Du Deffand), pues ¨¦l siempre ha o¨ªdo en su escuela que la lengua oficial de Espa?a es el espa?ol. ?Qu¨¦ se le va a hacer? Donde hay Estado, tiene que haber lengua oficial del Estado; donde hay Espa?a, tiene que haber espa?ol. Al castellano, ascendido a idioma oficial, no se le llama por su denominaci¨®n de origen por la misma raz¨®n que a un general no se le llama coronel, aunque sin duda lo fuera alguna vez; y a ninguna de las restantes lenguas se la denomina espa?ol por aquello de que donde hay patr¨®n no manda marinero. O por decirlo con el viejo chiste que recordaba recientemente Noam Chomsky en una entrevista: lengua oficial es lo que tiene un ej¨¦rcito y una marina de guerra. Gracias, Humpty-Dumpty.
En otros ¨¢mbitos, la discusi¨®n toma un cariz m¨¢s desenfadadamente teol¨®gico. ?Es Espa?a una sola naci¨®n y varias nacionalidades? ?Es cada nacionalidad una naci¨®n y Espa?a un Estado de naciones? ?Cu¨¢ntas personas y cu¨¢ntas naturalezas hay en Dios? Dice Cioran que los espa?oles y los rusos suelen hacerse respecto a sus pa¨ªses las preguntas que otros pueblos se formulan sobre la divinidad. Se empieza por la cuesti¨®n de las personas y las naturalezas, por el misterio de los tres en uno y se termina dudando de la existencia, rechazada la cual se entra en el arrebato de la plena indeterminaci¨®n dostievskiana: si Dios no existe, todo est¨¢ permitido.
Aunque sea una opini¨®n heterodoxa, a m¨ª no me parece que aqu¨ª la cuesti¨®n tenga mucho que ver con nacionalidades ni desde luego con naciones: creo que lo que se da en Espa?a es una rebeli¨®n de las provincias. No me parece sensato que quienes se sublevan contra el actual estado de cosas se apresuren a cambiar el expresivo t¨ªtulo de provincias por merengues constitucionales barnizados como naciones, nacionalidades, pa¨ªses o cualquier otro triunfalismo por el estilo. Se dir¨ªa que corre m¨¢s prisa quitarse de encima el nombre que el yugo; y quienes desean mantener el yugo ser¨¢n los primeros interesados, si saben lo que les conviene, en colaborar a quitar el nombre. Las provincias por su propia etimolog¨ªa, eran los lugares vencidos por el imperio estatal. Dividir el Estado en provincias equivale a reconocer que todas las regiones han sido vencidas, que la instituci¨®n estatal s¨®lo puede fundarse en la derrota de las afinidades reales, de la vida propia de los sitios, de las organizaciones peculiares de la sociedad concreta, localizada, enraizada. En este sentido, tan provincia es Madrid como Guip¨²zcoa y tan capital Barcelona como Valladolid. Cuanto m¨¢s arbitraria fuera la divisi¨®n en provincias -y de hecho lo es hasta grados rid¨ªculos tanto m¨¢s netamente se percibe el principio vamp¨ªrico de la totalizaci¨®n estatal. Las provincias se rebelan porque no quieren serlo, las grandes derrotadas aspiran a vengar finalmente su avasallamiento. Asumiendo ese t¨ªtulo infamante de vencidas recuerdan que son fruto de una humillaci¨®n b¨¦lica perpetuada en abstracci¨®n burocr¨¢tica.
Otra ventaja tiene la denominaci¨®n provincia frente a otros t¨ªtulos que escuecen menos. Con las provincias no se puede hacer nada, salvo someterlas al Estado que las crea o sublevarlas contra ¨¦l; pero con la naci¨®n o la nacionalidad o el pa¨ªs se pueden instaurar nuevos Estados. No es lo mismo independizarse del Estado que fundar un Estado independiente: para las provincias, s¨®lo la primera forma de independencia es realmente liberadora, pues en la segunda se mantendr¨¢ sin alteraci¨®n -quiz¨¢ incluso sin alteraci¨®n sensible de su arbitrariedad geogr¨¢fica- la derrota provincial. Ya s¨¦ que todo esto queda muy lejos de la pol¨ªtica pr¨¢ctica, pero quiz¨¢ se atisbe por aqu¨ª la furiosa novedad de muchas luchas antinacionalistas y, sobre todo, de su concreci¨®n de privilegio y vanguardia en Espa?a. Las llamo antinacionalistas porque para que su insurrecci¨®n sea verdaderamente independentista debe ser provincial o, si se quiere, provinciana. En cuanto se encuentre de nuevo dotada de Gobierno nacional, unidad nacional, capital nacional, ej¨¦rcito nacional, polic¨ªa nacional, lengua oficial nacional, los lugares. vivos habr¨¢n perdido de nuevo su independencia y quiz¨¢, lo que es peor, hasta la vocaci¨®n insumisa de conseguirla.
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