El tiempo de las estaciones, una exposici¨®n para la historia moderna
Se exhibe en el complejo cultural Georges Pompidou, de Par¨ªs
Con documentaci¨®n procedente de seis pa¨ªses, el CCI ha montado una enorme exposici¨®n, El tiempo de las estaciones, que, como es tradici¨®n en el departamento, ofrece una abalancha de informaci¨®n que, no siempre, est¨¢ bien seleccionada de acuerdo con los fines de la muestra. En esta ocasi¨®n, felizmente, el resultado es divertido, curioso y nost¨¢lgico, pues se trata de la recapitulaci¨®n del pasado, presente y (previsible) futuro de lo que Te¨®fhile Gautier llam¨® ?catedrales de la humanidad nueva?, las estaciones.
Contar la historia de las estaciones es rememorar siglo y medio de nuestro pasado, sus momentos de euforia o de depresi¨®n, sus aciertos y sus errores; es ver transformarse nuestro medio ambiente, el urbanismo de las ciudades, la poblaci¨®n rural, nuestro sentido del tiempo y el espacio.?Las iglesias m¨¢s bellas del mundo? (seg¨²n Cendras) fueron y son (hoy quiz¨¢ de forma menos aparente, pero no por eso menos real) portadoras de un simbolismo pol¨ªtico e ideol¨®gico (claro en los a?os 1920/35, por ejemplo, en los que se escribi¨® en sus fachadas, como es, el caso de la de Mil¨¢n, una voluntad delirante de poder y una exaltaci¨®n de la fuerza de clara expresi¨®n fascista), la transcripci¨®n arquitect¨®nica de un sistema econ¨®mico y el teatro no s¨®lo de operaciones militares o estrat¨¦gicas, sino tambi¨¦n la escena sobre la que los poderes de todos los ¨®rdenes despliegan su fasto (quiz¨¢ actualmente m¨¢s sensible en los aeropuertos), d¨¢ndose como espect¨¢culo al mundo.
La estaci¨®n como ?templo de la tecnolog¨ªa? (curiosa esta tendencia de definirlas con frecuencia empleando t¨¦rminos religiosos) que el capitalismo del siglo XIX, para ?ocultar? el agresivo progreso de sus estructuras met¨¢licas, soportes de enormes vidrieras lanzadas hacia el futuro (filtros de una luz diurna transformadora de expresiones y formas), disimul¨® con fachadas tranquilizadoras, inspiradas en formas cl¨¢sicas e interiores, soporte del arte y la ornamentaci¨®n burguesa o de la tradici¨®n popular, han dado paso en nuestro siglo, en el mejor de los casos, a las c¨²pulas geod¨¦sicas de Buckminster Fuller (como la de los Talleres Ferroviarios de Luisiana (1958), de acero con 117 m. de di¨¢metro) y, en el peor, a un estilo ?internacional? que, como la cocina del mismo nombre, no tiene ni olor, ni color, ni sabor, y que cada vez se parecen m¨¢s a los aeropuertos o a los centros comerciales y donde el elemento ?decorativo? m¨¢s relevante es la publicidad.
Las estaciones, microcosmos de nuestra sociedad, que vieron pasar los alegres trenes de la burgues¨ªa triunfante (el Tren azul, el Flecha de oro ... ), los que incitaban al riesgo o a la aventura (el Oriente Expres, el Transiberiano ... ), que fueron penetradas por los de la agitaci¨®n y la propaganda pol¨ªtica (las estaciones americanas o los trenes agit-prop en URSS en los a?os 1920/25), o convertidas en un lugar de encuentro musical (?el tren de John Cage?, el tren como instrumento musical, realizaci¨®n de tres excursiones en un tren ?preparado?, efectuado con la asistencia de Walter Marchetti y Juan Hidaldo, el 26, 27 y 28 de junio de 1978 en Bolonia.
Estas estaciones que dieron paso a los convoyes repletos de heridos procedentes de los frentes de batalla, o detuvieron durante algunas horas a los ?trenes de la muerte ? cargados de deportados hacia los campos de exterminio nazi, en el macabro ?viaje sin retorno?, que son una llamada a lo imaginario (los cuadros de Monet, Pissaro, Severini, Leger, Chirico, Delvaux, Viera da Silva, Dal¨ª, son un ejemplo) y una puerta abierta a la ciudad desconocida, a la aventura, son tambi¨¦n lugares en peligro.
Los a?os cincuenta significaron el abandono de muchas de ellas, sobre todo rurales. La d¨¦cada de los sesenta fue el turno de las ciudadanas (en Inglaterra entre 1963 y 1976 se inutilizaron 3.539, en EEUU quedan s¨®lo 20.000 de las 40.000 que existieron, y la Estaci¨®n Central de Nueva York, terreno propicio a toda clase de especuladores, est¨¢ en peligro de desaparecer si la campana iniciada en 1975 para salvarla no da resultado). Dentro de poco, si no se les dedica a otros fines que los que anta?o tuvieron, desaparecer¨¢n, tristemente, muchas m¨¢s.
Algunos pa¨ªses han comenzado ya un t¨ªmido intento de recuperaci¨®n, convirti¨¦ndolas, como la Round House (1847) de Londres, en centro de cultura popular, o sede de una sociedad bancaria (la de Brunswichk, en la Rep¨²blica Federal de Alemania, 1845) o en museos ferroviarios, algunos, otros no, como el proyecto, hoy en curso de realizaci¨®n, de convertir la Estaci¨®n de Orsay, de Par¨ªs, construida en 1897, en un museo del siglo XIX, complemento a la vez del Louvre, muy pr¨®ximo, y del Centro Georges Pompidou, y cuya inauguraci¨®n est¨¢ prevista para 1983.
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