Hombres y mujeres
Ahora resulta que se ha descubierto una p¨ªldora ins¨®lita y demente que, ingerida durante el embarazo, asegura la masculinizaci¨®n del feto: no m¨¢s hijas, s¨®lo hijos. Magn¨ªfico. En Esparta despe?aban a las primog¨¦nitas, pero ahora, con el avance qu¨ªmico, no har¨¢ falta llegar a soluciones tan cruentas. Es m¨¢s, los l¨²cidos inventores del asunto proponen su descubrimiento como m¨¦todo de control de la natalidad: pretenden conseguir un mundo de hombres provisto de un corralito con mujeres, por el aquel de perpetuar la especie de alg¨²n modo. Y es que los varones ya no saben qu¨¦ hacer, los desdichados. Las hembras se les desmandan, la enga?osa supremac¨ªa masculina se desvanece, media humanidad se rebela y entra en competencia. Y paralizados por el estupor, no se les ocurre otra cosa que disminuir num¨¦ricamente al enemigo, contener el acoso femenino con la excusa de la natalidad. Tienen menos porvenir que un caramelo a la puerta de un colegio.Hay que reconocer que los varones est¨¢n atravesando una mala racha hist¨®rica. Asisten con desaz¨®n a la p¨¦rdida de unos privilegios masculinos que fueron tambi¨¦n una esclavitud para ellos, aunque muchos no lo entiendan. Los hombres, hoy, siguen repitiendo los vac¨ªos gestos de anta?o. Algunos abren puertas, encienden cigarrillos y musitan piropos con ceremonioso y suicida empaque, ante la iron¨ªa de las hembras. Otros creen a¨²n que pueden comprar mujeres, como antes, con el simple peso de una profesi¨®n m¨¢s o menos rentable socialmente, con el poder de su dinero, con la promesa de un anillo matrimonial y un apellido, y as¨ª van, extraviados por la vida, abrigando sus p¨¢lidos pescuezos de pollo con un costoso pa?uelo de seda o estrangul¨¢ndose la nuez con la corbata, sin entender que las buenas esposas y las amantes discretas ya no est¨¢n en venta, y que hoy les es imposible adquirir una fidelidad conyugal pasable a cambio de la lavadora, el abrigo de piel y el cine en la noche de los s¨¢bados. Luego est¨¢n los bienintencionados, los inteligentes, los progresistas y abiertos. Estos, pobres m¨ªos, ya no se atreven a ligar seg¨²n las pautas cl¨¢sicas porque temen incurrir en el machismo: se arrinconan en una esquina de sus vidas y observan a las mujeres con ojos medrosos y golositos, a la espera de que alguna de ellas se decida a meterle mano, y son como Ias adolescentes que anta?o se agrupaban en los guateques contra el muro, aguardando a que les sacaran a bailar. Y es que hemos tomado la iniciativa. Las mujeres, hoy, miramos alrededor, escogemos, cambiamos de hombre, somos afectivamente independientes puesto que lo somos tambi¨¦n en lo econ¨®mico. Se acab¨® el mercado de esposas y las l¨¢grimas sobre la almohada de soltera, que eran l¨¢grimas de inseguridad y desesperanza y no de amor, como se empe?aban en decirnos. Las mujeres, en fin, actuamos como antes lo hac¨ªan ellos, y esto les asusta y les hace inestables como p¨¢jaros con perdigones en las alas.
No saben qu¨¦ hacer, pues, los hombres, y tan pronto inventan p¨ªldoras risibles como se refugian en un viejo mito macho, en ese Superman muy fuerte y muy hombre, y pretenden que al ver la pel¨ªcula muchas de nosotras sintamos la a?oranza de ser conducidas de nuevo entre sus brazos. Pero les ha salido un Superman de corcho y algo tonto, demasiado musculoso para el gusto actual y vistiendo sospechosamente de rojo y azul, los colores de Fuerza Nueva. Superman no existe hoy m¨¢s que en la nostalgia del var¨®n, que se crey¨® divino s¨®lo porque, seg¨²n las cr¨®nicas, Dios le cre¨® primero, cosa, por cierto, que habr¨ªa que revisar hoy con detenimiento para ver si es verdad. Pero los hombres insisten en supermanizarse a destiempo, aterrados por el cambio. Y as¨ª, muchas noches se escucha un ?flap-flap-flap? que viene del espacio, algo as¨ª como un batir de alas despeluchadas y cansinas: son los ¨²ltimos supermanes de esta era, apenas murci¨¦lagos ciegos que se golpean contra el muro.
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