Catalu?a
CATALU?A ES algo m¨¢s que una de las m¨²ltiples comunidades aut¨®nomas ideadas por UCD, para anegar a las nacionalidades hist¨®ricas. La soberan¨ªa pol¨ªtica hasta finales del siglo XV, dentro del reino de Arag¨®n, y las instituciones de autogobierno vigentes hasta comienzos del siglo XVIII confieren a su pasado caracter¨ªsticas profundamente diferenciadas del resto de los territorios que forman Espa?a. El catal¨¢n ha sido un idioma que no s¨®lo ha servido de instrumento para tina cultura cualitativamente tan notable como la escrita en lengua castellana -desde Raimundo Lulio y Joannot Martorell hasta Maragall y Salvador Espri¨²-, sino que en las ¨¦pocas oscuras de la unificaci¨®n administrativa resisti¨® las embestidas centralistas y se, mantuvo sierripre como veh¨ªculo de comunicaci¨®n familiar y social, tanto en el campo como en las ciudades. El gran desafio que represent¨® la inmigraci¨®n masiva de mano de obra andaluza y castellana para trabajar al servicio de la burgues¨ªa industrial catalana amenaz¨® con resquebrajar, en el primer tercio de siglo, la identidad de un pa¨ªs bruscamente acrecentado en su poblaci¨®n por familias que hablaban otro idioma y eran herederas de otra cultura. Sin embargo, la manipulaci¨®n lerrouxista de los inmigrantes y los llamamientos del cenetismo a la solidaridad clasista por encima de los or¨ªgenes nacionales han sido neutralizados, en las ¨²ltimas d¨¦cadas, por los esfuerzos de socialistas y comunistas para construir una comunidad catalana no basada en los or¨ªgenes, sino en el futuro y por la renuncia del catalanismo m¨¢s tradicional a convertir la pureza de la sangre y frondosidad de los ¨¢rboles geneal¨®gicos en la l¨ªnea divisoria del combate pol¨ªtico.Cabr¨ªa afirmar que el tratamiento dado desde el Gobierno y la Oposici¨®n a la cuesti¨®n catalana es uno de los escasos argumentos que permiten contemplar sin completa desesperanza el futuro de las nacionalidades, en general, y del Pa¨ªs Vasco, en particular, enconado por la torpeza e ignorancia de todos.
Por lo dem¨¢s, los resultados de las elecciones del 1 de marzo en Catalu?a ponen de relieve que las complicadas relaciones entre el Pa¨ªs Catal¨¢n y el resto de Espa?a tambi¨¦n se reflejan en los nexos que unen y diferencian a los partidos catalanes con sus hom¨®logos en todo el Estado.
Uni¨®n y Convergencia, el partido del centro catal¨¢n que entronca con el nacionalismo tradicional, ha mantenido sus posiciones. La p¨¦rdida de sufragios, en t¨¦rminos absolutos, se ha debido seguramente al abandono del Reagrupament fundado por Pallach, que se adhiri¨®, despu¨¦s de las pasadas elecciones, al Partido Sacialista de Catalu?a. La secci¨®n catalana de UCD ha logrado, en cambio, mejorar sus resultados. El fichaje de un dem¨®crata catalanista de tan limpia ejecutoria como Canyellas, procedente de la democracia cristiana, para encabezar la candidatura de Barcelona, ha jugado probablemente un papel positivo en la ganancia de votos. Pero las bendiciones visibles e invisibles del honorable Tarradellas, reclamado por la ingenuidad de la izquierda para regresar del exilio y presidir la Generalidad, pero capitalizado por la sagacidad del interesado y el oportunismo del Gobierno en favor de UCD, han sido, sin duda, el factor preponderante en ese alza del voto ucedista en Catalu?a. Los espectadores ignorantes de las complejidades de la vida p¨²blica catalana se preguntar¨¢n la raz¨®n de que ambas formaciones no se unan en un solo partido. Al parecer, no faltan voces en el seno de cada coalici¨®n -por ejemplo, la de Tr¨ªas Fargas en CiU- en favor de tal soluci¨®n. Aqu¨ª surge precisamente la peculiaridad de Catalu?a. Porque si el partido del Gobierno no acepta con todas sus consecuencias que la organizaci¨®n centrista en Catalu?a debe ser, a la vez, una entidad federada con las otras secciones de UCD en Espa?a y un grupo pol¨ªtico con aut¨¦nticas se?as de identidad en el antiguo Principado, su eventual un¨ªficaci¨®n con los hombres de Pujol nunca ser¨¢ posible. Y en ese juego hay varias prendas: el Estatuto de Autonom¨ªa, la renuncia a fomentar las ambiciones oto?ales del honorable Tarradellas y la aceptaci¨®n de que Espa?a no es una unidad de destino en lo universal, sino una comunidad libremente formada por los pueblos que la componen.
Pero las resistencias para hacer compatible la autonom¨ªa de las partes con la unidad del conjunto no es patrimonio exclusivo de la derecha y del centro. Tambi¨¦n afecta a la izquierda. Hasta el presente, los socialistas han sobrellevado, sin mayores contratiempos, los efectos de la unificaci¨®n entre el antiguo PSC y el PSOE. Para suerte suya, los dirigentes del socialismo catal¨¢n no han sido llamados en comisi¨®n de servicios a Madrid y no han abandonado, como algunos andaluces y vascos, el cometido para el que fueron elegidos. En cuanto a los comunistas, hasta ahora propietarios de la f¨®rmula para hacer compatibles la identidad catalana y la militancia espa?ola, el estancamiento el 1 de marzo de los elevados resultados que hab¨ªan obtenido en junio de 1977 ha abierto una crisis artificialmente provocada por las observaciones de Santiago Carrillo al respecto.
No parece demasiado aventurado suponer que los reticentes comentarios del secretario general del PCE a prop¨®sito de los comunistas catalanes, paralelos a sus elogios para quienes no han conseguido ni en Galicia ni en el Pa¨ªs Vasco un solo esca?o, son la respuesta en diferido al amargo trago que le supuso ser dejado en minor¨ªa antes del IX Congreso. Pero esas hachas que el se?or Carrillo tiene todav¨ªa por afilar en Catalu?a deber¨ªan haber esperado una mejor oportunidad para salir a la luz. Las dificultades del PSUC para ampliar su espacio en
Catalu?a no provienen de su catalanismo (dif¨ªcilmente
criticable, como no sea desde posiciones terroristas) ni de
su acercamiento a Tarradellas (al fin y al cabo, el hombre
que ha hecho posible, en escala menor, el viejo sue?o
carrillista del Gobierno de concentraci¨®n), ni de la poca
virulencia de sus cr¨ªticas a los socialistas (¨²nica garant¨ªa,
por lo dem¨¢s, de que la unidad de la izquierda no es una
expresi¨®n vac¨ªa), ni de haber aplicado en el seno de su
organizaci¨®n un postulado tan b¨¢sico de? ?eurocomunLq
mo? como es la libertad de expresi¨®n (lo que da lugar,
necesariamente, a la p¨²blica manifestaci¨®n de tendencias
ya existentes). Mas el estancamiento electoral de? PSUC
probablemente nace del efecto de mostraci¨®n negativo
que supuso el descalabro comunista en el resto del pa¨ªs en
junio de 1977 y de la incapacidad del PCE como conjunto para llevar a la pr¨¢ctica esos proyectos de penetraci¨®n en la sociedad civil y de alianza con las fuerzas de la cultura que figuran en su programa.
Para la l¨ªnea de nuestro argumento, en todo caso, lo ¨²nico que importa es constatar que las dificultades para articular la autonom¨ªa de Catalu?a dentro de la unidad de Espa?a encuentran su reflejo en las resistencias de los partidos a reproducir en su propio seno esa misma dial¨¦ctica de diversidad y unidad que predican para la sociedad entera.
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