Marbella, un barrio de pescadores convertido en una urbanizaci¨®n de lujo
Antes de que un arist¨®crata extravagante con fama de play boy abandonase la Costa Azul francesa para entusiasmarse con Marbella, ¨¦sta era una aldea de pescadores que malviv¨ªan de la venta de chanquetes y de sardinas. La miseria y la incultura defin¨ªan a Marbella en la d¨¦cada de los cincuenta, cuando a la sombra del marqu¨¦s de Ivanrey, t¨ªo del pr¨ªncipe Alfonso de Hohenloe, comenzaron a llegar los primeros turistas.Treinta kil¨®metros de playa salvaguardada por las monta?as de sierra Blanca, con tres grados menos de calor en verano y tres m¨¢s en invierno que sus vecinas Estepona o Fuengirola, no le pasaron inadvertidos a Ricardo Soriano, marqu¨¦s de Ivanrey, el constructor de ?El Rodeo?, la primera urbanizaci¨®n de Marbella. A partir de ese momento el turismo lo invadi¨® todo. Transform¨® el antiguo barrio de pescadores en la ciudad mejor urbanizada de la Costa del Sol y revolucion¨® las costumbres de sus habitantes, cuyos medios de vida pasaron a depender por completo de los visitantes.
Fue entonces cuando naci¨® la solidaridad entre los marbell¨ªes para sacar el m¨¢ximo partido de la nueva situaci¨®n, solidaridad que todav¨ªa perdura. Beni, el due?o del restaurante del mismo nombre, vigila atento al servicio para que las mesas est¨¦n bien atendidas. Lolo, el camarero del pantal¨®n negro ce?ido y la camisa colorada de lunares al mejor estilo folkl¨®rico, avisa a Josete, el fot¨®grafo ambulante. Se acerca Josete a una mesa y enfoca su Polaroid a los alemanes barrigudos o a las belgas desdentadas: ?Quietos. One, two, three.. click. Fantaaastic....! De aqu¨ª le viene el nombre a Josete, el Fant¨¢stico, el hombre que construye llaveros con las fotograf¨ªas y las vende a trescientas pesetas. Josete es el pr¨®ximo en cargado de correr la voz: ?Oye chiquiyo, vente pac¨¢, que est¨¢n aqu¨ª el torero tal o la actriz cual. Las fotos-impacto de los famosos aparecer¨¢n con su ¨²ltimo ligue en las portadas de las revistas del coraz¨®n y, naturalmente, se citar¨¢ su procedencia: ?Fulanito o menganito, cenando en Beni...? As¨ª es como el restaurante se convierte en foco de atracci¨®n, se multiplican los clientes y vuelta a empezar.
Los antiguos pescadores
Los marbell¨ªes que no han abierto un restaurante o un chiringuito en Puerto Ban¨²s, no son camareros o no son fot¨®grafos, habr¨¢n tenido una trayectoria muy similar a la de Miguel Galdeano, de la familia de los Fogoneros. Miguel tiene 43 a?os y trabaja -dice- catorce horas diarias para inaugurar el bar reci¨¦n adquirido en una barriada modesta de Marbella. Su padre, Juan Galdeano, viv¨ªa con su mujer, Carmen, y todos sus hijos en una casa del barrio de pescadores de dos habitaciones y un cuartito. Se pasaba la vida a bordo de su barca Cuatro Hermanos, siempre en la mar. Dice Juan que de ni?o pasaba hambre: ?A veces tra¨ªa mi padre veinte o treinta tinas de sardinas, pero otras veces... todos los chiquillos esperando en la playa, y mi padre nada, ni un malpesca¨ªto bajo el brazo.?El hijo mayor de el Fogonero, Jos¨¦, sigui¨® los pasos de su padre hasta que cumpli¨® cuarenta a?os. Se vend¨ªa mal el pescado y el trabajo era muy duro. Jos¨¦ se emple¨® en la mina de hierro, hoy inactiva. Salvador, despu¨¦s de pasar 35 a?os en la mar, se asoci¨® con un amigo y entre los dos instalaron un garaje lavacoches. Juan, el tercero de la saga, pens¨® que el ejemplo de sus hermanos mayores y de su padre no le convencia, toda la vida trabajando sin poder salir de la miseria.... y opt¨® por el contrabando. Cada d¨ªa, en bicicleta, desde la L¨ªnea de la Concepci¨®n hasta Marbella, vend¨ªa bien el aceite y el tabaco en el mercado negro. Con los dineros de compra de la casa de sus padres. Veinte mil pesetas le cost¨® entonces a Salvador la casa, hoy convertida en la pensi¨®n Los Galdeanos y valorada en diez millones de pesetas por alg¨²n turista al que le gustar¨ªa vivir a la orilla de la playa.
A Manolo, en cambio, le gustaba la vida en el mar, y cuando se cans¨® de la rutina de la captura y la venta de pescado en su pueblo, se embarc¨® en un gran pesquero de C¨¢diz y baj¨® a faenar hasta las costas del sur de Africa. Al cabo de los a?os regres¨® a su pueblo con el cargo de contramestre y con unos duros ahorrados. ?Con lo que ajunt¨® por esos mares pudo comprarse un barco propio.? Manolo trabaja s¨®lo en su barco, cubre la tarea que en realidad corresponder¨ªa a una tripulaci¨®n de ocho personas, y despu¨¦s es ¨¦l personalmente quien se encarga de vender en la puerta de su casa o en e puesto del mercado. Pero es que Manolo tiene que pagar cada mes las letras del motor de su barco, 350.000 pesetas, para la casa Barreiros.
Antonio tambi¨¦n fue pescador, y cuando el boom tur¨ªstico alcanz¨® su auge. Se ganaba m¨¢s en la construcci¨®n y all¨ª que se meti¨® de pe¨®n alba?il. S¨®lo que Manolo tuvo mala suerte, pronto le cogio la crisis, los edificios se paralizaron en el armaz¨®n y ni un s¨®lo hotel se levant¨® en Marbella. Del paro ha pasado a cobrar la invalidez, por una enfermedad de la columna vertebral que le mantiene pr¨¢cticamente inm¨®vil.
Miguel, el menor de "los Fogoneros"
Y el menor de los hijos de el Fogonero, Miguel, cuenta que pas¨® sus a?os de adolescente en la escuela de Flechas Navales, ?era un sitio como el Frente de Juventudes, pero en marinero?, explica, y con diecinueve a?os se march¨® a la mili. All¨ª pod¨ªa haber hecho como algunos amigos de Marbella, quedarse en el Ej¨¦rcito y no volver a pasar hambre, pero Miguel prefiri¨® colocarse como botones en uno de los primeros hoteles de la costa y aprender el oficio de electricista. Miguel tuvo ocho hijos, as¨ª es que ?cuando acababa el trabajo en el hotel me iba a hacer chapuzas de fontaner¨ªa o de electricista, pero nunca ten¨ªa suficiente. Estuve dos a?os acost¨¢ndome muy tarde, trabajando mucho, hasta que me sali¨® la oportunidad de regentar un bar en alquiler?. Su mujer y sus ni?as ocupaban todas las horas del d¨ªa detr¨¢s de la barra, hasta reunir el dinero que necesitaban para ser due?os de su propio bar, Los Galdeanos.Lo que Miguel siente es que no le hayan concedido la licencia de taxista. Dice que present¨® la solicitud en el Ayuntamiento y pasaron catorce a?os sin que le respondieran, ?y eso que m¨¢s de un d¨ªa dejaba a mis hijos sin comer para comprar una langosta as¨ª de grande, para regal¨¢rsela al teniente alcalde, a ver si se acordaban de m¨ª?.
Pero la langosta no surti¨® el efecto esperado ni tampoco las recomendaciones. La mujer de Miguel formaba parte del servicio del chalet de Debora Kerr, y cada vez que el marqu¨¦s de Villaverde visitaba a la actriz de Hollywood y a su marido, aprovechaba para ver si pod¨ªa hacer algo para que le concediesen la licencia a su marido. Era cuando Paco Cantos estaba al frente de la alcald¨ªa. Casi veinte a?os estuvo en el cargo y durante ese tiempo se gan¨® las simpat¨ªas de algunos y las antipat¨ªas de los m¨¢s. Los marbell¨ªes se han vengado a su manera de Paco Cantos. Incluyeron su nombre en la sorna que dedicaron a los caciques: ?De Limas, Cantos y Belones estamos hasta los c...? El se?or Cantos se autoadjudic¨® una plaza en el pueblo y coloc¨® en el centr¨® su efigie en bronce. La noche siguiente a la inauguraci¨®n solemne del monumento un grupo de rojillos pusieron una corona de heces sobre su cabeza. Pese a la vigilancia constante que el alcalde mand¨® poner en su plaza, hubo alg¨²n otro que supo burlar el celo de los guardias y el busto de Paco Canitos aparec¨ªa algunos d¨ªas con sombreritos de papel.
Otro marbell¨ª popular, Pepe el Chato, tambi¨¦n ha resuelto su vida en torno al turismo. Su trabajo consiste en ordenar las tumbonas en la playa y cobrar a los ba?istas que las usan: Son siento sincuenta pesetas, madam... El resto del tiempo se distrae bajo la sombrilla jugando con su perro y charlando con los amiguetes que se acercan por all¨ª.
La convivencia entre los marbell¨ªes y los turistas no es conflictiva. Aqu¨¦llos viven gracias a ¨¦stos, y los realmente marginados son los gitanos, un grupo de veinte familias hacinadas en chabolas, a ambos lados de la carretera de acceso a un hotel de lujo.
El mayor problema para los habitantes de Marbella viene dado por la condici¨®n social del turismo. Normalmente, se vive por encima de las posibilidades y ¨¦sto acarrea problemas. El pr¨ªncipe Alfonso de Hohenlohe est¨¢ muy orgulloso de haber tra¨ªdo turismo de calidad, y no como esos que van a Torremolinos: en Marbella se re¨²nen los Rotschild, los Bismarck, los Alba, los Fierro, Coca, Ari¨®n, y un largo etc¨¦tera de apellidos ligados a la oligarqu¨ªa o a la aristocracia. Hasta Arist¨®teles Onassis atrac¨® su yate en Puerto Ban¨²s.
Vivir por encima del nivel medio
Todo ello ha configurado que el nivel de consumo por habitante en Marbella sea el m¨¢s elevado del pa¨ªs y que los precios, desde un helado hasta una carrera en taxi, resulten el doble de caros que en los restantes centros tur¨ªsticos de la costa. El nivel de vida es muy superior al normal y a los que viven de su trabajo les cuesta seguir el status marcado por la ¨¦lite for¨¢nea. La moralidad de Marbella poco tiene que ver con las costumbres tradicionales espa?olas, pero nadie se escandaliza de nada. Incluso el cura de la parroquia de la Virgen Madre, un hombre que repele la sotana y comparte su iglesia con los anglicanos, los protestantes o los luteranos, no pone peros a la moda del top less.El problema reside a nivel individual, en el ritmo de consumo que se impone cada marbell¨ª, muy dif¨ªcil de calibrar para no dejarse arrastrar por el que han impuesto los extranjeros. Este tema fue resumido por el responsable del casino de Marbella: ?Si un ¨¢rabe se deja en la ruleta diez millones en una s¨®la noche, no pasa nada; al contrario, son divisas para el Estado espa?ol, pero cuando llega el camarero al casino despu¨¦s del trabajo y pierde el salario de todo el mes...?
De todas formas, el casino contribuye en un 5% en la financiaci¨®n del Ayuntamiento y tal vez sea la Corporaci¨®n municipal de Marbella de las pocas que han devuelto ochenta millones al Ministerio de Hacienda, porque a Paco Cantos le pareci¨® que sobraban.
El martes: Almusafes (Valencia)
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