Enrique Broglia
Nueva aparici¨®n del escultor uruguayo Enrique Broglia en su ininterrumpido proceso de integraci¨®n a la panor¨¢mica del arte europeo contempor¨¢neo: grabados, collages y, sobre todo, esculturas, que son la parte m¨¢s vibrante y enriquecedora de su quehacer, vienen a demostrarnos el espectro ampl¨ªsimo de un dilatado horizonte de formas, de un rico universo con el que el artista enfrenta igual la realizaci¨®n del monumento p¨²blico que el peque?o montaje de elementos dentro de una unidad de estilo.Hombre de esta ¨¦poca, su fuente de inspiraci¨®n no es id¨ªlica, sino tensa y dolorosamente resignada. El empedrado algunas veces caprichosamente verticalizado de las calles, la ruptura de una forma para dar nacimiento a otra, son las evidencias de una l¨²cida toma de conciencia; en cada momento, para bien o para mal, muere un mundo y nace otro, desaparece un rinc¨®n placentero de la ciudad casi milenaria y viene a sustituirlo otra forma distinta que si la sabemos ver nunca estar¨¢ exenta de belleza.
Galer¨ªa Ynguanzo
Antonio Maura, 12.
Pero este proceso de constante renovaci¨®n, de ininterrumpida ruptura, se convierte en las manos de Broglia en un ampl¨ªsimo repertorio de inc¨®gnitas, que son al mismo tiempo, en la profundidad de sus planteamientos f¨ªsicos, soportes de im¨¢genes y aseveraciones de la forma.
A esta cr¨®nica destructora y esencial nada se escapa; Broglia da testimonio de la ruptura de viejas medallas conmemorativas, del desgarramiento de un s¨ªmbolo solar, de unas alas nacidas para ins¨®litos vuelos. Y en un momento determinado, la Luna se parte en dos, se fracciona y se fragmenta como si los ingenios exploradores la hubieran herido de manera contundente e inevitable hasta su coraz¨®n y su esencia. Y esta Luna doliente, que no es ya el impasible contertulio de un pierrot decimon¨®nico, sino el espejo atribulado de una humanidad que rompe sus modos de vida milenarios para buscar ansiosamente otros, es el gran estandarte, la inm¨®vil bandera que el escultor uruguayo propone entre el humanismo y la desesperaci¨®n.
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