Travest¨ªs
Los acad¨¦micos dicen travest¨ªes, pero los travest¨ªs dicen travest¨ªs. Entre la Academia de la Lengua y la academia de la calle, me parece que esta palabra (esp¨²rea en s¨ª, como el oficio que nombra) ya no vamos a salvarla. Los travest¨ªs est¨¢n siempre en la Castellana, esquina a Mar¨ªa de Molina, apoyados (apoyadas) contra la esquina o seiitados en el morro de un coche.Son el nuevo comercio sentimental de la noche madrile?a. Algunas veces dejo a Jos¨¦ Luis de Vilalionga a la puerta de su casa, que es por ah¨ª:
-Cuidado, Jos¨¦ Luis, que t¨² eres dulce carroza para ese personal.
Y se mete en seguida en casa.
Antiguos que somos. Yo lo que recuerdo en la Castellana es o era la prostituci¨®n femenina de los aguaduchos, aquella cenefa de meretrices antiguas y se?oriales que le hab¨ªan tirado de la manga sin brazo, in¨²tilmente, a don Ram¨®n del Valle-Incl¨¢n.
Luego, con Franco, tiraban de la manga de la chaqueta blanca, tipo Conde Ciano, de los hombres del Movimiento. Eran las que nos daban un amor aguado de aguaducho, porque no hab¨ªan llegado a entrar (o porque las hab¨ªan echado ya, ay), en los escasos y herm¨¦ticos cabarets de la Castellana. Hoy, para la joven pinchota, entrar en prostituci¨®n es casi tan casto, antiguo y aburrido como entrar en religi¨®n. De noche, en Madrid, lo m¨¢s que se encuentra en mujeres son hombres.
Hace casi veinte a?os, en ese tri¨¢ngulo de verdor que hay a la entrada de Mar¨ªa de Molina, yo pas¨¦ alguna noche de verano sin sue?o, huyendo de la pensi¨®n torrefacta y sinti¨¦ndome ya, s¨®lo por eso, una especie de beatnik, que es lo que se era entonces. Ahora veo ah¨ª mismo a los nuevos travestis, con sus botas loewe de rebaja, sus maquillajes nocturnos y sus pelucas acu?adas en oro por un Ruper falso.
Suelen anudarse la camisa por encima del ombligo, pese al fr¨ªo, y son Merlines de cintura, como los ni?os anfibios de Garc¨ªa Lorca. En el travestismo indeciso, logrado y malogrado de estos hijos putativos de la noche madrile?a, toda la duda antimet¨®dica de una sociedad, la nuestra, de una sexualidad, la nuestra, de una democracia, a nuestra, de una ¨¦poca, la nuestra, que ha perdido eso que Tierno llama las referencias ¨²ltimas, pero que tampoco puede ni quiere volver ya a las referencias primeras, contumazmente programadas y ofrecidas por la teletonta en figura de filmaci¨®n con capuchortes y tambores romanos. Olvida los tambores, Salgado, t¨ªo.
Travest¨ªs de ahora mismo, sexualidad ¨²ltima y err¨¢tica de un Madrid sin spleen que ha sustituido la melancol¨ªa por el horterismo y que corre a morir en la cuadr¨ªcula de las estad¨ªsticas de Tr¨¢fico corno la mariposa en el caza-mariposas. Aquellas meretrices de Ia avenida (sin luz) del General¨ªsimo, nos parec¨ªan lo ¨²ltimo en depravaci¨®n cosmopolita, algo as¨ª como les misterios de Madrid, y los sabemos que lo canalla es s¨®lo la miseria que se cree fascinante, y que estos adolescentes de malla y revIon, que se creen fascinantes para la mano temblorosa del fr¨ªo, no so a sino la nueva forma de miseria sexual y comercial de una neodemocracia que, cuidando los modos fomenta las modas. Las peores.
En treinga siglos, no tia sabido nuestra cultura qu¨¦ hacer con la prostituci¨®n femenina. ?Vamos a tardar otros treinta en redimir, resolver y entender la prostituci¨®n masculina? El nacionalfranquismo ignoraba la prostituci¨®n en sus reivindicaciones sociales de discurso) mientras cobraba impuesto de las casas de lenocinio. Gais, travest¨ªs, homosexuales, son reprimidos, perseguidos (acaba de prohibirse, un congreso al respecto) por nuestros liberales novoeurope¨ªstas, pero se les consiente en sus formas peripat¨¦ticas y mendicantes. Lo que pasa en la calle, parece que no pasa. S¨®lo pasa lo que pasa en las Cortes, que es donde no piisa nada.
Los travest¨ªs de la Castellana son la flor ¨²ltima, sucia y joven de una sociedad permisiva que no permite, ni se permite casi nada. Los travest¨ªs de la Castellana no tienen otra libertad que la que ellos se toman. En esto, todos somos un poco travest¨ªs.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.