El extasis y el bingo
El Maestro Perfecto, un fakir puntiagudo, se encarama en el Arco del Triunfo hasta colocarse junto al auriga de los cuatro caballos desbocados y, desde all¨ª, lanza el alarido de la oraci¨®n de media tarde, a la hora en que cae el sol y se abren los bingos. Los fieles se ponen de rodillas en la Universitaria o en el lugar donde les coge el grito, dando el trasero a la ciencia impartida por fil¨®sofos y la cabeza orientada hacia Ventas, por donde todo seguido, m¨¢s all¨¢ de la base de Torrej¨®n, por la ruta de los bombarderos, se llega a la India. Este sentido del cuerpo postrado con el cerebro dirigido hacia el Este es una teor¨ªa moderna de la m¨ªstica. Con largas ondas de una especie de gregoriano, el Maestro Perfecto dice que hay que relajarse y tomar alpiste antes de probar suerte.Que haya paz. Sobre todo que haya paz. El fakir est¨¢ feliz encaramado en el Arco del Triunfo entonando la canci¨®n del profeta, porque en un pliegue del turbante aguarda las llaves del Rolls Royce que acaba de comprar esa misma ma?ana. Sus fieles, arrodillados en las aceras de la ciudad o en el c¨¦sped de los jardines municipales, con los ri?ones al Poniente, primero, deben tomar semillas para purificar el coraz¨®n y desactivar la mente. Despu¨¦s, el fakir, al final de la plegaria, promete que habr¨¢ aparatos para todos. Los fieles podr¨¢n comprar relojes que encienden el a?o, el mes, el d¨ªa, la hora, el minuto, el segundo de su felicidad exacta, cuando aprietas un bot¨®n. Podr¨¢n comprar bol¨ªgrafos que escriben cartas de amor a cuarenta metros de profundidad bajo el agua y esas mantas el¨¦ctricas tan finas que las doblas y caben perfectamente en la mochila para dormir en una ladera del Tibet. Todo, lo podr¨¢n adquirir todo, cualquier instrumento para hacerse dichosos, desde un preservativo rematado con una cresta de gallo hasta una nevera que fabrica los hielos para el whisky en forma de ¨®vulo de una chica de Charly.
El Maestro Perfecto imparte una ciencia difusa entre el hor¨®scopo, la literatura de folleto de herbolario, algunas intuiciones de Buda, el beso a la herradura, la caricia de la pata de conejo, la sonrisa dent¨ªfrica de Dale Carneggie y cuatro salmos penitenciarios de Isa¨ªas. Despu¨¦s de la oraci¨®n de media tarde, el fakir se apea del Arco del Triunfo y se va al hotel para ponerse el uniforme de trabajo: pantal¨®n negro, chaleco a rayas, camisa blanca con pajarita y gorra con visera de b¨¦isbol. El bingo comienza a las siete. Con la tripa fermentada de semillas y plegarias, los fieles, detr¨¢s del Maestro, llenan los salones.
Vamos a ver en qu¨¦ queda eso. El fakir binguero sonr¨ªe dulcemente a la clientela, una clase media cutre formada por viudas, banderilleros retirados, pensionistas con el rimel corrido y los labios pintados en forma de coraz¨®n, jubilados coleccionistas de esquelas. El fakir binguero reparte los cartones que traen escritas las tres preguntas de la esfinge: qui¨¦n eres, de d¨®nde vienes y a d¨®nde vas. Las bolas van saltando en el bombo y en el tabl¨®n se descifra paulatinamente la inc¨®gnita, los fieles asisten al nuevo misterio a trav¨¦s de un circuito cerrado de televisi¨®n. En un rinc¨®n de la nave, un poseso canta la primera l¨ªnea, y cinco minutos despu¨¦s, un estallido gutural anuncia el ¨¦xtasis colectivo con la bajada de un peque?o dios. A medida que sube el nivel magn¨¦tico, el sal¨®n toma un aire de templo adornado con murci¨¦lagos disecados. Y el fakir binguero, desde la tarima de mandos, agita la pata de cabra y los fieles comienzan a entonar la salmodia del entreacto mientras escarban en el bolsillo las pastillas para el orgasmo.
El Maestro Perfecto sonr¨ªe bajo la visera de b¨¦isbol, abre el libro de la sabidur¨ªa y entona una especie de gregoriano: no hay duda que existe esa paz que busc¨¢is, existe ese amor, est¨¢ escrito en el reverso del cart¨®n y es posible encontrarlo. Arrodillaos, hermanos, y cantad bingo todos conmigo. Que alguien apague la luz.
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