Un toro excepcional de Hern¨¢ndez Pla
Plaza de Las Ventas. Tercera de feria. Cinco toros de Hern¨¢ndez Pla, con trap¨ªo, bonitos, encastados, poderosos; el primero, de bravura excepcional, y uno de Marib¨¢?ez (segundo), manso y con peligro. Antonio Jos¨¦ Gal¨¢n: pinchazo baj¨ªsimo y bajonazo descarado atravesado (silencio). Estocada y rueda de peones (pitos). Currillo: pinchazo hondo, rueda de peones y descabello (vuelta protestada). Tres pinchazos a toro arrancado, media atravesada, rueda insistente de peones y cinco descabellos (silencio). Alfonso Gal¨¢n, que confirm¨® la alternativa: estocada contraria y dos descabellos (palmas y pitos). Dos pinchazos y estocada (silencio). Un toro de Torrealta, manso, para Alvaro Domecq (oreja). Presidi¨® mal el comisario Mantec¨®n.No se nos hab¨ªa olvidado el extra?o comportamiento de los toros de Hern¨¢ndez Pla que se lidiaron en la ¨²ltima corrida de Beneficencia, y estamos seguros de que el ganadero llevaba clavada una espina con aquello, pues para el gran p¨²blico y para la mayor parte del taurineo fue un fracaso may¨²sculo.
La verdad es que nosotros ten¨ªamos la mosca tras la oreja, y en la cr¨®nica correspondiente aventuramos la posibilidad de que algo raro y no precisamente legal se les hubiera hecho a aquellos toros. Ahora estamos en disposici¨®n de decir que no hace mucho una persona muy vinculada con el festejo (no el ganadero, por supuesto) nos manifest¨® que ten¨ªa fundadas sospechas de que en los corrales desgraciaron intencionadamente los seis toros.
Meses despu¨¦s de la corrida de Beneficencia, Hern¨¢ndez Pla lidi¨® otra en Toledo, y la verdad es que no nos gust¨® nada. Su comportamiento no fue tan aparentemente manso como en la ocasi¨®n anterior, pero tampoco dio un juego que pudiera rehabilitar la divisa. Y he aqu¨ª que ayer, inesperadamente -pues los antecedentes eran demasiado acentuados-, mand¨® a Las Ventas unos toros preciosos de l¨¢mina, encastados, poderosos y con un ejemplar -precisamente el que abri¨® plaza- de una bravura excepcional.
Hac¨ªa a?os que no ve¨ªamos a un toro encelado con el caballo de manera tan espectacular y contundente. En el primer encuentro, al que acudi¨® lanzado como un rayo, derrib¨® con estr¨¦pito, y con el caballo ca¨ªdo meti¨® la cabeza bajo el peto y all¨ª estuvo varios minutos, sin que hubiera forma de que soltara la presa. Las cuadrillas le echaban los capotes por todos los lados, le coleaban, le empujaban, pero el toro embest¨ªa entregado mientras el picador, sentado en la mism¨ªsima barrera, le castigaba en lo que creemos fue intento de defender al caballo. El puyazo que recibi¨® aqu¨ª el hernandezpl¨¢, tambi¨¦n de varios minutos de duraci¨®n, tuvo que ser atroz.
Como el matador a quien correspondi¨® ese toro incre¨ªble y el director de lidia deben tener la afici¨®n perdida (o a lo mejor no la tuvieron jam¨¢s), en lugar de preocuparse de lidiarlo como es debido se dedicaron a pajarear, y resulta que cometieron la barbaridad de ordenar que la siguiente vara se la pusieran en terreno de chiqueros. All¨ª se arranc¨® de nuevo el toro al galope desde muy lejos, volvi¨® a encelarse con el caballo, al que empuj¨® hacia otros terrenos, y cost¨® mucho hacer el quite.
Todos est¨¢bamos pendientes del toro, porque pod¨ªa ocurrir que nos encontr¨¢ramos con el m¨¢s bravo que haya saltado al ruedo de la Monumental en los ¨²ltimos a?os, y faltaba para confirmarlo su comportamiento en el siguiente puyazo (ya que el anterior, como queda dicho, fue a favor de querencia), pero el presidente, que es un funcionario incapacitado para este cometido, cambi¨® el tercio. Y se acab¨®, con ello, la prueba de bravura. Nos quedamos con las ganas (y quiz¨¢ el ganadero tambi¨¦n, lo cual a¨²n es m¨¢s grave) de saber hasta d¨®nde llegaba la clase de aquel ejemplar. Para la muleta dio un juego extraordinario; era tal su nobleza que se toreaba solo, y Alfonso Gal¨¢n se limit¨® a pegarle pases nada m¨¢s que aseados. En el arrastre hubo una ovaci¨®n clamorosa, flamearon pa?uelos, muchos pidieron la vuelta al ruedo, pero la presidencia se inhibi¨®. La presidencia se har¨ªa notar, en cambio, cuando le regal¨® una orejita a Alvaro Domecq por unas lucidas cabalgadas y un toreo superficial ante el manso de Torrealta. La presidencia -que ostentaba el comisario Mantec¨®n- dio la nota y no dio la talla.
El resto de la corrida, muy bien presentada, ser¨ªa armada y con cuajo, exhibi¨® casta y poder, pero no bravura, y varios toros tuvieron nobleza. De lo cual los espadas ni se enteraron, o si se enteraron no supieron qu¨¦ hacer con ella. Currillo, al tercero, que era estupendo, le tore¨® sin calidad y tuvo la osad¨ªa de dar la vuelta al ruedo a pesar de que media plaza la protestaba. La devolvi¨® en el quinto, pues perdi¨® los papeles ante las dificultades de la res. Alfonso Gal¨¢n mulete¨® voluntarioso al sexto, que era un c¨¢rdeno precioso. A su hermano Antonio Jos¨¦ no le toleraron el ventajismo que quiso emplear en el cuarto -otro manejable e imponente ejemplar- y se quit¨® de en medio al de Marib¨¢?ez, un cinque?o hondo, manso, reserv¨®n y de cui dado. A los tres espadas los despidieron con protestas. M¨¢s que nada, los echaban de la plaza: ? ?Fuera, fuera! ? Ni se puede venir contan pocos recursos a Las Ventas, ni ese era cartel de recibo para la feria de San Isidro, ni hay derecho a que un ganadero se preocupe de criar con esmero toros encastados para que tres indocumentados los echen a perder.
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