El control de los hombres sin rostro
Senador del PSOE por Asturias Miembro del Comit¨¦ Mixto Parlamento Europeo-Parlamento Espa?ol
Salvo en Dinamarca, donde los adversarios de la integraci¨®n en la CEE aprovechan la ocasi¨®n para hacer o¨ªr de nuevo su voz, y en Francia, en la que el tema se ha convertido en cuesti¨®n de pol¨ªtica interna -Francia sigue viviendo en clima electoral desde 1977-, los comicios de los d¨ªas 7 y 10 de este mes han despertado la capacidad de an¨¢lisis de los comentaristas, pero no la movilizaci¨®n de la opini¨®n. Para que una consulta llegue al pueblo, a los pueblos en este caso, es necesario que su sentido sea claro, un¨ªvoco. El alcance de esta elecci¨®n directa al Parlamento Europeo es, por el contrario, interpretable. Encierra muchas cosas en embri¨®n, dimensiones muy importantes, pero a¨²n no explicitadas.
Las interpretaciones y proyecciones son varias. En Alemania, sobre todo por el canciller Schmidt, s¨¦ espera que la elecci¨®n por sufragio universal y la ampliaci¨®n del n¨²mero de miembros -de 198 a 410- desencadenar¨¢ una din¨¢mica que conducir¨¢ a la configuraci¨®n de poderes ampliados del Parlamento: poderes reales y crecientes. En Francia, sobre todo gaullistas y comunistas, recelan que el ¨®rgano representativo de las Comunidades se convierta en instrumento de los intereses expansivos econ¨®micos de su vecino del Rin. Por ¨²ltimo, en Gran Breta?a se adopta una doble -y a la postre pragm¨¢tica- posici¨®n, basada en preocupaci¨®n frente a todo lo que pueda reducir de hecho los poderes del Parlamento de Westminster, pero que encierra la esperanza de que en Luxemburgo se pueda ir desmontando alguna de las pol¨ªticas de la CEE m¨¢s resentidas, en especial la pol¨ªtica agr¨ªcola.
La variedad de interpretaciones, recelos y esperanzas est¨¢ en relaci¨®n con el an¨¢lisis que se haga de los poderes del Parlamento Europeo y de su previsible evoluci¨®n.
Los poderes del Parlamento Europeo
Son pocos y bastante definidos. Su futuro reside en esta definici¨®n, que permitir¨¢ obstaculizar su ampliaci¨®n. En primer lugar, carece de competencia y, a¨²n m¨¢s, de iniciativa legislativa. La ley comunitaria (el reglamento, prioritario sobre el Derecho nacional de los miembros y de aplicabilidad inmediata) emana del Consejo, a iniciativa (en muchos casos y en todos los supuestos importantes) de la Comisi¨®n. La Comisi¨®n propone la decisi¨®n, aut¨®nomamente o requerida por el mismo Consejo. En ning¨²n momento del proceso de creaci¨®n de la norma comunitaria interviene el Parlamento, salvo en el informe preceptivo o solicitado libremente. Su facultad en el proceso legislativo no rebasa, pues, el car¨¢cter consultivo. La m¨¦dula del sistema reside en la relaci¨®n entre el Consejo (los Estados miembros) y la Comisi¨®n, embri¨®n y ¨¢mbito sociol¨®gico de la supranacionalidad. En t¨¦rminos de definici¨®n de poder, entre los representantes de los Estados (ministros en el Consejo y Coreper) y la burocracia de las Comunidades.
La funci¨®n esencial -y el punto de partida para una evoluci¨®n- del Parlamento es el control. Se manifiesta y concreta en la aprobaci¨®n o congelamiento del presupqesto, de las Comunidades, en una especie de debate de investidura para los miembros de la Comisi¨®n y en la posibilidad de censurar a los comisarios, oblig¨¢ndolos a dimitir colectivamente. Asimismo, en las preguntas e interpelaciones. Los comentaristas brit¨¢nicos ponen mucha esperanza en que interpelaciones y debates en Comisiones concedan al Parlamento Europeo un car¨¢cter parecido al de las comisiones especializadas del Senado norteamericano, es decir, el control desde lo concreto. Este control, para que sea entendido y respaldado por las opiniones nacionales, debe hacer inteligible el planteamiento, m¨¢s bien tecnocr¨¢tico, de Bruselas.
Una cuesti¨®n de lenguaje
Podr¨ªa decirse que el control del Parlamento va a tomar la forma de traducir al lenguaje pol¨ªtico general el dialecto especializado de la tecnoburocracia de Bruselas. En nuestra ¨¦poca, la clase dominante est¨¢ compuesta por la alianza de los poderes econ¨®micos, que superan las fronteras, y las tecnoburocracias nacionales, que toman las decisiones concretas. En el caso de las integraciones supranacionales, el poder oscila entre los ¨®rganos de los miembros y la clase administradora de las instituciones comunes. Esta ha creado ya el principal instrumento de control: su propio lenguaje. Bernard Shaw vulgariz¨® la idea de sentido com¨²n que toda clase que controla el poder y la riqueza establece su propio c¨®digo de comunicaci¨®n. El profesor Higgins, en Pygmalion, buscaba descifrar las claves en que se transmit¨ªan los secretos del poder social, no ya en las inscripciones de masones y canteros, como en la Edad Media, sino en los acentos. No hay ning¨²n lenguaje inocente, nos dice Roland Barthes; y el lenguaje tecnocr¨¢tico de Bruselas distancia y, por tanto, conserva el poder dentro del c¨ªrculo compuesto por los ejecutivos de los Estados y la clase comunitaria.
Es necesario un intermediario entre el lenguaje endog¨¢mico de las Comunidades y el lenguaje general pol¨ªtico de la vida de los pueblos miembros. Este intermediario es, y debe ser cada vez m¨¢s, el Parlamento.
He aqu¨ª c¨®mo el paso del lenguaje tecnocr¨¢tico a la lengua franca de las pol¨ªticas nacionales -que los pueblos han elaborado y comprendido desde hace un siglo- se convierte en una condici¨®n del control de la tecnoburocracia por los representantes de los pueblos. (Es evidente, el lector lo percibe, que el lenguaje es algo m¨¢s extenso que las palabras; es la comunicaci¨®n admitida en un contexto cultural; el c¨®digo en que se encierran valores y convenciones.)
La cuesti¨®n del car¨¢cter representativo del Parlamento y de su funci¨®n hist¨®rica reside en que no sea simplemente, como dicen los tratados, un ¨®rgano de las Comunidades. Un Parlamento nacional cualquiera rebasa siempre hist¨®ricamente su definici¨®n constitucional. Jur¨ªdicamente, esto se traduce en que es soberano, y cuando no lo es -cuando es cosoberano, por ejemplo- tiende a serlo y entra en conflicto con otros poderes. En las Comunidades no puede serlo. Pero su funci¨®n est¨¢ en tener puesto un pie fuera de los tratados constituyentes; un pie tanteando el futuro.
El color del Parlamento Europeo
El Parlamento que se va a elegir tendr¨¢, si aciertan las encuestas publicadas hasta hoy, una tonalidad que va desde el gris tecnocr¨¢tico, neoliberal, con sus reflejos verdes cristianos, a un rosa socialdem¨®crata, que se`acentuar¨¢ en brotes bermellones en algunos puntos. Los socialistas de ambas definiciones, talante o latitud (socialdem¨®cratas y tradicionales) constituir¨¢n la primera minor¨ªa, pero sumados todos los que est¨¢n en el centro o en la derecha (liberales, cristianos, conservadores, etc¨¦tera) el tono predominante ser¨¢ el del centro derecha.
No quiere decir lo anterior que la actuaci¨®n del Parlamento sea en el futuro invariablemente conservadora. Sin el aglutina nte del voto, al no aprobar las leyes, sus com¨ªsiones se inclinar¨¢n a una u otra tendencia, conforme el planteamiento de los temas y la participaci¨®n de sus miembros. Una seria cuesti¨®n es si los grandes nombres que se presentan a la elecci¨®n directa ser¨¢n asiduos contribuyentes a las tareas del Parlamento Europeo.
El reto para los socialistas
Dondequiera que un socialista posa la vista se topa con un reto. Ser socialista en nuestro nivel hist¨®rico consiste en la dificil y estimulante tarea de no renunciar a la instauraci¨®n de un modelo de sociedad substancialmente diferente (no corregido, sino diferente) y actuar desde la situaci¨®n concreta actual mediante un impulso legal al proceso hist¨®rico. Frente a una Europa iniciada en base a supuestos neoliberales, la transformaci¨®n requerida se presenta, de entrada, con dimensi¨®n continental. Los distintos grados de desarrollo capitalista en los pa¨ªses europeos, aun entre los ,miembros de la Comunidad, y las diferentes tradiciones pol¨ªticas, la misma estructura sindical, hace dif¨ªcil la elaboraci¨®n de un-solo patr¨®n de an¨¢lisis y pr¨¢ctica socialistas. Pero -y el Parlamento Europeo presenta la oportunidad para ello- a los esquemas nacionales y subrregionales de socialismo se une, como una necesidad, la elaboraci¨®n de un modelo continental. A este modelo vamos a contribuir los socialistas espa?oles, no ya desde el momento de la adhesi¨®n a la CEE, sino ahora mismo con las formas de participaci¨®n que el Parlamento nos permita y a trav¨¦s de la cooperaci¨®n con los socialistas de los otros pa¨ªses.
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