La cultura espa?ola: ?mito o tauromaquia?
No s¨¦ si lo habr¨¢n notado ustedes, pero comienza a espa?olearse de nuevo. De pregunta nacional a respuesta cultural, pero Espa?a y ol¨¦ sigue siendo una y a ti te encontr¨¦ en la calle, antes de que pasara el cortejo de los Reyes Magos y Cat¨®licos. Una y diversa, faltar¨ªa m¨¢s: desde hace mucho sabemos que ?a todo lo largo y lo ancho de su geograf¨ªa (hoy cultura), Espa?a es rica y varia dentro de su unidad de destino en lo universal?, seg¨²n ten¨ªa la amabilidad de informarnos oportunamente la voz de Mat¨ªas Prats en los No-Do de hace unos pocos lustros. Ahora ya no se trata de reivindicar el Imperio en el que no se pon¨ªa nunca el sol -?qui¨¦n lo pillara!-, ni siquiera el Estado en su m¨¢s f¨¦rrea faceta centralista, ni de combatir la leyenda negra creada por la conjura internacional y la anti-Espa?a separatista y mas¨®nica. No; ahora hay que romper una lanza por el gigantesco molino de la cultura espa?ola, ya que Espa?a -s¨¦palo quien quiera saberlo- es una unidad de destino en lo cultural, y el resto es ignorancia y crujir de dientes. Verdad irrefutable contra la que se estrellan tanto la conjura pol¨ªtica de los separatismos (hoy nacionalismos), como la cerrilidad ignara de la izquierda, es decir, los vascos, los catalanes, don Alejandro Rojas-Marco y los partidos socialistas y comunistas que les. bailan el agua de borrajas. Porque sepan que ?es la izquierda la. que crea, la que fomenta esa pol¨ªtica cultural nacionalista- regionalista. Y cuanto m¨¢s a la izquierda, m¨¢s. ?Claro que de esta. pol¨ªtica reaccionaria es la dere.. cha la que saca tajada, pero vaya a saber usted a estas alturas qui¨¦n es la derecha de marras: lo mismo que se puede ser republicano de la II Rep¨²blica, pero mon¨¢rquico frente a la posibilidad de la tercera, se puede ser tambi¨¦n progresista de Fraga como mal menor frente a los horrores de Telesforo Monz¨®n. De modo que a espa?olear se ha dicho. Las enumeraciones de glorias ilustres a las que les ?doli¨® Espa?a? (y no Extremadura o Galicia) se acumulan en el edificante t¨²mulo dorado de la letra siempre viva de la patria; Federico Garc¨ªa Sanchiz y Ricardo Le¨®n se desperezan. y, junto a los neogarcilacismos de div¨¢n en auge (pace Dionisio Ridruejo), se apuntan al revival de los felices cuarenta, presentado, no faltar¨ªa m¨¢s, como vanguardia cultural frente a retr¨®grados y desestabilizadores.?Existe una cultura espa?ola? La respuesta es obvia y, por tanto, enga?osa. Hay una cultura espa?ola, como hay una cultura vasca o una cultura marroqu¨ª, como hay una cultura europea y una cultura occidental, como hay una cultura contracultural y una cultura del barrio de Malasa?a, como hay una cultura cat¨®lica y una cultura confuciana, como hay una cultura de la pobreza y un Ministerio de Cultura. Cada cual corta el pastel de la continuidad confusa e indistinta por donde le pete; cada cual apellida a la cultura desde sus ilusiones, sus ambiciones o sus proyectos. Pero la decisi¨®n que m¨¢s cuenta, la que lleva todas las de ganar en cada determinado per¨ªodo hist¨®rico, es la decisi¨®n calificadora del Estado vigente: no s¨®lo prevalecer¨¢ e impondr¨¢ su unificaci¨®n abstracta sobre las muy concretas diversidades que administra, sino que elevar¨¢ este aunamiento a mito, le conceder¨¢ verosimilitud ontol¨®gica, lo convertir¨¢ a la vez en sobrenatural -la Espa?a eterna- y en natural -reflejo de una geograf¨ªa, clima o raza tan instituido como cualquier otra convenci¨®n significativa-. La cosa es as¨ª de sencilla y as¨ª de compleja: hablar de cultura sevillana suena m¨¢s arbitrario o absurdo que hablar de cultura espa?ola, porque hubo y hay un Estado espa?ol, pero no un estado sevillano; decir que sevillanos, catalanes, vascos y tinerfe?os comparten todos una misma cultura ?espa?ola? es algo justificado exclusivamente por un determinado avatar pol¨ªtico, elevado por necesidades simb¨®licas a la dignidad m¨ªtica. Cada nuevo apellido puesto a la sufrida ?cultura? se?ala el nacimiento de un nuevo designio o proyecto, pero no el descubrimiento de un nuevo inquilino en el topos uranos de las entidades inmutables: los que aspiran a acabar con los nacionalismos estatuidos hablar¨¢n de ?cultura europea?, de ?cultura occidental? o de ?la gran cultura iberoamericana?; los que pretenden combatir la abstracci¨®n estatal desde la reivindicaci¨®n independizadora de lo diferente propugnar¨¢n la ?cultura catalar¨ªa?, o la ?cultura vasca?, o la ?cultura andaluza?. Naturalmente, nunca faltan apoyos ?objetivos? para sustentar cada uno de estos calificativos, bas¨¢ndolos en realidades ling¨¹¨ªsticas, ¨¦tnicas, folkl¨®ricas, gastron¨®micas, religiosas, productivas, etc¨¦tera..., pero a fin de cuentas es la decisi¨®n unificadora o independizadora la que cuenta, el deseo de englobarse en un todo con el vecino o con el conquistado frente a la pasi¨®n delimitadora, diferenciadora y segregadora. ?Aceptamos la Espa?a, Una, Grande y Libre como glorioso proyecto a defender frente a Europa y el mundo? Pues Mos¨¦n Jacinto Verdaguer y Lope de Aguirre ser¨¢n, dentro de su peculiaridad y por ella, espa?ol¨ªsimos. ?Queremos que Catalu?a o Euskadi recobren una entidad propia que se les ha negado o prohibido? Pues entonces Verdaguer y Lope se convertir¨¢n en adelantados de la identidad cultural que se busca. Y que conste que no hay una opci¨®n ?buena y justa?, mientras la otra es mala y caprichosa: tan m¨ªtica y verdadera es Espa?a como Euskadi, tan natural y tan artificial Catalu?a como Castilla, tan distinto y vocacionalmente proyectado el Imperio Austro-h¨²ngaro como el barrio de Malasa?a. La valoraci¨®n se har¨¢ desde lo que uno quiere, desde la idea-fuerza de la vida que uno cree digna de ser vivida, desde el sue?o comunitario en el que cada cual quiere saciar su af¨¢n de inmortalidad y plenitud.
Hace pocas semanas ironizaba con gracejo Julio Caro Baroja,en una conferencia pronunciada en Donosti,contra quienes parecen suponer que el ?espa?ol? y ?Espa?a? son arquetipos eternos que preexisten a la organizaci¨®n pol¨ªtica de la naci¨®n y que, desde el alba de los tiempos, cualquier ibero que recorriese la piel de toro que mucho m¨¢s tarde terminar¨ªa por ser Espa?a, ya era ?espa?ol¨ªsimo ? por misterioso decreto de la providencia. Resurge ahora, afirmada dogm¨¢ticamente, la misma inveros¨ªmil historia: ?No es Espa?a, como naci¨®n o Estado, la fuente imprescindible de la cultura espa?ola, sino al rev¨¦s: es la cultura espa?ola la que alimenta la idea mism- a de Espa?a. ? Evidentemente, estos dislates no son patrimonio exclusivo de los nuevos Garc¨ªa Sanchiz que otra vez nos espa?olean, sino que se oyen cosas parecidas en el lado de los separatistas-nacionalistas, obsesionados por buscar la ?esenc¨ªa eterna? de Euskadi, de Catalu?a o de Le¨®n, y de perseguir se?as de identidad culturales que prueben la preexistencia inmemorial de unos mitos pol¨ªticos -no hace falta decir que empleo la palabra ?mitos? sin asomo de matiz peyorativo, antes al contrario- que en realidad han nacido precisamente contra una determinada situaci¨®n estatal relativamente reciente en lo hist¨®rico. Porque quiz¨¢ la idea misma de Espa?a haya nacido en contradicci¨®n y resistencia contra lo que Espa?a como Estado era; quiz¨¢ una de las caracter¨ªsticas m¨¢s notorias del fen¨®meno complejo de la conciencia espa?ola sea constituirse en rebeli¨®n y ment¨ªs de lo que la idea de Espa?a como otro Estado moderno de la moderna Europa significa; y por eso quiz¨¢ cumplen mejor como espa?oles los que hoy luchan por dejar de serlo al modo establecido que quienes aspiran como ¨²nica y patri¨®tica meta a convertir Espa?a en una ficha m¨¢s del domin¨® de la OTAN o del Mercado Com¨²n. Pero volvamos a lo de la cultura. Es obvio que la determinaci¨®n de la cultura por alg¨²n gentilicio de Estado que fue grande e imperioso puede dar a ¨¦sta amplitud, riqueza y elevaci¨®n; adem¨¢s, no siempre ha de prevalecer el juicio moral te?ido de resentimiento que descalifica a los conquistadores y exalta a los vencidos y sometidos exclusivamente por el hecho de serlo: los justicieros impulsos a favor de Vercing¨¦torix no deben oscurecer la noble admiraci¨®n debida a C¨¦sar, que es quien escribi¨® la historia victoriosa de su doblegamiento. Pero hoy hay muchas razones a favor de preferir apellidos m¨¢s ce?idos y distintivos para las comunidades culturales, varias de las cuales son tambi¨¦n v¨¢lidas para combatir el rostro del Estado nacional tal como ahora se le conoce. Negarse as¨ª a espa?olear no es un desacato a alg¨²n numen eterno al que se debe cultural pleites¨ªa, tal como ayer se le debi¨® pol¨ªtico acatamiento, ni tampoco una muestra de cerrilismo ignorante e izquierdista (si alg¨²n cretino descalifica a Cervantes por ?espa?ol? o cree que escribir en castellano comporta inevitablemente vicios morales, carguemos sus bobadas a la larga cuenta de quienes tanto y tan largo nos espa?olearon), sino vivo y estrat¨¦gico inter¨¦s por aquellas virtudes que Franz Kafka se?al¨¦, en su defensa de las literaturas nacionales: ?Vitalidad, falta de coacci¨®n y popularidad.?
Recientemente, se nos revelaban por en¨¦sima vez, en prosa diarreica, los espantos b¨¢rbaros de la fiesta taurina. Se reprochaba a todo un se?or ministro de Cultura el haberse interesado por un festejo contaminado por la corrupci¨®n -a diferencia de los ministerios, las universidades, el periodismo y el Congreso-, que hace tiempo deb¨ªa haber sido sustituido por conferencias gratuitas sobre civismo cara a los pr¨®ximos comicios, ¨²nico remedio contra el creciente pasotismo de nuestros males. Y uno vuelve entonces a cobijar la cultura de estas tierras baj¨® las astas esperp¨¦nticas y fogosas del toro, que son desaf¨ªo y defensa frente a la asepsia uniformizadora, la rutina racionalista y los viejos valores eternos defendidos por nuevos castizos cuyo conservadurismo ilustrado suena a todo menos a espa?ol.
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