La ciudad y la ni?a
La ni?a, unos cinco a?os, est¨¢ en la plaza de Opera o de Isabel II, plaza de mutilados y de m¨²sicos, la ni?a est¨¢ sobre la rejilla del Metro, que eleva su faldita, con un fragor de entrecruces ferroviarios, all¨¢ abajo, y hace de ella camp¨¢nula" bot¨¢nica infantil, y hace cometa ondeante la largu¨ªsima tira de papel que la ni?a sostiene entre el cielo y la tierra.Y la ciudad en torno, Felipe el Optativo, ministro acaso de Asuntos Exteriores, me dicen mientras miro a la ni?a, porque eso fortalece a Su¨¢rez, su Gobierno, y aleja al socialista de ¨¢reas m¨¢s delicadas, interiores, o el cura Llanos, que viene de Vallecas a operarse de edad y cataratas:
-Les andan con sermones a los chicos del barrio. Lo que ellos quieren, Umbral, es porro y t¨ªas.
Lo que esta ni?a quiere, lo que ha inventado en la ciudad sin juegos para ni?os (o¨ªdo, Tierno) es que el fuego infernal juegue con ella, que del aliento rojo de dos millones de madrile?os que por all¨ª adentro viajan, le suba como un soplo divertido la brisa honda y podrida que levanta su falda y hace volar, en el cielo segado del julio madrile?o, su cometa inventada de ni?a de la portera.
He estado un rato mir¨¢ndola.
Eramos ciento y pico en el entierro del poeta Blas de Otero, bajo la lluvia de las antolog¨ªas, pero eran 5.000 gentes las que quer¨ªan entrar al Centro de la Villa para un acto folkl¨®rico, anch¨ªsimo, en memoria del ¨¢ngel comunista que hubiera querido estar aqu¨ª conmigo, plaza de Isabel II, viendo como una ni?a vuela con su cometa en un aliento de trenes e inmensa mayor¨ªa.
Luis Berlanga, en su casa, me pasa Las chicas de la Fox, que lo dieron por la tele (yo no veo) y lo tiene regrabado, y Shirley Temple baila, r¨ªe para nosotros en la memoria sepia, que es la memoria del cine, paralela sin saberlo de otra ni?a -?quiz¨¢ la misma ni?a?- que bailaba esta tarde en la hoguera invisible, en la llama del Metro, tan adorable y fugaz como la estrella, pero con un futuro de buhardilla. Tomo la caracola del Caribe que me ha tra¨ªdo Susanita Olmos (regalo del socialista catal¨¢n Rodolfo Guerra) y escucho su rumor, pero comunica siempre con la Moncloa, y digo yo que todo el socialismo, y todo el mar debe ser la incesante marea laboriosa que nos d¨¦, cuando menos, una caracola trabajada por la imaginaci¨®n del tiempo, una idea, que lo grande viene obligado a esforzarse en lo peque?o, los logros cotidianos, los milagros, cometa o caracola, algo para la ni?a madrile?a y pobre que ni siquiera sabe qu¨¦ ha votado su padre, si ha votado. La ciudad y la ni?a, la ni?a en su ciudad -tarde de julio-, sostenida en el aire por el trueno candente y el esfuerzo de hierros de all¨¢ abajo.
Senegal es la moda para veranear sin bombas este a?o, ya la guerrilla urbana ha entrado hasta el coraz¨®n de Madrid, barrio de Malasa?a, haciendo un muerto, mientras Sylvie se me queja de que en su restaurante no entra nadie porque L¨®pez Izquierdo y otros alarmistas hebdomadarios hablaban de una violencia que no hab¨ªa en Maravillas, barrio pl¨¢cido como en los libros de do?a Rosa Chacel, hasta que esa violencia la han llevado en la moto nocturna que divide la noche imparcialmente.
Chichina Pastega y Mil¨¢ns del Bosch habr¨¢ tenido ya su ni?o, que as¨ª me lo anunciaba por tel¨¦fono, ni?o que nace justo a los cien d¨ªas de Su¨¢rez, como el Estatuto vasco.
-Sigue llev¨¢ndoles a su terreno. Vienen todos a negociar a la Moncloa.
No s¨¦ si es un elogio o un reproche. Miro la nifia que levita y juega. Tiene la ciudad en torno, mareada de rebajas y rumores. Espa?a no est¨¢ clara, la democracia no est¨¢ clara, aunque 5.000 gentes quieran escuchar a un muerto repartido, Blas de Otero -?qu¨¦ otro plebiscito en favor de la poes¨ªa y el hombre?-, y he temido un momento por la ni?a que vuela, por la Alicia de Opera y su futuro en este rudo pa¨ªs sin maravillas.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.