Maravillas
Maravillas, barrio de tiempo y tejas, hay que tirar el barrio, demolerlo, mala sa?a contra Malasa?a, porque se puede especular, se debe especular, es una pasta, as¨ª que el chico, hacia las nueve de la noche, cuando los potros de julio abrevan ya la luz ¨²ltima por detr¨¢s de Callao, el chico, digo, anuncia lo que pasa, y se inicia la marcha, paso c¨ªvico, pero hay guardias desordenando las letras, y el quiosquero cierra el quiosco a toda vela, baja el cierre met¨¢lico, macho, que aqu¨ª se arma.Maravillas, spleen, Madrid de anta?azo, una zona a tirar, a demoler, el coraz¨®n antiguo y caro de Chamber¨ª, ah¨ª queda eso, pero mire usted que vinieron los pasotas, la juventud que pasa, le dieron nueva vida al barrio, lo pintaron, y ah¨ª est¨¢ la flor azul de titanlux, golpeada por la furia, ensangrentada, una noche de v¨ªctimas, un muerto, y las viejas maderas de costumbre y carcoma, recosidas alegremente con el pespunte rojo del geranio. Hay que acabar con eso, fuera barbas.
Hacia las nueve horas de la noche, cuando el crep¨²sculo de julio pone corzas desva¨ªdas en el cielo, perdidas ya entre la sombra y las hogueras, la chica injuriada ense?aba su pierna, levantaba su falda, dadme aqu¨ª, los hombres de Ros¨®n poniendo paz, una paz oficial y vigila da en la paz tan antigua de la plaza.
-?C¨®mo ha ido lo de Malasa?a? -pregunta Tierno desde el restaurante, por un circuito de polic¨ªas y antenas.
-Todo ha ido bien, se?or alcalde, todo en orden.
Era cuando el viejo barrio es taba ya tomado, estaba en armas, y no ha pasado nada, salvo un inv¨¢lido que se queja de algo, las viejas con sus sillas hacia el cielo y un muerto de hace d¨ªas (son ya tantos los muertos) flota en el clima c¨¢lido y regado.
Lleg¨® la juventud, un d¨ªa, a este barrio, buscando las acacias m¨¢s aldeanas, pero los alarmistas cierran bares, se plantan a deshora en la noche de autos, de qu¨¦ autos, ?y el cuerpo del delito? No hay delito, barrio de Maravillas, maravillosamente pobre y viejo, maravillosamente no-maravilloso, que hay que tirar, echar abajo, malvender, con aquel artefacto, tan ingenioso, que ten¨ªa Garc¨ªa-Lomas para los derribos.
Se han reunido los chicos y las chicas a discutir el tema en una casa, hay una basca ciega que lo sufre en silencio, pero hay un movimiento vecinal, viejos de poca pensi¨®n, clases pasivas de la media tarde. Y Madrid, y Madrid tal como era. Aqu¨ª Eduardo Vicente, aqu¨ª Esplandi¨² (que tanto orinaba el pobre ¨²ltimamente, algo deb¨ªa tener de la pr¨®stata). Quieren vender Madrid, compravender el barrio, ampliar su Sao Paulo tan hortera, extender su Brasilia de pardillos, de modo que los chicos lo han escrito, han pega do carteles, y es el encuentro contracultural frente al inculto pa¨ªs desencontrado, que no se encuentra a s¨ª mismo, sin remedio. Mira la porra el¨¦ctrica, mira la chica dolorosa, mira los detenidos, v¨ªctimas incruentas que se borran en el oro que no era m¨¢s que sombta.
Una hermosa batalla literaria, Caf¨¦ de Ruiz (otros los han cerrado), flor¨®n naif en las viejas guirnaldas grismadriles, el hombre tras el hombre, paso a paso, hasta el Caf¨¦ Comercial, estrella liminar de ocio y espejos. Bajo la hermosa batalla costumbrista, un barrio a demoler, unos talegos, la pastizara que antes corr¨ªa libre, y ahora este desconcierto, este desmadre, el Dos de Mayo de la pasotada contra el d¨®lar gabacho, inmobiliario. Y el orden, siempre, de parte del orden (ponga usted la may¨²scula a la inversa, que tambi¨¦n le sale). Aqu¨ª pas¨® lo de siempre, murieron cuatro romanos (de guardarrop¨ªa) y cinco cartagineses (polisarios).
Cerrada ya la noche, apestillada, la juventud m¨¢s joven, de otro signo, se pasea por el barrio, arranca los carteles populares, quita con mano blanca las consignas, deja ya mudo al pueblo, como siempre. Barrio de Malasa?a, Maravillas, alguien quiere comprarlo, revenderlo, y sobre la estera de la especulaci¨®n se borda una batalla, tan pict¨®rica, de m¨¢rtires de pana frente a las lanzas del crep¨²sculo. Madrid, a lo mejor, no tiene arreglo.
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