Las deficiencias urban¨ªsticas y de servicios caracterizan las villas costeras
Lo que generalmente se denomina calidad de vida es ciertamente un concepto ambiguo y dif¨ªcil de acotar. Sin embargo, parece admitido que se trata de un elemento plenamente incorporado a la realidad de los pa¨ªses desarrollados, precisamente como aspiraci¨®n permanentemente perfectible y factor de diferenciaci¨®n para determinar el grado de desarrollo de una comunidad. Dentro de este concepto cabe incluir casi todo aquello que se relaciona con el urbanismo, el habitat, la ecolog¨ªa y, en definitiva, el conjunto de servicios que el individuo recibe de la comunidad. Tambi¨¦n cabe considerar en el ¨¢mbito de la calidad de vida el acceso al disfrute de unas vacaciones; en definitiva, el turismo como fen¨®meno social de masas.La masificaci¨®n del fen¨®meno tur¨ªstico es un hecho reciente. Coincide con el per¨ªodo de m¨¢ximo esplendor econ¨®mico de la posguerra y es t¨ªpico de los pa¨ªses m¨¢s ricos del Occidente industrializado. El turista no es ya, por tanto, un ser privilegiado, al que necesariamente se deben ofrecer sofisticados atractivos. Pero tampoco puede hallar en sus vacaciones un grado de calidad de vida excesivamente distinto y distante del que incluye su entorno habitual el resto del a?o.
Paranoia especulativa
Las peculiariedades del modelo desarrollista espa?ol, instaurado en la d¨¦cada de los sesenta por el franquismo, no incluyen precisamente una consideraci¨®n excesiva hac¨ªa el cuidado del habitat, ya sea rural o urbano. Las grandes concentraciones urbanas espa?olas no son un modelo de racionalidad ni presentan un super¨¢vit de servicios; antes bien, todo lo contrario. El medio rural, por su parte, padece las consecuencias de un progresivo abandono, causa y efecto al mismo tiempo de los importantes movimientos migratorios de los ¨²ltimos veinte a?os. En este contexto surge el desarrollo de un nuevo medio -el tur¨ªstico-, caracterizado por la improvisaci¨®n y la paranoia especulativa.
La mayor parte de los n¨²cleos tur¨ªsticos espa?oles importantes tienen una vida inferior a los quince a?os. Surgieron, por lo general, en base a peque?as villas de pescadores o a reducidas colonias estivales de la alta burgues¨ªa ciudadana. Una desaforada ansia especulativa, profusamente animada por el triunfalismo oficial, fue el motor esencial del r¨¢pido surgir de grandes moles de cemento y hierro, sin el m¨¢s leve control oficial ni por parte de los entes locales ni por el poder central. Peque?os y depauperados ayuntamientos costeros vieron crecer de repente en torno a ellos grandes monstruos urbanos, capaces de albergar a cientos de miles de personas. Nadie pens¨® entonces en la necesidad de proveer servicios para atender a esas concentraciones urbanas. O, si lo pens¨®, no hizo nada por remediarlo.
El resultado de la imprevisi¨®n y el desorden es manifiesto: el paisaje resulta pr¨¢cticamente irreconocible, las condiciones de habitabilidad de las villas tur¨ªsticas son muy deficientes, cuando no se llega a la carencia de los m¨¢s elementales servicios. Es todav¨ªa reciente la falta de agua padecida por Benidorm o los problemas de alcantarillado de otras localidades de primera l¨ªnea. A fin de cuentas, las poblaciones eminentemente tur¨ªsticas asemejan grandes con centraciones urbanas, situadas al borde del mar y sin ninguna dotaci¨®n para resolver los problemas o atender los servicios m¨¢s elementales.
Pero si la racionalizaci¨®n, el urbanismo y los servicios brillan por su ausencia, mucho m¨¢s grave es la falta de calidad m¨ªnima en las propias construcciones. El boom de la edificaci¨®n en las zonas tur¨ªsticas pill¨® a contrapi¨¦ al sector de la construcci¨®n -escasamente desarrollado-, propiciando la aparici¨®n de m¨²ltiples empresas cuyo ¨²nico fin era la especulaci¨®n coyuntural, carentes de la m¨¢s elemental base t¨¦cnica. Al mismo tiempo, el lema capital del inversor tur¨ªstico -m¨ªnima inversi¨®n y m¨¢ximo beneficio- coadyuv¨® al baj¨ªsimo-grado de calidad de las construcciones en las zonas tur¨ªsticas de la costa.
La concepci¨®n misma de los n¨²cleos tur¨ªsticos como simples almacenes de visitantes junto al mar ha privado tambi¨¦n a las principales localidades costeras de una serie de elementos sustanciales para concurrir con garant¨ªas de ¨¦xito al mercado. As¨ª, muchas localidades han crecido de modo tan irracional que hoy les resulta imposible aco meter la construcci¨®n de un puerto deportivo, unas instalaciones de recreo, un campo de golf o simplemente un mercado para abastecer a la poblaci¨®n de productos alimenticios. Y nadie puede dudar que todos estos elementos forman parte del grado de calidad de vida exigible en un per¨ªodo de vacaciones.
Resulta dif¨ªcilmente permisible que el turista -sea nacional o extranjero- vea sensiblemente deteriorado su habitual nivel de vida durante el per¨ªodo de vacaciones. Es cierto que sus necesidades no van a ser exactamente las mismas, pero muchas de ellas son similares y deben ser tenidas en cuenta. Para ello, no cabe duda que carece de sentido plantear homog¨¦neamente las necesidades de un visitante.
Cada n¨²cleo, precisamente en funci¨®n del tipo de oferta que haya querido incorporar al mercado, deber¨¢ plantearse un c¨²mulo de dotaciones diferente. Otra cuesti¨®n es que casi ning¨²n elemento promotor de una determinada localidad haya escogido un determinado segmento de la demanda para concentrar su acci¨®n. Lo habitual ha sido querer estar en todo, sin acertar a estar en nada, complicando todav¨ªa m¨¢s el tema.
Falta de control oficial
En todo este desmadre, la principal responsabilidad corresponde sin duda al promotor privado, pero los estamentos oficiales no han ido a la zaga. La acci¨®n tutelar de la Administraci¨®n ha sido, y en cierto modo sigue siendo, nula. Unos y otros han propiciado la existencia de aberraciones tan espectaculares como saturar de puertos deportivos una zona plagada de campings y apartamentos y, al tiempo, concentrar hoteles de cinco estrellas en lugares inh¨¢biles para este tipo de instalaciones.
Haber improvisado una infraestructura tur¨ªstica que se sit¨²a ya en cabeza del litoral mediterr¨¢neo, en poco m¨¢s de quince a?os, tiene indudablemente un m¨¦rito que no ser¨ªa justo silenciar. Pero ello no impide constatar los graves defectos de estructura que padece el conjunto de localidades tur¨ªsticas espa?olas. Defectos que, en la mayor parte de los casos, son de dif¨ªcil soluci¨®n, pero que deber¨ªan servir de claro ejemplo para cuantos proyectos futuros se aborden en este pa¨ªs para promocionar nuevas zonas de atracci¨®n tur¨ªstica. Otros, s¨ª pueden y deben ser subsanados prioritaria,inente.
De alguna manera, este pa¨ªs bas¨® en el pasado -y aun en el presente- su desarrollo tur¨ªstico en la proliferaci¨®n de almacenes de visitantes junto al mar, a los que ofertaba exclusivamente una cama, una playa m¨¢s o menos contaminada y un poco de sol. Adem¨¢s de ello, el consabido folklore barato (por calidad, que no por precio), y alg¨²n amago de tipismo, en el peor sentido del t¨¦rmino, pretend¨ªan concitar las apetencias de treinta millones de visitantes todos los a?os, a los que simplemente era necesario abrir la puerta. Si el prop¨®sito de mantener la actual participaci¨®n en el mercado tur¨ªstico no se abandona -lo que no parece aconsejable-, el planteamiento deber¨¢ cambiar. Y no s¨®lo en esto, sino en muchas otras cosas.
Ma?ana, un quinto capitulo, dedicado a las perspectivas futuras, pondr¨¢ fin a la serie.
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