La unidad de la horca
CUANDO EL n¨²mero de ejecutados en Ir¨¢n se acerca a quinientos, en seis meses de poder, el ayatollah Jomeini muestra un gran arrepentimiento: no haber montado horcas en las plazas p¨²blicas desde el primer momento para impedir la existencia de partidos pol¨ªticos y de frentes de oposici¨®n, para colgar a todos los ?corrompidos y conjurados?. No cree que en el pa¨ªs deber¨ªa haber m¨¢s que un partido: el partido de Dios. A lo largo de la historia, y en nuestros tiempos, es muy frecuente la vocaci¨®n de los partidos, que consideran a Dios como su ide¨®logo ¨²nico por el uso de la horca; coincidencia asombrosa desde el punto de vista de la teolog¨ªa, pero suficiente mente comprobada en la pr¨¢ctica, aunque en situaciones de minor¨ªa se limiten a la persuasi¨®n religiosa que se desprende de la porra y la cadena, y a veces de la pistola amparada en la noche o en el recodo de la esquina urbana.Jomeini ha llegado al poder apoyado en un frente com¨²n de oposici¨®n al sha, en el que han estado no s¨®lo todos los partidos pol¨ªticos clandestinos y perseguidos, sino un pueblo que dio lecciones de valor al enfrentarse con el pecho descubierto a los fusiles, y aun a los ca?ones, con los que aquella monarqu¨ªa quiso prolongar su poder. Incluso los kurdos, ahora bombardeados, fusilados, perseguidos, colaboraban desde la lejan¨ªa de su nacionalidad y de sus diferencias a lo que cre¨ªan que pod¨ªa ser el principio de su libertad. El fan¨¢tico jefe religioso ha confundido, sin duda, con un signo de Al¨¢ lo que fue esta acci¨®n com¨²n producida por la situaci¨®n insoportable de un pueblo y la rebeld¨ªa en la que se unieron desde los pol¨ªticos liberales y occidentalistas hasta los restos del partido comunista Tudeh; y en la que colabor¨® de una manera impensada el propio r¨¦gimen tir¨¢nico, cre¨¢ndose cada vez m¨¢s enemigos y perdiendo los apoyos exteriores. Bajo este signo, que se supone de Dios, Jomeini ha realizado toda clase de represiones: desde las ejecuciones sumarias de algunos personajes del r¨¦gimen anterior hasta la opresi¨®n de su pueblo mismo; ahoga los peri¨®dicos, implanta una legislaci¨®n de costumbres que perjudica a todos, reduce las mujeres a la esclavitud, cierra peri¨®dicos, instaura una Constituci¨®n personal, celebra unas elecciones tan falsas y tan indignas como los tribunales populares que mandan fusilar; deja crear, y aun alienta, grupos armados de integristas musulmanes, que realizan depuraciones por su cuenta, milicias paralelas, comit¨¦s isl¨¢micos. Cerca la Universidad, castiga a la juventud. Su iluminaci¨®n le lleva, en el ¨²ltimo discurso -el s¨¢bado pasado-, a amenazar al Ej¨¦rcito y a hacerle responsable por no exterminar a los kurdos. El Gobierno de Mehdi Bazargan, que fue fantasmal desde el primer momento, pero que quiso poner un cierto orden, ya no es nada: quiz¨¢ un residuo de reformismo lento dentro del hurac¨¢n devastador de este nuevo azote que ha ca¨ªdo sobre el pueblo; y a¨²n Jomeini le amenaza con desposeerle y ocupar ¨¦l mismo todos los ministerios.
Se ha comparado a Jomeini con Savonarola. Es otra Edad Media. Savonarola fue un prefascista teocr¨¢tico, que domin¨® Florencia por el terror, pero que sostuvo una especie de orden injusto. A Jomeini el orden se le va de las manos. Su terrorismo produce la anarqu¨ªa y el caos, conduce el pa¨ªs a la ruina. La unidad que puede conseguirse por la horca y la tortura nunca es m¨¢s que ficticia; pero ni siquiera ha llegado a ella. Est¨¢ provocando otra salida: un golpe de Estado, quiz¨¢ una guerra civil. Si el resultado es un r¨¦gimen contrarrevolucionario, como podr¨ªa suceder, y alentado por fuerzas del r¨¦gimen anterior, Jomeini ser¨¢ culpable de traici¨®n ante un pueblo que supo hacer una revoluci¨®n y que ha sido enga?ado por la persona a quien se la confi¨®.
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