Los desastres de la guerra
Apocalypse Now.?Yo s¨¦ tus obras y tu trabajo y tu paciencia; y que t¨² no puedes sufrir los malos, has probado a los que se dicen ser ap¨®stoles y no lo son, y los has hallado mentirosos... Y los has sufrido y has tenido paciencia y has trabajado en mi nombre y no has desfallecido.? Tal escribi¨® San Juan el te¨®logo, tal parece decir Francis Coppola, refiri¨¦ndose al pueblo del Vietnam, en su nuevo apocalipsis.De todas las historias que el cine americano ha realizado sobre dicho tema, desde que su censura alz¨® la mano, ¨¦sta es, sin duda, la menos maniquea; sobre todo, en sus dos primeras partes. A lo largo de ellas y al filo de una aventura no demasiado original, su realizador nos va contando los desastres de una guerra no s¨®lo injusta, sino total, psic¨®pata, empe?ada en la defensa de prestigios absurdos cuando no de intereses comerciales. Quiz¨¢ por ello, y no se sabe bien si a prop¨®sito o no, sus momentos mejores son aquellos en los que el falso reportaje, o por mejor decirlo, el documento recreado con gran sabidur¨ªa y medios excepcionales, nos hace ver c¨®mo poblados m¨ªnimos fueron borrados, masacrados, en una org¨ªa mezcla de ira y deporte, capaz de arruinar a un tiempo la vida de las v¨ªctimas y la moral de los mismos agresores.
Gui¨®n de John Milius y Francis Coppola
Direcci¨®n: Francis Coppola.Int¨¦rpretes: Marlon Brando, Robert Duval, Martin Sheen, Frederic Forrest, AIbert Hall, Sam Bottoms, Larry Fishiburne, Dennis Hopper. EEUU. Dram¨¢tico. 1979. Locales de estreno: Capitol, CarIton Luchana 1, AIb¨¦niz
Este monumental apocalipsis de napalm y helic¨®pteros resulta as¨ª un espect¨¢culo b¨¦lico total, raramente alcanzado por la t¨¦cnica cinematogr¨¢fica. La llegada de las artistas invitadas para aliviar la tensi¨®n de los soldados, el encuentro con el basti¨®n perdido en plena jungla entre bengalas, paranoia y altavoces, son otras tantas piezas maestras en el peregrinaje del capit¨¢n protagonista, r¨ªo arriba, en busca de un coronel loco al que es preciso arrebatar el mando o borrarle del mundo de los vivos.
Hay en estas dos primeras partes personajes trazados con acierto pleno, entre el sarcasmo y la violencia, como la tripulaci¨®n de la lancha o ese oficial de caballer¨ªa que, con su tropa de helic¨®pteros, explica por s¨ª solo la pel¨ªcula, y hay, sobre todo, un no callarse nada de un secreto a voces.
Mas a medida que el capit¨¢n progresa r¨ªo arriba, seg¨²n se aleja del Vietnam para entrar en Camboya, tambi¨¦n el rumbo de la historia cambia. El relato que hasta entonces fue la b¨²squeda y captura de un mando enloquecido, a pesar de su carrera plena de m¨¦ritos y condecoraciones, al luchar por hacerse trascendente, se adentra, como en la pantalla, en un r¨ªo de cautas, cuando no calculadas, prevenciones. La historia, que ya pesa a ratos por un exceso de narraci¨®n oral, es como si nos fuera preparando para ese encuentro que pronto adivinamos, enfrentamiento entre el bien oficial y el mal convencional, que, a la postre, se re¨²nen y admiran a la sombra de Nietzsche.
El hombre y su destino
Coppola, que es, evidentemente, un autor ambicioso, no pod¨ªa realizar un simple y claro alegato sobre la guerra del Vietnam ni mucho menos justificar el mal con la locura, como sucede en tantos filmes mediocres. Conocedor y admirador del cine europeo y de Conrad, ha metido en su excelente redoma, junto a los excelentes pasajes antes citados, una particular interpretaci¨®n del hombre y su destino, que, desde Lord Jim hasta hoy, suele ponerse en curso para dar peso espec¨ªfico a cierto tipo de narraciones.Conrad, como se sabe, no era precisamente un escritor social, tal como hoy lo entendemos. Ultimo ep¨ªgono del romanticismo, su lucha fue la del hombre en solitario enfrentado al destino, a su gente y su medio. Quiz¨¢ a ello se deba el hecho de que el protagonista de sus obras sea, antes que el hombre mismo, aquello que le aprisiona y le rodea. Pero en el cine, que es un arte objetivo, resulta dif¨ªcil llegar m¨¢s all¨¢ de la fr¨ªa realidad de las cosas, y a ello se debe que en este apocalipsis la ¨²ltima parte resulte la m¨¢s floja. Toda esa corte final, primitiva y sangrienta, con su maestro de ceremonias encarnado por un antiguo reportero gr¨¢fico, sus cabezas cortadas y sus pagodas sembradas de cad¨¢veres, resulta lo m¨¢s superficial de la pel¨ªcula, lo m¨¢s ambiguo, no s¨®lo desde el punto cinematogr¨¢fico, sino desde el pseudofilos¨®fico, a pesar de las vagas resonancias de un Brando que, m¨¢s all¨¢ del bien y del mal, desaf¨ªa al mundo, en tanto se complace en desde?ar a sus antiguos amos.
Babelia
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