Madrid "la nuit" un costumbrismo en decadencia
Todos los indicios se?alan una profunda decadencia de los establecimientos de ocio utilizados por los madrile?os en los ¨²ltimos cuarenta a?os. La figura del caf¨¦ de artistas, del casino, del cabaret o de la sala de fiestas se pierde en beneficio de locales t¨®picos, ¨²nicamente concebidos desde una perspectiva mercantil. A pesar de todo, no est¨¢ claro que los lugares de reuni¨®n que caracterizaron m¨¢s estrechamente la vida social madrile?a acusen un proceso irreversible de desaparici¨®n. En el siguiente reportaje se trazan cuatro apuntes sobre el pasado yel presente de cuatro de estos lugares.
Al final de los a?os cuarenta sol¨ªan cruzarse, en un lugar preciso de la Gran V¨ªa y en un momento preciso de la tarde, Manolo Mart¨ªn, el commis de la sala de fiestas, Pasapoga y el torero Nicanor Villalta. Uno volv¨ªa de sacar del tinte su chaquetilla roja para la pr¨®xima funci¨®n de gala, el otro ven¨ªa del C¨ªrculo de Bellas Artes consu traje gris de lanilla y con su largo cuello envarado, como si al final de un desplante se hubiese quedado de piedra. Como Vicente Pastor o Antonio Posada, el viejo Nicanor se hab¨ªa trasladado del redondel al c¨ªrculo, porque la ¨¦pica del toreo no puede detenerse ante la jubilaci¨®n. y est¨¢ destinada a pasar apaciblemente desde los medios hasta las tertulias. Nicanor llegaba al C¨ªrculo a la ho ra del caf¨¦, se desplazaba lenta mente hacia La Pecera, un sal¨®n acristalado del Casino, y ve¨ªa pasar por la calle de Alcal¨¢ a todas aque llas gentes que se hab¨ªan detenido unos a?os antes frente a un cartel de toros para leer su nombre. El C¨ªrculo hab¨ªa superado una ¨¦poca dif¨ªcil. Sometido a varios s¨ªndro mes de la posguerra y a distintos enflaquecimientos de ¨¢nimo se vio aquejado por una fuerte melan col¨ªa ambiental.
A pesar de todo, nunca hab¨ªa dejado de ser un mundo estratificado y singular. En la planta sexta, las modelos posaban desnudas para los aprendices de pintor, en una ¨¦poca en que las mujeres s¨®lo se atrev¨ªan a desnudarse en presencia de su m¨¦dico; rn¨¢s abajo, algunos de los clientes rri¨¢s distin guidos jugaban al tresillo, que era algo as¨ª como un bridge nacional y, entre tanto, Aurelio Rodr¨ªguez Rico hac¨ªa sus primeras series de carambolas en la sala de billares, an tes de proclamarse varias veces campe¨®n de Espa?a. Siempre estuvieron animados los salones y las barras: el paso de Ram¨®n y Cajal, Rusi?ol o Julio Camba hab¨ªa dejado en las mesas una precisa filosof¨ªa del desgaste, y, no obstante, los bordes mella dos, las quemaduras de cigarrillo y las grietas de los m¨¢rmoles nunca amenazaron de muerte al C¨ªrculo. Como m¨¢ximo, lo obligaron a esperar.
Hoy, el C¨ªrculo de Bellas Artes tiene 1.500 socios, presididos por el escultor Juan de Avalos, y sitiados por el bingo y las crisis de hidro carburos. Arriba, en la planta sexta, siguen imparti¨¦ndose clases al precio de mil pesetas mensuales, y los alumnos son, en su mayor¨ªa, japoneses. Imitan hombros y caderas a mano, se dice que con la vana esperanza de programarlas en calculadoras de bolsillo.
Las mezclas de colores se pagan en yens, pero Nicanor Villalta vuelve de cuando en cuando a ver pasar los a?os a trav¨¦s de los cristales. A la hora del bingo, junto a sus coet¨¢neos, se retira inapelablemente con el cuello estirado y la cabeza un poco ca¨ªda, como si acabase de aprobar los cursillos de estatua. Dentro, un empleado de banca ha cantado l¨ªnea, y alguien dice que los casinos madrile?os ya no son lo que eran. Lo dice en voz baja.
S¨¦samo, todav¨ªa
Antes de que Nicanor haya desaparecido Alcal¨¢ abajo, Manolo V¨¢zquez, el pianista de S¨¦samo, las cuevas de la calle del Pr¨ªncipe, pasa al interior y saluda a un conocido con un gesto breve. Como siempre, alcanza a leer el primer verso del rellano, ?Bajar a estas cuevas como el Dante?, se hace una piegunta sobre el primer infinitivo y ve, con cierta complacencia, con cierta sonrisilla de pena, el nuevo piano. El viene de la preguerra, deestrenar su zarzuela Mar¨ªa Pepa, la huertana, en Murcia, de orquestar el teatro Chueca, de tocar para Ernesto Hemingway, que le miraba a trav¨¦s de una copa de whisky o de cerveza, seg¨²n el minuto, de arrancarle una canci¨®n de cuna a Juliette Greco, cuando se dec¨ªa que S¨¦samo era una c¨¦lula existencialista, y de ver entrar, brazo con brazo, a Luis Miguel Domingu¨ªn y a Jean Cocteau. Casi todos se entreten¨ªan el leer las frases murales.
Pero, sobre todo, Manuel V¨¢zquez viene de presenciar tres ¨¦pocas. La de los artistas que buscaban un hombre, la de los estudiantes que buscaban una mujer, y ¨¦sta, que probablemente es un retorno a los or¨ªgenes. Tom¨¢s Cruz, el due?o, sigue patrocinando el Premio S¨¦samo de novela corta y, una vez, cada tres o cuatro a?os, manda borrarlo todo, de manera que s¨®lo algunas frases se salven. Ahora, Jorge Luis Borges agota la pared cuando dice, por ejemplo: ?La longevidad es una forma de insomnio?, o ?El ejercicio de las letras es misterioso; lo que opinamos es ef¨ªmero?. Como si quisiera justificar a Tom¨¢s, aunque m¨¢s all¨¢, Josep Pla contesta discretamente: ?El drama literario es siempre el mismo: es mucho m¨¢s dif¨ªcil escribir que opinar. En vista de lo cual, todo el mundo opina.? De las ¨²ltimas quemas se ha salvado el siguiente proverbio, indudablemente ¨¢rabe: ?Azota a tu mujer todas las noches, y si no sabes por qu¨¦, no te preocupes; ella lo sabe ?, y aquella de Guitry, tan alentadora: ?Un hombre inteligente se repone pronto de un fracaso. Un hombre mediocre no se repone jam¨¢s de un triunfo.? Y, sin enibargo, hay una frase nueva que confirma, mejor que ninguna otra, la buena salud de las cuevas; es una declaraci¨®n de principios de Woody Allen. ?Soy un pasado viviente?.
Se rumorea que un a?o de estos van a concederle un Premio S¨¦samo especial, porque logr¨® abrir las cuevas de un grito, y que un enterado pidi¨® un d¨ªa a Manolo, el pianista, la Para Elisa, de Juan Sebasti¨¢n Bach?, petici¨®n de la que Manolo se excus¨® diciendo: ?Los siento: yo s¨®lo me s¨¦ la de Juan Sebasti¨¢n Elcano.? Y que un d¨ªa todos los escritores que han desaparecido regresar¨¢n a brindar por aquel caballo de escayola. Un caballo alanceado que parece morir de un torneo.
Las mujeres de Alaz¨¢n
Algunos de los trasnochadores m¨¢s ilustres de los primeros a?os de S¨¦samo prefer¨ªan buscar una chica en el night-club Alaz¨¢n-encanto-y-belleza. Desde entonces, la relaci¨®n entre las chicas y los clientes siempre ha sido la misma.
-Qu¨¦ solos est¨¢is- dice una de las chicas a dos amigos que observan desde la barra.
-No: estamos acompa?ados. Uno por el otro.
-?Ten¨¦is un cigarrillo?
-Negro.
-No. Yo prefiero rubio- la chica compra una cajetilla a la cerillera y hace un gesto para que pase la cuenta a los dos amigos. Luego se?ala una mesita junto a un rinc¨®n, pide una copa y los tres se trasladan al sitio indicado. Unos minutos despu¨¦s parecen haber entrado definitivamente en conversaci¨®n.
En Alaz¨¢n, los clientes suelen tomar whisky, y las chicas, aguardiente manchado con t¨¦, o sea, lo que en argot llaman gran reserva y vale 1.500 la copa. Una vez que la chica consigue deslizar el bebedizo en un vertedero pr¨®ximo, propone champa?a, franc¨¦s, a ser posible, y habla de una amiga estupenda, a la que va a buscar en seguida. Se sirve el champa?a, las chicas tiran la espuma con un palillo: la mitad de la bebida se cae, el resto se lo beben los clientes. De pronto, la amiga estupenda propone la segunda botella.
Desde la fundaci¨®n de los cabarets de alterne, el di¨¢logo se monta siempre sobre dos prop¨®sitos inconfesados: las chicas defienden el porcentaje; los clientes, la noche buena. Se comenta que, hace unos diez a?os, uno de ellos consigui¨® llevarse a la chica por ah¨ª, pero el comentario no ha podido ser confirmado. Otros dicen que s¨®lo consigui¨® llev¨¢rsela a Pasapoga, y que se gast¨® otros 2.000 duros de entonces en champa?a.
Ahora, casi todos los clientes son extranjeros. Como anta?o, ¨²nicamente consiguen llevarse la copa.
Llev¨¢rsela a Pasapoga
Llega a Pasapoga Antonio Mart¨ªn en 1942, despu¨¦s de haberse ido a la tintorer¨ªa a media tarde. A la direcci¨®n hab¨ªa ofrecido el pase de modelos de un modista parisiense, en acto amenizado por una orquesta. Las se?oras tomaban t¨¦ y pastas, y los caballeros tomaban posici¨®n y ajustaban las hombreras de sus fraques. Antes de las diez, las se?oras se iban hasta el siguiente desfile, pero los caballeros desaparec¨ªan de madrugada. Algunos hab¨ªan pasado por Alaz¨¢n y volv¨ªan muy bien acompa?ados. Manolo se dec¨ªa que no era conveniente saludarles, a menos que la inicativa partiera de ellos. Nadie sab¨ªa a ciencia cierta cu¨¢l de las dos era la se?ora titular y cu¨¢l la suplente. A las doce llegaban los componentes del cuerpo diplom¨¢tico. Franceses, alemanes, ingleses. Sosten¨ªan el pitillo entre los dedos a la ¨²ltima moda, y aventaban la ceniza con un toque especial y parec¨ªan salidos de una vi?eta de Mandrake el mago.
Dice Daniel,Dorado, el gerente, que aquel Pasapoga, ?con sus doce camareros, doce ayudantes, botones, commis y tres ma?tre-hotel, expertos en idiomas, se?al¨® el cenit de la noche madrile?a. Ten¨ªamos siempre un ballet espa?ol, el mejor del momento, y una atracci¨®n de rango mundial. Por aqu¨ª vinieron los personajes m¨¢s altos de la vida espa?ola, salvo Franco. Vinieron, incluso, su esposa y su hija?. Manolo recuerda especialmente la llegada del rey Abdullah, de Arabia Saud¨ª. ?La polic¨ªa estuvo peinando previamente el local, buscaban bombas o se?ales de atentado. M¨¢s tarde compareci¨® ¨¦l con su s¨¦quito y con mucho boato. A los camareros nos trat¨® con gran exquisitez, aunque en aquella ¨¦poca siempre exig¨ªamos buena compostura en todos los sentidos. El portero dispon¨ªa de una docena de corbatas para proporcion¨¢rselas a quienes no trajeran, y hab¨ªa un gran respeto entre el personal. y los clientes.?
Pasapoga es hoy el mismo sitio lleno de espejos, florones barrocos, adornos de pan de oro, piezas de m¨¢rmol macizo, celos¨ªas y l¨¢mparas de pantalla roja. ?Pero desde hace cuatro a?os el p¨²blico ha cambiado. Ahora, la inseguridad hace que la gente prefiera quedarse en casa. Si esto sigue as¨ª, Pasapoga y las otras salas de fiestas van a tener que cerrar.?
Cerca de las tres de la madrugada, Manuel Mart¨ªn, actual ma?tre-hotel de Pasapoga, lee el anuncio de un espect¨¢culo sobre la entrada del local y agita tristemente la cabeza.
Y se apagan las luces alrededor del cartel donde se anuncia simplernente ?Coito colectivo?.
Nicanor Villalta llega a casa; a Manolo V¨¢zquez le han pedido hoy cinco veces Pen¨¦lope, de Serrat, y hay un cu¨¢druple choque de autom¨®viles junto a la plaza del Callao. Son las ¨²nicas pruebas de que Madrid-la-nuit no ha muerto. Todav¨ªa.
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