Antonio L¨®pez
Siete de la ma?ana, Antonio L¨®pez, luz plata en la Gran V¨ªa, el sol blanco, escuder¨ªa del alba, en los altos cristales, y el mayor pintor de Espa?a, manchego vivo, pastorcillo velazque?o, hombre de zurr¨®n angelical, cabrerillo, Kafka interior de la bondad, genio, Antonio L¨®pez, digo, pintando esos cinco minutos de luz plena y huida, m¨¢gica y fr¨ªa, cuando el sol es un golpe de gracia en el coraz¨®n del bosque de la gran calle, a esa hora desierta y desertada, y la sombra se afina profundizando la piedra hasta el origen com¨²n y m¨¢gico de la plata.Lo dicen, lo dec¨ªan los amigos, los afines, los conocedores, los de siempre, y ayer mismo me lo recordaba Andr¨¦s Trapiello, joven escritor lleno de fervores intelectuales y favores naturales:
-Creo que Anto?ito L¨®pez se instala en la isleta Alcal¨¢-Gran V¨ªa y pinta cinco minutos cada ma?ana.
Por la tarde he estado con Antonio L¨®pez en un restaurante, en su estudio, en su casa, que sigue siendo, perif¨¦rica a Madrid, una casa estable y vivible de Tomelloso, con camilla de brasero y gata amorosa:
-Ahora hace mucho fr¨ªo, pero a partir de la primavera voy casi todas las ma?anas a pintar esos cinco minutos de luz primera en la Gran V¨ªa. Mira el cuadro.
Aqu¨ª est¨¢ el cuadro, arranque en curva ascendente de la Gran V¨ªa, acera de Chicote, hasta el macizo rosa de la Telef¨®nica, una realidad hiperreal a la que s¨®lo Antonio L¨®pez, el Vel¨¢zquez de este nuevo Madrid mon¨¢rquico, pone/quita un halo l¨ªrico como nadie m¨¢s, ninguno de sus quinientos seguidores en Espa?a, como le dice Garc¨ªa Pav¨®n. Ahora mismo le dar¨ªan diez millones en Nueva York por este cuadro.
-No lo creas, Umbral, est¨¢ sin resolver, le faltan cosas.
El Kafka manchego de la pintura neovelazque?a se atormenta en la espiral de su perfecci¨®n absoluta, que a los catorce a?os pintaba panes como Zurbar¨¢n (y Picasso dibujaba ya como Rafael: el genio no se hace esperar). Ahora tengo en torno su ni?a de nueve a?os, en barro gentil y gr¨¢cil, en dibujo simplic¨ªsimamente perfecto, tengo a la ni?a misma, con cinco a?os m¨¢s, y a la otra, tengo las mozas/matronas so?adas por Anto?ito en sus vigilias de pintor de pueblo alucinado, corralones manchegos, un Tomelloso fosf¨®rico de tan real, Vallecas en un abismo amarillo de descampado y tiempo.
Pero esos cinco minutos, Antonio, esos cinco minutos que te dura la luz, cuando la hay, y que es lo que t¨² crees que aguanta el sol, pero es lo que aguanta la inspiraci¨®n, el coraz¨®n, la cabeza, la iluminaci¨®n en la sombra que quiso tener y nunca tuvo Sawa y tienes t¨², Rimbaud al rape con cara iluminada de pastor de nacimiento. Ese sol de cinco minutos que t¨² crees que da en las altas ventanas de la Gran V¨ªa, ese sol da dentro de ti, es el sol instant¨¢neo, cotidiano, inapresable, de nuestras apariciones interiores: la inspiraci¨®n dura dos folios, he escrito muchas veces, y por eso el art¨ªculo es un g¨¦nero perfecto, a la medida del hombre inspirado. El sol de esa ultraverdad que es la mentira del arte dura cinco minutos, Antonio, genio, amor, y s¨®lo da en tus vitrales interiores, en las ventanas altas, abiertas y matinales de tu alma pl¨¢stica y fan¨¢tica. Cuando Madrid est¨¢ tan erosionado de pol¨ªtica, tan horterizado de bingo y cafeter¨ªa, tan contaminado de desinformaci¨®n, crimen y smog, es importante, muy importante que Madrid se salve, como ciudad l¨ªrica, como intramadrid, gracias a este neto palurdo y exquisito de Vel¨¢zquez, c¨¢lido como un ga?¨¢n, escapadizo como un ¨¢ngel de Rilke, que se levanta a las seis de la ma?ana a Fintar Madrid, la serran¨ªa poscubista de la gran calle, como Vel¨¢zquez pint¨® la sierra azul.
Cuando medio Madrid toma el primer Metro, Ulises sindicado que acude a las sirenas de la f¨¢brica, y el otro medio duerme el primer sue?o pol¨ªtico de la anfeta y el whisky, Antonio L¨®pez, en el delta crucial de la ciudad, pinta aterido, con sus colores fr¨ªos de pintor caliente, los ¨²nicos cinco minutos de verdad y pureza que tiene Madrid en todo el d¨ªa.
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