Stalin, ese hombre
Rusia se repliega, como una tundra vertical, y pone la espalda contra la pared del viejo y duro mito: Stalin. Roma se repliega sobre s¨ª misma, expulsa a Galileo de su friso de errores y llama ante s¨ª a Hans K¨¹ng, a las cabezas visibles de la moderna teolog¨ªa de la duda. Espa?a, una Espa?a que quiere ser m¨¢s espa?ola que las dem¨¢s, se repliega contra Cuelgamuros, se hace fuerte en sus m¨¢rtires y parece dispuesta a saltar sobre la Historia. La otra tarde, unos aseados y lesivos j¨®venes cayeron contra un par de chicos que se hac¨ªan un porro en Malasa?a:-A los porreros os damos con porras.
Y le abrieron a uno la cabeza.
Los Estados Unidos ponen la espalda contra el Pent¨¢gono. Carter necesita perder la guerra incruenta del petr¨®leo para ganar la guerra electoral, arremolinando en torno de s¨ª un pa¨ªs indiferente, frente al enemigo exterior. El mundo, en fin, vuelve a ser reaccionario, dogm¨¢tico, conservador, belicoso y feo. Hay un retorno de los brujos totalitarios. Aranguren ha dicho lo contrario, con toda raz¨®n y en admirable s¨ªntesis, aqu¨ª en las p¨¢ginas amarillas:
-Asistimos a un retroceso. de las iglesias y un avance de las religiones.
Quiz¨¢ ese sea el gran movimiento general c¨®smico, pero el diagn¨®stico concreto de este momento crispado que vivimos es un avance de las iglesias pedernales , porque han presentido, como anuncia Aranguren, la rebeli¨®n de las religiones.
Stalin, ese hombre. Si Stalin resucita al tercer a?o o cuarto de la muerte de Franco, el hacha mejicana y nuclear se cierne otra vez sobre la cabeia inclinada del pensamiento revolucionario. Me lo ha dicho ayer la periodista Pilar Cernuda, en una redacci¨®n:
-Huelen a Cary Grant.
Fue un mito cinematogr¨¢fico de mi juventud y no entend¨ª el elogio.
Parece que Cary Grant lleva a?os de mascar¨®n de proa de un perfume masculino internacional. A lo que yo ol¨ªa era a Brut. Es lo malo de los ni?os de derechas revirados hacia la izquierda: que el coraz¨®n nos huele a perfume capitalista y la cabeza no puede aceptar/ asimilar la confusi¨®n Marx/Stalin en la que fuimos secretamente deseducados. Pablo Serrano, que tall¨® un Machado duro y nobil¨ªsimo, como en materia de ob¨²s, cuando el R¨¦gimen (que aquello s¨ª que era un R¨¦gimen), me env¨ªa hoy una valiosa pieza en bronce:
-Para ti, Umbral, un pan, un libro, una mesa.
Justicia, cultura, sosiego. La inteligencia e inclus¨® las intelligentzias del mundo hab¨ªan llegado casi a entenderse. El domingo le¨ª en el color¨ªn/Hermida de este peri¨®dico un soneto (mal medido, amor) de Paco Fern¨¢ndez-Ord¨®?ez. Democracia es que un ministro o ex de Hacienda haga sonetos. En la Rusia de Stalin, los sonetistas estaban en Pereldekino rimando para el frontispicio de las refiner¨ªas. Aqu¨ª, en Espa?a, los ni?os de derechas fuimos educados en el santo temor de Dios y de Stalin, con lo que el Dios/abstracci¨®n ven¨ªa a tener, en nuestras cabezas pelonas, un poco el bigote nicotinado del dictador. Sabemos, pues, lo que significa la vuelta de Stalin y, sobre todo, la vuelta de un Dios/zar, militarizado y atabacado. Lo saben los cincuenta te¨®logos espa?oles y todos los te¨®logos alemanes que se convocan en torno a K¨¹ng. Dios, ese hombre. El revival Stalin es peligroso para el equilibrio mundial del terror. Para nosotros, los ni?os de Serrano-S¨²?er condicionados contra la Rusia delenda, es el t¨²nel del tiempo.
Franco, ese hombre. Stalin, ese coco. El mundo, que hace unas semanas giraba hacia la derecha liberal, como un paso de ballet de la Paulova/Thatcher, erige ya, en Oriente y Occidente, los viejos brujos de la aldea planetaria. ?Y el olor a Cary Grant? Lo dijo Ramonc¨ªn: ?Nos destruir¨¢n como frascos de perfume.?
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.