Alfonso XIII, en El Escorial
LA SEPULTURA, en el Pante¨®n de los Reyes, de los restos mortales de Alfonso XIII, 39 a?os despu¨¦s de su fallecimiento en el exilio, simboliza la restituci¨®n a nuestra memoria hist¨®rica de uno de los m¨¢s importantes protagonistas de las tres primeras d¨¦cadas del siglo XX. Uno de los rasgos m¨¢s negativos de nuestra posguerra fue su voluntad expresa de establecer una soluci¨®n de continuidad respecto al pasado m¨¢s inmediato y de construir unos imposibles puentes sobre el vac¨ªo para empalmar con una falsificada reconstrucci¨®n, propia de las pel¨ªculas de cart¨®n-piedra de Cifesa, de los mitificados y sublimados tiempos de los Reyes Cat¨®licos y los primeros Austrias. Ese corte con el pasado, ideado para eliminar las impugnaciones contra la legitimidad del sistema franquista y para convertir fraudulentamente una cruenta y desgarradora guerra civil en una cruzada no s¨®lo inevitable, sino tambi¨¦n purificadora, ha significado para las nuevas generaciones una orfandad respecto a sus antecedentes hist¨®ricos, ha dificultado ese necesario e ininterrumpido debate que toda sociedad debe establecer sobre sus or¨ªgenes y su futuro, ha debilitado las se?as de identidad de una comunidad hist¨®rica a la que se trat¨® de imponer otras obviamente falsificadas y ha enturbiado las posibilidades de que los diversos pueblos y culturas de nuestro pa¨ªs prolongaran positivamente, en el redescubrimiento de un sentimiento aut¨¦nticamente espa?ol, su justificado rechazo de la equiparaci¨®n de Espa?a con la versi¨®n autoritaria, centralista e inquisitorial propugnada por quienes controlaban el Estado.Ni qu¨¦ decir tiene que muchas de las grandes figuras hist¨®ricas de nuestro pasado, cuya dimensi¨®n pol¨¦mica guarda relaci¨®n directa con la influencia que desempe?aron en la sociedad de su tiempo, fueron, dentro de esa l¨®gica, silenciadas, injuriadas o tergiversadas. De los tres ¨²ltimos jefes de Estado de la Espa?a anterior a la guerra civil. Manuel Aza?a. el centenario de cuyo nacimiento se cumple precisamente este a?o. sin que ninguna instituci¨®n oficial lo haya todav¨ªa recordado, ha sido probablemente la figura m¨¢s denigrada. Hace pocos meses. los restos mortales de Niceto Alcal¨¢-Zamora fueron tra¨ªdos. casi a escondidas. a recibir definitiva sepultura en tierra espa?ola. Tampoco Alfonso XIII se salv¨®. durante las ¨²ltimas d¨¦cadas, de descalificaciones injustas y de conspiraciones de silencio. Su enterramiento en el pante¨®n del monasterio del Escorial debe servir, as¨ª, tanto de homenaje a su memoria como de comienzo para esa devoluci¨®n al museo de la Historia. por encima de las pasiones y en el nivel civilizado de los juicios cruzados y las interpretaciones diversas, de los grandes hombres p¨²blicos de nuestro pasado.
Ser¨ªa deseable en cualquier caso, y altamente conveniente para nuestra paz civil y para la formaci¨®n de h¨¢bitos democr¨¢ticos, que la pol¨ªtica del d¨ªa a d¨ªa no tratara de instrumentar ese proceso general de revisi¨®n y discusi¨®n de nuestros or¨ªgenes. No se puede decir que hayamos dado demasiados pasos hacia adelante en esa direcci¨®n, cuando incluso una pel¨ªcula cuyo argumento es un error judicial cometido hace casi setenta a?os y abrumadoramente documentado es contemplada como presunto cuerpo de delito por suspicaces int¨¦rpretes que leen siempre el pasado con la falsilla del presente. La circunstancia de que se eligiera Cartagena como punto de arribo de los restos mortales de Alfonso XIII, que parti¨® para el exilio en abril de 1931 desde ese puerto, ha sido tambi¨¦n motivo para roces y tensiones que un mayor sentido de la delicadeza del Gobierno hubiera podido evitar, pero que, en cualquier caso, parecer¨ªan desproporcionados en otros pa¨ªses y en otras circunstancias.
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