Cuando los jueces pueden asociarse
El fen¨®meno asociativo llega, por fin, formalmente a la justicia, haciendo as¨ª efectivo el principio consagrado en el art¨ªculo 12 de la Constituci¨®n. Prescindiendo de cualquier consideraci¨®n acerca de la forma -cuando menos discutible- en que se ha llevado a cabo el desarrollo constitucional en este punto (limitaciones, separaci¨®n de cuerpos, etc¨¦tera), parece oportuno hacer aqu¨ª algunas consideraciones sobre el tema, nuevo entre nosotros en sus actuales perfiles.El reconocimiento a los jueces del derecho de asociaci¨®n cuenta con una vieja ejecutoria en algunos pa¨ªses, de nuestro ¨¢mbito cultural. T¨®pico (y no siempre bien entendido) es el caso. de Italia, que conoci¨® ya en 1911 el nacimiento de la Asociazione Nazionale Magistrati Italiani. Esta, tras de muchas vicisitudes, integra hoy, desde que hace pocos meses, la Unidne Magistrati Italiani -sector m¨¢s conservador, de preferente extracci¨®n jer¨¢rquica-, pidi¨® el reingreso despu¨¦s de dos d¨¦cadas de separaci¨®n, a las distintas corrientes en que se distribuyen ideol¨®gicamente los funcionarios judiciales italianos. Tambi¨¦n Francia sabe de una ¨ªntensa vida asociativa en el seno de la instituci¨®n, sobre todo a partir de la entrada en la escena, en 1968, y junto a la ya existente Unione Federale des Magistrats (hoy, Unionc Syndicale des Magistrats), del Syndicat de la Magistrature. Y lo mismo Portugal, y, m¨¢s recientemente, B¨¦lgica, han asistido a experiencias en alguna medida similares.
De todos estos movimientos, que se dan en contextos estatales actualmente reconducibles, mutatis mutandis, a un mismo modelo, cabe inducir un dato bien evidente: la situaci¨®n de crisis en que se encuentra un cierto modo de concebir la organizaci¨®n y la pr¨¢ctica de la justicia, y simult¨¢neamente, el paso de los temas con ella relacionados a constituirse, cada vez con m¨¢s frecuencia, en objeto de preocupaci¨®n para el hombre de la calle.
Es bien significativo, por otra parte, el hecho de que el juez (o un n¨²mero no desde?able de los jueces) de nuestros d¨ªas hayan pasado, de sentirse m¨ªsticamente independientes, a percibir el valor de independencia como algo a conseguir mediante el control de toda una trama de relaciones de poder. Control ¨²nicamente asequible desde una nueva dimensi¨®n auto-consciente, que exige la superaci¨®n de la dispersi¨®n y el aislamiento por parte de quienes carec¨ªan, en tanto que sujetos de una pr¨¢ctica social, de otra posible forma de ?existencia colectiva? que no fuera la del escalaf¨®n correspondiente.
Sin momentos de encuentro, de reflexi¨®n en com¨²n o de cr¨ªtica. A expensas del rumor, de la informaci¨®n de ?buena fuente? (sobre todo en materia retributiva) o del amigo del ministerio, como ¨²nica forma de ?participaci¨®n? en la elaboraci¨®n de la pol¨ªtica judicial. Ejerciendo una funci¨®n que no facilita precisamente la integraci¨®n en el medio social (o en ciertos sectores sociales al menos), llevado casi a dar culto a una imagen en la que muy pocos ciudadanos podr¨ªan reconocerse, el funcionario de la justicia se ha visto confinado en los estrechos l¨ªmites de su experiencia individual. Obligado tantas veces a vivir de palabras (eso si, con may¨²sculas) en un mundo de ?fines?, puesto que de medios no podr¨ªa hablarse...
Pues bien, de un tiempo a esta parte, los palacios de justicia han comenzado a ser (y es de suponer que asombrados) testigos de un fen¨®meno in¨¦dito: el de algunas incipientes pr¨¢cticas asamblearias en las que el ritual jer¨¢rquico va progresivamente dando paso a las formas de gesti¨®n de la democracia directa. Podr¨ªa decirse, sin exagerar, que los jueces empiezan a salir al encuentro de s¨ª mismos, a reconocerse en el debate y en la confrontaci¨®n abierta, a discrepar o a estar de acuerdo respecto de algo que pudiera ata?erles, con libertad. Y ¨¦ste es el marco en que cabe esperar el nacimiento de una nueva visi¨®n de ?lo profesional? que sea, a su vez, objeto de un nuevo tratamiento.
Porque cuando lo que se gestiona es la prestaci¨®n de un servicio p¨²blico de tanta trascendencia para la vida de la comunidad como el de que aqu¨ª se trata, la preocupaci¨®n por la calidad y el sentido de lo que se hace debe extenderse hasta donde la actividad llega. O, incluso, hasta donde no llega, aun cuando deber¨ªa llegar. Trascendiendo el estrecho l¨ªmite de los intereses de carrera o de cuerpo.
Y es aqu¨ª donde el asociacionismo judicial est¨¢ llamado a desempe?ar un papel relevante, en tanto que plataforma privilegiada para la recuperaci¨®n por los propios sujetos de una hasta ahora ajena perspectiva de la propia funci¨®n, capaz de propiciar al mismo tiempo un reencuentro de ¨¦sta con la sociedad.
La calle debe y tiene derecho a conocer lo que pasa ?de puertas adentro?, para que pueda sentirse implicada, que es tanto como decir solidaria. Tiene derecho a conocer, para responsabilizarse, todo el trayecto y el clima de gestaci¨®n y no, como hasta ahora, s¨®lo el producto final de un aparato inanimado y lejano. Y los jueces asociados har¨¢n muy bien si, perdiendo el falso pudor corporativo, que les ha hecho c¨®mplices involuntarios de sus prJopias carencias, comienzan a lavar ?en sociedad? (que es el ¨²nico terreno familiar en este caso) los trapos sucios de las miserias institucionales que tambi¨¦n ellos sufren.
Fuente de transparencia
De esta manera, el marco asociativo se constituir¨¢ en espacio de catarsis, veh¨ªculo de informaci¨®n y formaci¨®n, fuente de transparencia. La justicia tendr¨¢ una nueva proyecci¨®n en la sociedad y recibir¨¢ de ¨¦sta, a trav¨¦s de la critica, su propia imagen como en un espejo. Y sus destinatarios (mejor que justiciables) estar¨¢n en el camino que puede alg¨²n d¨ªa llevarlos a vivirla, finalmente, como experiencia propia.
Cierto que ¨¦sta, como cualquiera que valga la pena, no es labor de un d¨ªa. Cierto que no faltar¨¢ el realista de turno que, absolutizando una limitada experiencia, niegue sin m¨¢s validez a lo que se piensa en el tiempo hist¨®rico y con la confianza puesta en el esfuerzo de muchos. Por eso, y desde el conocimiento y la insatisfacci¨®n de lo que ha dado de s¨ª una a?eja realidad que todav¨ªa nos marca, es por lo que en la l¨ªnea de salida de algo que es nuevo entre nosotros, quisiera hacer desde aqu¨ª una llamada a la imaginaci¨®n y al compromiso. En la seguridad de que lo que es bueno para la democracia no puede nunca ser malo para la justicia.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.