Un poeta por rescatar
Desde 1941, fecha en la que Dionisio Ridruejo prologaba la primera edici¨®n de sus Poes¨ªas completas, durante la posguerra espa?ola, la figura de Antonio Machado se ha visto sometida a una injusta fragmentaci¨®n que, bajo el nombre de Rescate, permit¨ªa adosar su referencia a las corrientes po¨¦ticas m¨¢s contradictorias. En aquella ocasi¨®n las cosas estaban bien claras para la pluma escurialense: ?No debi¨® serlo, pero fue un enemigo. Esta confesi¨®n es preciso dejarla hecha con crudeza en este pr¨®logo ( ... ) Sin embargo, no podemos resignarnos a tener a Machado en un concepto de poeta nefando, prohibido y enemigo; por el contrarid, queremos y debemos proclamarlo -cara a la eternidad de su obra y de la vida de Espa?a- como el gran poeta de Espa?a, como el gran poeta nuestro.?El rescate de Antonio Machado, que lleva a cabo el grupo del 36, estaba en l¨ªnea del ?realismo intimista trascendente?, que defini¨® Vivanco. Con Machado, Rilke y el atormentado Unamuno, intentaron la reconciliaci¨®n de las Espa?as, haciendo suya la preocupaci¨®n nacional del 98. Pero en sus versos, es el paisaje espiritualizado y la inquietud religiosa de poemas sueltos de Campos de Castilla lo que les priva. Es al poeta de Soledades, al que rinden homenaje desde Escorial y Cuadernos Hispanoamericanos, tribunas, dentro de sus limitaciones, europeizadoras, en tiempos de autarqu¨ªa. De la mano de Machado, de uno de los Antonios Machado, se plantean la vuelta al ¨ªntimismo en unos tiempos en que la Espa?a oficial buscaba poeta ¨¦pico.
El rescate, que en torno a los cincuenta realiza la promoci¨®n ?¨¦tica?, sigue siendo parcial, aunque m¨¢s sensacionalista. No s¨®lo los airados hijos de D¨¢maso, aunados por el grito rehumanizador de Espada?a, los ant¨®logos (Ribes, por ejemplo), los te¨®ricos del g¨¦nero (Castellet), sino tambi¨¦n los escritores que en la guerra y a¨²n antes ten¨ªan claro el oficio (como Celaya, por ejemplo), posibilitan el magisterio, despu¨¦s de su muerte, del poeta sevillano, compartido el espacio de influencia con Vallejo, Neruda y Alonso, pero ubicado preferentemente.
Los poetas del realismo buscan lo popular de Campos de Castilla. El ma?ana ef¨ªmero, se le¨ªa como broche en muchos actos p¨²blicos de homenaje al poeta (del pueblo) que, adem¨¢s de ser mano viril blandiendo el verso, mor¨ªa en el exilio. Entre la rehumanizaci¨®n, ¨¦l compromiso, el amor de la patria, los poetas Gabriel Celaya, Angela Figuera, Leopoldo de Luis, Jos¨¦ Luis Cano, Blas de Otero -este ¨²ltimo incorporando a base de collages la emoci¨®n machadiana- encuentran en Machado, en este otro Machado, una cantera referente. Era el ejemplo de honestidad intelectual que ellos necesitaban. Pero, por esta raz¨®n, son m¨¢s machadianos en sus Po¨¦ticas (v¨¦ase la Consultada, por ejemplo), o sus libros de cr¨ªtica, que en la pr¨¢ctica de la poes¨ªa. Para ellos, lo machadiano era, m¨¢s que un estilo, una actitud.
La convocatoria de 1966 en Baeza, re¨²ne a las dos promociones de posguerra. La presidencia de honor, encabezada por Vicente Aleixandre, era tambi¨¦n significativa, porque sobre la promoci¨®n segunda pesar¨¢ tambi¨¦n esta presencia junto a la de Cernuda. Hasta esta fecha, considerada como final de la vigencia machadiana, muchas publicaciones hab¨ªan conmemorado el diez, el veinte, el veinticinco aniversario de su muerte, teniendo lugar en Collioure cada a?o, desde 1959, una cita devota que hasta hoy perdura. ?La juventud po¨¦tica espa?ola sigue vi¨¦ndolo como el m¨¢s grande ejemplo de honestidad intelectual?, escribe Marra L¨®pez, en 1964, desde las p¨¢ginas de Insula.
Presencia permanente
De esta segunda promoci¨®n de posguerra nos queda uno de los debates m¨¢s aclaratorios sobre la presencia po¨¦tica de Antonio Machado. Es el peso del Machado prosista, el que hace actuar con precauci¨®n a Caballero Bonald, Claudio Rodr¨ªguez, Jaime Gil de Bied¨ªna, Jos¨¦ Miguel Ull¨¢n, Francisco Brines, cuando de reconocerla se trata, aunque ellos acepten y asuman la ¨¦tica machadiana. (En este sentido, uno de los miembros de la generaci¨®n, Jos¨¦ ?ngel Valente, califica de oportunista la parcelaci¨®n hist¨®rica del escritor, reivindicando posiblemente al poeta de Soledades.)
Sin embargo, la versi¨®n de Machado en los sesenta es m¨¢s integradora y el Juan de Mairena se compagina con el poeta de la historia interior, y ah¨ª est¨¢n los libros de Angel Gonz¨¢lez, Jos¨¦ Agust¨ªn Goytisolo, Carlos Sahag¨²n y Soto Verg¨¦s. Y los de F¨¦lix Grande, el primero y el ¨²ltimo de poes¨ªa, en donde se proyectan las distintas criaturas machadianas. Tambi¨¦n est¨¢ el caso de Gloria Fuertes, para la que Machado es santo de devoci¨®n, sin m¨¢s.
El debate sobre la ausencia o presencia de Machado llega a ser confusi¨®n cuando los nov¨ªsimos se sientan al margen de Machado. El que se coloquen enfrente los j¨®venes de los setenta que promociona Castellet, es un dato que habla m¨¢s del apresuramiento que del convencimiento literario. El contrarrescate de los j¨®venes del setenta se hace en funci¨®n del fantasma ¨¦tico, cayendo en la trampa de la hipot¨¦tica sencillez de estilo de un poeta, que, como bien se?alan Bouso?o y Aurora de Albornoz, no dejaba de ser enga?oso. Y tanto los que escriben poemas de ?el pueblo con Machado? como los que se las dan de no tener en sus venas sangre jacobina, est¨¢n de nuevo transmitiendo una imagen partida del poeta.
Que yo hable hoy de rescatar a Machado, despu¨¦s de algunos sucesivos rescates a lo largo de la poes¨ªa espa?ola de posguerra, no es s¨®lo por un problema de justicia con un autor, sometido, por circunstancias muy diferentes en cada caso, a una fragmentaci¨®n falseadora. Porque en la dualidad machadiana, en el conflicto entre el sue?o y la raz¨®n, la subjetividad desbordante y el planteamiento ideol¨®gico, el protagonismo de los temas y la insistente preocupaci¨®n por el lenguaje, tiene puesta su pica una gran parte de la poes¨ªa de hoy (1).
(1) Un trabajo fundamental para un desarrollo de este tema es el libro de Jos¨¦ Olivio Jim¨¦nez, La presencia de Antonio Machado en la poes¨ªa espa?ola de posguerra, todav¨ªa in¨¦dito, anticipado en el art¨ªculo del mismo autor y t¨ªtulo en Cuadernos Hispanoamericanos, n¨²meros 304-307, 1976.
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