La hora cero de los guerrilleros
Robert Mugabe conoci¨® los resultados electorales que le proclamaban como l¨ªder indiscutible del Zimbabwe independiente rodeado, en su casa de Salisbury, de una aut¨¦ntica guardia pretoriana. Mugabe ha escapado a dos atentados contra su vida en las ¨²ltimas semanas, y la primera cuesti¨®n que plantea el para todos sorprendente resultado de las elecciones rodesianas es si este jefe guerrillero de 55 a?os va a tener la oportunidad de gobernar el pa¨ªs que tan abrumadoramente le ha elegido.El ex l¨ªder blanco Ian Smith calificaba de ?inaceptable? hace unos d¨ªas la posibilidad de un Gobierno negro dirigido por el marxista Mugabe. Smith no s¨®lo representa los intereses de la minor¨ªa blanca, que sigue controlando el aparato estatal y econ¨®mico de Rodesia, sino tambi¨¦n un punto de vista muy extendido entre las fuerzas armadas del pa¨ªs africano, que durante siete a?os han hecho una guerra particularmente cruenta contra las guerrillas que mandaban Mugabe y Nkomo.
El general Peter Walls, comandante en jefe del Ej¨¦rcito, vol¨® secretamente la semana pasada a Mozambique. Se supone que para dar seguridades al presidente Samora Machel de que sus tropas no protagonizar¨¢n una insurrecci¨®n contra el futuro poder nacionalista en Zimbabwe. Para nadie es, un secreto que Londres, organizador de las elecciones que han puesto fin de facto a su dominio colonial en Zimbabwe, prefer¨ªa ver a Mugabe fuera de juego. Una coalici¨®n del moderado Joshua Nkomo y el manejable obispo Muzorewa era la combinaci¨®n ganadora para Gran Breta?a, Estados Unidos y, sobre todo, la Rep¨²blica Surafricana.
Sur¨¢frica es la clave de b¨®veda del futuro de Rodesia y, probablemente, el pa¨ªs donde la arrolladora victoria de Mugabe ha sido recibida con m¨¢s estupor. Pretoria ha apoyado durante a?os con dinero, armas y hombres, el r¨¦gimen minoritario blanco de Ian Smith. Vorster, primero, y Botha, despu¨¦s, han jugado a fondo todas las cartas destinadas a evitar en sus fronteras un r¨¦gimen marxista y fervientemente nacionalista. Ministros y altos funcionarios de Pretoria han sugerido en los ¨²ltimos d¨ªas la posibilidad de una intervenci¨®n armada, profil¨¢ctica, si los dos 2.800.000 votantes negros rodesianos se inclinaban por lo peor. Por Mugabe.
El acceso de Mugabe al poder elimina de Africa del Sur el ¨²nico Estado que amortiguaba el aislamiento de Pretoria. Para la guerrilla de Namibia, el des¨¦rtico para¨ªso mineral que Sur¨¢frica ocupa ilegalmente, los resultados de las elecciones rodesianas suponen un estimulo formidable en su lucha por la independencia.
El general Peter Walls se ha convertido desde ayer en el hombre m¨¢s importante de Zimbabwe. Las declaraciones iniciales de Mugabe indican que Walls ser¨¢ mantenido, al menos temporalmente, al frente del Ej¨¦rcito. En Zimbabwe, o Rodes-Zimbabwe, nombre de transici¨®n, hay ahora 100.000 hombres en armas, de un total de seis millones de habitantes, entre Ej¨¦rcito regular, guerrillas y ej¨¦rcitos privados. Son demasiadas armas para un pa¨ªs que llega a la independencia tras la experiencia su? g¨¦neris de unas elecciones libres que siguen a siete a?os de guerra civil. La historia vivida por la abrumadora mayor¨ªa negra de Zimbabwe es la de 200.000 blancos manejando a su antojo los destinos de un pa¨ªs rico y grande. Es una experiencia poco propicia para reconciliaciones inmediatas.
La guerra y la subsiguiente ley marcial, los decisivos factores tribales -hasta ocho etnias diferentes-, ideol¨®gicos y personalistas han convertido Zimbabwe en un coctel explosivo. En este contexto, agravado por la vecindad surafricana, deben manejarse las promesas de tabla rasa que anoche formulaban todos los protagonistas del hist¨®rico cambio. Y en ¨¦l debe encuadrarse la explosi¨®n de libertad que sacude Zimbabwe.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.