Una alc¨¢ndara vac¨ªa
Como el Cid, otro burgal¨¦s se ha ido hoy al destierro tal vez azul de la muerte. Obligado es remontarse al origen porque F¨¦lix era ante lodo y sobre todo un maestro cetrero, es decir, que apresaba lo libre con lo encadenado. Sus pel¨ªculas, por tanto, eran sencillamente una prolongaci¨®n de ese viejo y noble arte medieval. Usaba con el mismo entusiasmo halcones y c¨¢maras. Y su lenguaje se convirti¨® en universal porque fue capaz de contagiar inquietudes que hoy muy bien cabr¨ªan denominar movimiento de opini¨®n.La vieja enfermedad nacional de la envidia no tiene ya obst¨¢culos para iniciar el reconocimiento a una labor que me atrever¨ªa a calificar de trascendental. Ya ver¨¢n ustedes c¨®mo muy pronto algunos dir¨¢n que era uno de los mejores oradores que se han conocido y un infatigable creador de la palabra y la imagen. Una figura de esas que Espa?a, sin darse cuenta, produce media docena de veces por milenio.
Somos muchos los que hoy estamos en las filas de la protecci¨®n a la naturaleza, pero hace veinte a?os F¨¦lix Rodr¨ªguez de la Fuente estaba pr¨¢cticamente solo. Le supongo ahora tranquilo comprobando la muchedumbre que ha captado su mensaje.
Alberto y Teo le acompa?an y todos sus compa?eros y amigos sabemos cu¨¢n importante fue su papel en las cien pel¨ªculas que todos hemos visto.
Deja sus retumbantes palabras, su dif¨ªcil escritura y millones de im¨¢genes... Pocas veces le cabe a un ausente forzoso dejar tantos testimonios de su paso por este mundo. Es m¨¢s: gran parte de su obra a¨²n no se conoce. Indudablemente, as¨ª no se muere, pues queda mucho de ¨¦l entre y dentro de nosotros. No hay despedida posible, sabemos que va a estar mucho tiempo de viaje, aunque ahora, como el Mio Cid, volvamos llorando la cabeza para mirar el tremendo hueco que deja. Creo sinceras mis palabras, F¨¦lix, porque no est¨¢bamos de acuerdo en tantas cosas.
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