El modelo de Estado
Mucho se habla de modelo de sociedad. Hace pocas semanas trat¨¦ de aclarar en estas mismas p¨¢ginas el car¨¢cter cambiante de la sociedad democr¨¢tica, empujada por su propio dinamismo frente al modelo r¨ªgido de la sociedad totalitaria de cualquier signo, congelada en su dogmatismo ideol¨®gico. Pienso que es no menos importante aludir a otro aspecto igualmente trascendente de nuestra vida p¨²blica, como es el modelo de Estado. Se nos dir¨¢ que ya se halla ¨¦ste, configurado en la Constituci¨®n de 1978, y que a ese patr¨®n de legalidad es preciso atenerse. Eso es cierto, pero no del todo. Muchas voces se alzan ya, propugnando abiertamente la reforma constitucional por entender que as¨ª lo exigir¨ªa la conveniencia o el mejor funcionamiento de las instituciones. Con ello se demuestra el car¨¢cter reformable de la norma jur¨ªdica suprema de nuestra convivencia p¨²blica. Y la primac¨ªa del inter¨¦s general sobre la letra escrita. Ahora ha surgido de nuevo el problema del modelo de Estado, con motivo de tres consultas electorales en torno a otros tantos territorios auton¨®micos. Entiendo que lo ocurrido revela la existencia de unas profundas corrientes de opini¨®n, que ser¨ªa descabellado ignorar o desde?ar, porque representan nada menos que una nueva concepci¨®n de la vida espa?ola y tienen a su favor el empuje juvenil y reformador de grandes masas populares.La Constituci¨®n prev¨¦ que tres regiones hist¨®ricas o nacionalidades: el Pa¨ªs Vasco, Catalu?a y Galicia, tendr¨¢n acceso a su carta de autonom¨ªa por una v¨ªa excepcional, en m¨¦rito a que ya gozaron de ese sistema de autogobierno durante la Segunda Rep¨²blica. Vasconia y Catalu?a utilizaron esa v¨ªa sin p¨¦rdida de tiempo, durante la legislatura presente, obteniendo la aprobaci¨®n de sus proyectos de Estatuto respectivos en julio y en agosto de 1979, en la Comisi¨®n Constitucional, y en la sesi¨®n plenaria del Congreso del 18 de diciembre del mismo a?o. Ahora se han celebrado las elecciones para elegir Parlamento vasco y Parlamento catal¨¢n. El resultado ha sido espectacular y arrollador. Ha triunfado, en ambas ocasiones, el nacionalismo de izquierda, sean estos vascos o catalanes. En el Parlamento vasco hay 42 diputados nacionalistas de un total de sesenta. En el Parlamento catal¨¢n hay 57 diputados nacionalistas, de 135. Los aumentos del voto nacionalista han sido en uno y otro caso espectaculares. Los hundimientos del voto centrista y socialista, en ambas ocasiones, no menos llamativos con relaci¨®n a las cifras de marzo de 1979. En Vasconia, el voto nacionalista m¨¢s radical, el de la izquierda autodeterminista, super¨®, en su conjunto, los 250.000 sufragios, porcentaje impresionante capaz de hacer reflexionar a cualquier gobernante avisado.
El caso andaluz merece un breve comentario. Tras de haber promocionado la autonom¨ªa andaluza en torno al proyecto de Carmona y de convocar el refer¨¦ndum de acuerdo con el art¨ªculo 151 de la Constituci¨®n, el partido del Gobierno dio marcha atr¨¢s y decidi¨® recomendar la abstenci¨®n en la consulta, poni¨¦ndose decididamente enfrente del prop¨®sito. Fue el primer frenazo p¨²blico al Estado de las autonom¨ªas. A pesar del enorme obst¨¢culo que representaba la hostilidad del partido oficial, el refer¨¦ndum dio un resultado favorable en seis de las ocho provincias y no alcanz¨® la cota necesaria por unos cientos o unos miles de votos en las dos restantes. Una masa de sufragios positivos desbord¨® en su conjunto global la cifra de la mitad del censo.
?,Qu¨¦ se deduce de estas tres ense?anzas? A mi parecer, que un viejo problema de nuestra historia., malentendido durante siglos, vuelve a irrumpir con la fuerza de los hechos en nuestra pol¨ªtica contempor¨¢nea. La lectura de nuestro pasado admite muchas interpretaciones y no una sola, excluyente, como algunos gustan de proclamar. Somos un conjunto de pueblos antiguos, asentados en tierras y culturas diversas, unificados en un largo esfuerzo secular por la v¨ªa de los enlaces din¨¢sticos, habitual en la Europa de los siglos medioevales hasta bien entrada la era moderna. Tuvimos anhelos comunes -la lucha contra la invasi¨®n musulmana; las guerras por el predominio europeo; la epopeya descubridora americana y oce¨¢nica; y las luchas de religi¨®n en favor del catolicismo-. En esa larga serie de episodios, la Corona fue el elemento integrador que sosten¨ªa el mosaico hispano peninsular. Hasta que las claves se fueron aflojando con el curso de los siglos y la inevitable decadencia revel¨® la precaria solidez del grandioso edificio. Surgi¨® poco a poco la insolidaridad en torno a las guerras civiles, azote de nuestra convivencia durante m¨¢s de siglo y medio. En aquellos territorios en los que se manten¨ªa fuertemente la antigua identidad peculiar, hist¨®rica o cultural, brotaron los nacionalismos. La monarqu¨ªa de Alfonso XIII y la Segunda Rep¨²blica trataron de buscarle soluci¨®n al problema, planteado ya. en t¨¦rminos insoslayables. La primera, con la reforma de la Administraci¨®n local, las mancomunidades y la vigencia de los conciertos. La segunda, con el sistema de los Estatutos de autonom¨ªa que se ensay¨® en Catalu?a, con relativo ¨¦xito, y apenas funcion¨® en Galicia y el Pa¨ªs Vasco. La Monarqu¨ªa de 1978 acogi¨® literalmente en su Constituci¨®n la f¨®rmula estatutaria, la idea de nacionalidad y el concepto de los derechos hist¨®ricos en un notable esfuerzo para la comprensi¨®n del fundamental asunto.
El voto nacionalista no es coyuntural, ni representa, como algunos suponen, un simple giro a la derecha de los electorados burgueses autonomistas, propugnando un apoyo a ese modelo de sociedad, dentro de las coordenadas vasca o catalana. El fen¨®meno es m¨¢s hondo, y cualquiera que haya presenciado estas elecciones sabe que la tensi¨®n nacionalista versaba, en la campa?a, sobre un sentimiento inconfundible de aspiraci¨®n al autogobierno, por encima de cualquier otra consideraci¨®n. En cuanto al refer¨¦ndum andaluz, nadie podr¨¢ extraer conclusiones ?derechistas? de su resultado, que fue, dejando a un lado las torpezas irritantes del procedimiento, un s¨ª rotundo de Andaluc¨ªa al autonomismo.
El modelo de Estado que exigen estos movimientos de fondo de nuestra opini¨®n requiere una meditaci¨®n abierta y desapasionada por parte de nuestros l¨ªderes
(Pasa a p¨¢gina 8)
El modelo de Estado
(Viene de p¨¢gina 7)
pol¨ªticos y de cuantos se interesan por el establecimiento de un marco suficiente y efectivo, en el que tengan cabida, democr¨¢ticamente, el mayor n¨²mero de las tendencias actuales de nuestro pa¨ªs. Es un hecho evidente la desbordante realidad de los votos populares en direcci¨®n al Estado de las autonom¨ªas llevado hasta el borde de la tendencia confederativa. El fen¨®meno, en alguna medida, volver¨¢ a producirse en ocasi¨®n de futuras consultas en Galicia o en Canarias, pongo por ejemplo. Nada ser¨ªa tan grave como suponer que el limitado sistema alternativo actual de los partidos en el Congreso . puede seguir funcionando en vac¨ªo, al margen de los escrutinios multitudinarios que lo ignoran desde la periferia nacional. Ser¨ªa dram¨¢tica esa desconexi¨®n y pondr¨ªa en tela de juicio el valor de la representatividad efectiva sobre la que se asienta, en definitiva, la credibilidad de un sistema democr¨¢tico.
?Ser¨¢n capaces los estados mayores de los partidos llamados ?estales? de percibir con sensibilidad esa exigencia? ?De comprender que no se trata de ?frenar? las autonom¨ªas, sino de utilizar la fuerza de su dinamismo popular y social para construir gradual y definitivamente un Estado democr¨¢tico en los pr¨®ximos a?os? ?O volver¨¢n a predominar los viejos prejuicios, la rutina centralista, los recelos seculares y la absurda dogm¨¢tica que identifica el jacobismo unitario de la revoluci¨®n francesa con el patriotismo espa?ol? ?Habr¨¢ audacia e imaginaci¨®n suficientes para revisar dr¨¢sticamente la propia estructura de los partidos dominantes, en la derecha y en la izquierda, y alinearlos en la gran corriente de autenticidad de las bases regionalistas?
No s¨¦ contestar a estas preguntas, pero temo que se trate de dar un quiebro para evitar un derrote, como si fuera este un toro desmandado en las calles de la ciudad. Y no es as¨ª. Aqu¨ª ha empezado una corrida aut¨¦ntica y estamos en la plaza. Aunque en los tendidos se siga hablando de f¨²tbol y citando a Granisci.
Otro aspecto es el de por qu¨¦ los nacionalismos arrastran con tal fuerza el voto popular, saltando incluso por encima de las fronteras interclasistas, como puede comprobarse en los resultados locales de zonas espec¨ªficamente definidas de Catalu?a y Vasconia. Pero ese an¨¢lisis requiere m¨¢s tiempo y espacio, pues ata?e nade menos que al liderazgo moral del entero pa¨ªs. ?Qu¨¦ se nos ofrece a los espa?oles como proyecto de vida en com¨²n? ?Cu¨¢l es nuestro horizonte? ?Cu¨¢l nuestra perspectiva? ?Con qu¨¦ viento hincharemos las velas de nuestro nav¨ªo? ?Qu¨¦ significa ser espa?ol a fines del siglo XX? La tr¨¢gica dial¨¦ctica de las dos E9pa?as parece quedar superada en el ¨¢nimo de los m¨¢s y de los mejores. Ahora es preciso. vencer la pobreza ideol¨®gica y el atraso de nuestros h¨¢bitos sociales, para lograr la modernidad de nuestro pueblo y despertar en ¨¦l la ilusi¨®n colectiva, sin la que no hay trayectoria nacional posible. Hace falta un modelo de Estado que respete los nacionalismos y los integre en una vocaci¨®n moral colectiva.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.
Archivado En
- Opini¨®n
- Constituci¨®n de las Autonom¨ªas
- Reales Decretos
- Constituci¨®n Espa?ola
- Legislaci¨®n financiera
- Pol¨ªtica financiera
- Elecciones auton¨®micas
- Estatutos Autonom¨ªa
- Estatutos
- Elecciones
- Pol¨ªtica econ¨®mica
- Parlamento
- Comunidades aut¨®nomas
- Pol¨ªtica auton¨®mica
- Pol¨ªtica bancaria
- Normativa jur¨ªdica
- Servicios bancarios
- Administraci¨®n auton¨®mica
- Legislaci¨®n
- Empresas
- Banca
- Justicia
- Finanzas
- Administraci¨®n p¨²blica
- Pol¨ªtica