Poldark regresa a la conversaci¨®n espa?ola
S¨®lo la incertidumbre, creada por el duelo Real Madrid-Real Sociedad, o viceversa, en la cabeza de la Liga futbol¨ªstica espa?ola puede competir hoy para superar el tema de Poldark, sus luchas y sus amores, en la conversaci¨®n de los espa?oles. Como ocurri¨® con Jordache y Falconetti, los espa?oles vuelven a recuperar la dicotom¨ªa bueno-malo para fijar sus conversaciones y hallar amigos y enemigos en la intimidad de sus casas, frente al ojo cicl¨®peo del televisor.
A diferencia de Jordache, el h¨¦roe bueno de Hombre rico, hombre pobre, Poldark, el de la serie olvidada y ahora resucitada, es un bondadoso de los principios de la era industrial, cuando ser humanitario significaba ser tambi¨¦n el perdedor. Como le ocurri¨® a Jordache con Falconetti, Poldark tiene su oponente, Warleggan, que es el lado malvado, capitalista, de la vida id¨ªlica de una Inglaterra que despierta entre sobresaltos industriales.As¨ª pues, en el olvido el llamado ?s¨ªndrome Falconetti?, regresa un nuevo s¨ªndrome: el de Warleggan. George Warleggan es, de nuevo, el malo necesario en nuestra existencia maniquea. Y Ross, Ross Poldark, es lo que era Rudy Jordache: una cierta nobleza por encima de una no existente santidad. Una escena, captada ayer en una cafeter¨ªa de Madrid, recogida casi magnetof¨®nicamente, revela los gestos que el regreso de Poldark produce entre los televidentes de Espa?a. Una se?ora de edad, con aires de nobleza est¨¢ndar, entr¨® mediada la ma?ana en su cafeter¨ªa de siempre, en el barrio de Salamanca, Intercambi¨¦ saludos con los camareros y camareras del local, en el nivel decib¨¦lico que da el tono de los sordos, se sent¨® en su butaca, pidi¨® su caf¨¦ y su ensaimada e inici¨® una paciente espera, hasta que minutos despu¨¦s una amiga suya irrumpi¨® en el caf¨¦ ayudada de su bast¨®n lacado en negro. Para su desgracia y la de toda la clientela que se sentaba a lo largo de la barra, la dama del bast¨®n lacado no hab¨ªa presenciado el regreso de Ross Poldark, por lo que lo que hubiera podido ser un animado di¨¢logo entre viudas prendadas de la arrogancia y buenos modos del capit¨¢n Poldark -?porque todos le llaman capit¨¢n, ?sabes??- se qued¨® en un mon¨®logo imparable de la primera, que cont¨® todo el primer cap¨ªtulo de la nueva serie. Cuando un camarero la interrumpi¨® para advertirle que tan mort¨ªfero relato pod¨ªa enterrar a todos los parroquianos, la se?ora replic¨® con un moh¨ªn de enfado: ?La t¨ªa de Poldark ten¨ªa que venir, aqu¨ª, que esa s¨ª que los entierra a todos; aunque est¨¢ paral¨ªtica hay que ver c¨®mo se entera.? Dos o tres turnos de clientes hab¨ªan circulado por la barra de la cafeter¨ªa, cuando el camarero le sugiri¨® a la dama una salida para sus entusiasmos por el capit¨¢n: ?Lo que usted se merece, se?ora, es un papel en la serie.? ?No es f¨¢cil, joven?, replic¨® la se?ora. ?El ¨²nico papel que aceptar¨ªa es el de Demelza, y esa faena no se la hago yo a esa pobre chica, que bastante tiene con esa golfa de Elizabeth?.
Lo "chic" y lo chabacano
Poldark regresa cuando los espa?oles que ven la televisi¨®n s¨®lo ten¨ªan como c¨®digo de conversaci¨®n los disparates culinarios de Ding-Dong, en los que se muestra lo chabacano y donde se ridiculiza el drama de lo cotidiano. En ese ambiente, Poldark, cuidadoso, gentil y fuerte, supone lo chic, de modo que el telespectador ya tiene los dos, lados esenciales del manique¨ªsmo que buscan en sus relaciones con el cicl¨®peo aparato. Para que su goce sea m¨¢s perfecto, en Poldark se dan los dos elementos que el sadomasoquismo del telespectador quiere. Con esta serie brit¨¢nica, pues, ha sido cubierto en la conversaci¨®n espa?ola un vac¨ªo que no hab¨ªa podido llenar ni Aldous HuxIey, con su Mundo feliz, ni Alex Halley, con el Kunta Kinte de sus Ra¨ªces.
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