El centauro, el mago y el ni?o
Seg¨²n nuestro llorado y otras veces certero Roland Barthes, lo que se le puede reprochar al mito es que ?est¨¢ hecho para m¨ª?. Para los modernos, lo que deval¨²a al mito es su apelaci¨®n desvergonzada a lo subjetivo: el cosquillear sin rebozo el anhelo secreto del yo. Los mitos no respetan la objetividad serena que refleja ese sistema semiol¨®gico primario, el lenguaje, ni la desencantada verosimilitud hist¨®rica. Son muy suyos los mitos, porque se refieren sin ambages a lo m¨¢s nuestro, es decir, a lo que todav¨ªa no tenemos. ?Ideolog¨ªa pura?, dijo Barthes, aunque era lo suficientemente perspicaz como para decirlo con cierto embarazo. Pues bien, a los que se preguntaban a qu¨¦ ven¨ªa una corrida mestiza como la de ayer, habr¨ªa podido respond¨¦rseles que se trataba de fraguar una corrida m¨ªtica, es decir, ?hecha para m¨ª?. Reunir a tres arquetipos simb¨®Iicos para ver si logramos que los toros se nos metan ?dentro? de nuevo, que no se queden siempre ?fuera?, en la objetividad intachable y bostezadora. ?Y qu¨¦ tres arquetipos! Ni Jung los podr¨ªa haber elegido mejor: el centauro, el mago y el ni?o. El centauro que no se reduce simplemente a galopar delante del toro, sino que es capaz de enfrentar toreramente a caballo y toro, de reinventar con eficacia el Guernica originario que el aburrimiento repetitivo de tantas tardes de rejones niegan; el mago capaz de ensimismar al morlaco en lo visto y no visto, mientras el p¨²blico ya no s¨®lo ve lo que merece -??para esto hemos pagado!?, gritan los que se conforman con poco-, sino aquello en lo que ya no cre¨ªa; y el ni?o sobre todo, el puer aeternus, el joven dios de nombre legendario que ha de venir a renovar lo muerto, a reverdecer lo gris, con la gracia que no pesa, pero templa y manda.Ya s¨¦, ya s¨¦ que luego el ritual en que el mito se cumple funciona a veces y a veces no. El dinero est¨¢ detr¨¢s de todo, dicen los que no han logrado aprender a nadar, pero ya saben ver debajo del agua: bueno, pues dej¨¦moslo atr¨¢s, no lo pongamos delante en forma de ?honradez? y ?estafa?. Todo tiene trampa, pero ?ay de nosotros, cuando ya ninguna trampa funcione! ?Ay del toreo sin trampa, es decir, sin mito! Cuando ya nada est¨¦ hecho para nosotros y nadie tenga ni siquiera que molestarse en enganarnos, porque vivamos al fin en la verdad objetiva, en lo que nos merecemos... Entonces entenderemos bien aquello que dec¨ªa Chamfort: ?Hay gente tan triste como si ya lo supiera todo?. Mientras, el p¨²blico, que sabe de mitos much¨ªsimo m¨¢s que el bueno de Barthes, apedrea al santo para que llueva y blasfema como otra forma fervorosa de oraci¨®n. Ayer se vio, en Las Ventas. Cuando Curro torea, abrumado por lo necesario, con el toro derrengado y el ¨¢ngel de espaldas, Curro es un sinverg¨¹enza, un bribonazo cobarde, al que no hay rollos de papel higi¨¦nico suficientes en el mundo para envolver como una momia trai dora a su promesa; pero cuando Curro pide el sobrero, ?ay!, entonces vuelve a ser el mago de lo posible, lo que viene a salvarnos y a redimirnos, el milagro en el que no creemos ni podemos dejar de esperar: ??Vete, Curro,, bandido, becerrista! ?. Pero, ??Vuelve Curro, mi arma, no nos dejes solos en la plaza con la justicia y el reglamento por toda compa?¨ªa! ?. ?Ven ustedes? Mogambo puro. Que muera lo objetivo, para que el mito siga en pie. Nos va en ello todo lo que a¨²n no tenemos y por eso vale.
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