6.000 matrimonios han solicitado adoptar ni?os pero la legislaci¨®n vigente lo dificulta
Un desfile de monjas, asistentes sociales, m¨¦dicos, abogados, polic¨ªas, secretarios generales o jueces, conforman todav¨ªa hoy los pilares de la adopci¨®n, una estructura sin delimitar, desorganizada y enclavada sobre terrenos movedizos. Estructura apuntalada por recomendaciones, favores y agradecimientos que se traducen en bastantes ocasiones a ?cheque-regalo?, subvenciones o ayudas.La Diputaci¨®n Provincial de Madrid, organismo oficial, y la Asociaci¨®n de Protecci¨®n a la Adopci¨®n, asociaci¨®n privada, que funciona con el aval de haber sido declarada ?organismo de utilidad p¨²blica?, vinculado al Tribunal Tutelar de Menores, junto con la Obra de Menores (dependiente del Ministerio de Justicia), son, en teor¨ªa, los encargados de canalizar y dar curso a las adopciones. En la pr¨¢ctica, m¨²ltiples gestiones paralelas interfieren o colaboran con ellos, apoyadas por los art¨ªculos del C¨®digo Civil referentes a la adopci¨®n (174 al 180), gracias a los cuales, cualquier abogado o persona puede tramitar expedientes de adopci¨®n. Diligencia que la ordenaci¨®n jur¨ªdica espa?ola permite siempre que se cumplan los requisitos establecidos en el C¨®digo Civil y su ordenamiento procesal.
Las dos caras de la adopci¨®n
D¨ªas atr¨¢s, M. P., una mujer de veinticuatro a?os, angustiada por el enga?o y el rechazo familiar, ingresaba para dar a luz en un centro hospitalario de la Seguridad Social. Anteriormente hab¨ªa conectado con alguien del centro, a quien expuso su decisi¨®n de no quedarse con el hijo que iba a nacer. A su vez, esa persona lo comunic¨® al jefe de servicio de maternidad, quien respondi¨®, ?que no hab¨ªa ning¨²n problema?.
A partir de aqu¨ª todo fue f¨¢cil. Una larga espera y, por fin, el parto. Fue entonces cuando M. P., casi sin atreverse a mirar, de refil¨®n, vio a la criatura y oy¨® su llanto. Ni una pregunta, ni una respuesta. Ese ser¨¢ el ¨²nico recuerdo, la ¨²nica imagen que M. P. guardar¨¢ el resto de sus d¨ªas. A la ma?ana siguiente, el ni?o ya no estaba en el centro. Para ella todo hab¨ªa terminado, s¨®lo quedaba el trabajo de olvidar aquella madrugada que se convirti¨® en madre.
En alguna otra parte de la ciudad estaba la otra pieza importante del puzzle de la historia: la pareja que recoger¨ªa a la criatura. La adopci¨®n era para esta otra mujer un buen parto, sin embarazo.
De hecho, el mayor n¨²mero de adopci¨®n se lleva a cabo a partir de los primeros d¨ªas de vida como situaci¨®n ¨®ptima. Ese ni?o tiene desde su nacimiento unos verdaderos padres que consolidan la situaci¨®n por medio de la adopci¨®n. Esta circunstancia ha dado lugar a que proliferen las adopciones de ni?os hijos de padres desconocidos, ?leg¨ªtimos o hu¨¦rfanos tramitadas con independencia de los centros oficiales.
Emilio Lav¨ªn, abogado de la diputaci¨®n y ocupado desde hace treinta a?os en la tramitaci¨®n de expedientes de adopci¨®n, se?ala como detalle significativo que desde hace cuarenta a?os, en 1973, se adoptaron 120 ni?os; en 1976 fueron 35, y en los a?os siguientes, pr¨¢cticamente ninguno. Datos que confirma (Gregorio Guijarro, fiscal del Tribunal Supremo y presidente de la Asociaci¨®n para la Adopci¨®n, experto en el tema y padre adoptivo de dos gemelas de veinte a?os.
Hay datos que chocan de frente. Por un lado, las 6.000 solicitudes que se han almacenado desde hace veinte a?os en los archivos de la diputaci¨®n. Por otro, cientos de ni?os crecen sin hogar en una ciudad escolar o en los diferentes hogares infantiles. Y, finalmente, con los centenares de adopciones que se han hecho durante estos a?os desde las diferentes cl¨ªnicas, maternidades, etc¨¦tera, y de toda la geograf¨ªa espa?ola y a trav¨¦s de? cortejo que antes se mencionaba y que una de las personas integrante y, cualificada design¨® como ?una mafia buena?. Los bondadosos din?gentes poseen listas de espera de padres adoptantes, que seleccionan: bajo su propio criterio (serio, indudablemente) y solucionan por la v¨ªa r¨¢pida la transmisi¨®n de derechos. Durante todos estos a?os, gran n¨²mero de personas de diferentes comunidades religiosas fueron los principales intermediarios entre las madres que por necesidad (o sin ella) abandonaban a sus hijos, y las parejas que con necesidad (o sin ella) quer¨ªan adoptarlos. La imagen de confidentes paternalistas les colocaba en el lugar id¨®neo para proporcionar el apoyo y la cooperaci¨®n que ambas partes necesitaban. Y el producto -el ni?o-, se daba por hecho que saldr¨ªa beneficiado. Despu¨¦s estaban los contactos (m¨¦dicos, comadronas, cl¨ªnicas, abogados, etc¨¦tera) que redondear¨ªan la labor, siempre aparentemente plausible.
La investigaci¨®n y la experiencia han quitado muchos m¨¦ritos y desmitificado a personas. Asombra la abundancia de hijos adoptivos que fueron utilizados como criados, obreros de labranza o pastores. Como sorprende igualmente la prosperidad paulatina de tantos de estos intermediarios.
En el momento actual, aunque con menos concomitancias, se siguen dando situaciones parecidas
?En cuesti¨®n de adoptantes?, apunta Gregorio Guijarro, ?un buen fichero est¨¢ en poder de sor Mar¨ªa Balbuena?. La onda de expansi¨®n que alcanza el nombre de Sor Mar¨ªa Balbuena en el ¨¢mbito de la adopci¨®n es considerable. Encargada del servicio de asistencia social y maternidad de Santa Cristina desde hace m¨¢s de doce a?os -organismo dependiente del Ministerio de Educaci¨®n-, tiene en su memoria un arsenal de historias. Todav¨ªa hoy, que ya no se dedica directamente a la adopci¨®n, sino a, trav¨¦s de Protecci¨®n, su tel¨¦fono no deja de sonar y su sala de espera est¨¢ abarrotada de personas que, con las m¨¢s diversas caracter¨ªsticas, tienen un denominador com¨²n: la adopci¨®n -en pasado, presente o futuro.
Cuenta sor Mar¨ªa, que s¨®lo en el transcurso de tres a?os tuvo m¨¢s de 3.000 peticiones adoptantes. Aunque no es partidaria de la gesti¨®n a trav¨¦s de la diputaci¨®n, debido al largo proceso que se ha seguido. Gracias a su experiencia, ella se considera una buena gu¨ªa. Conoce cada una de las complicaciones en torno al problema y posee soluciones. Procura hacer el bien y conf¨ªa s¨®lo en Dios. A veces, movida por esta buena fe, se ha visto envuelta en problemas graves.
En uno de los casos que recuerda tuvo que recurrir a un polic¨ªa -al que anteriormente hab¨ªa facilitado la adopci¨®n de un hijo- que conoc¨ªa bien su reputaci¨®n. Pero no se pudo impedir que permaneciese en la DGS y soportase, junto a dos de sus chicas, las consabidas molestias y declaraciones. La denuncia proced¨ªa de un vecino del piso donde -por falta de hogares maternales- sor Mar¨ªa ten¨ªa colocadas a dos chicas que esperaban dar a luz y, en su momento, dar el consentimiento de adopci¨®n para sus hijos. Cuando el vecino observ¨® la desaparici¨®n de los embarazos y comprob¨® la inexistencia de los beb¨¦s, su interpretaci¨®n fue que entre la due?a de la pensi¨®n y las dos chicas hab¨ªan dado muerte a las criaturas. Y sor Mar¨ªa adquiere una expresi¨®n dolida al recordar que don Gregorio (el presidente de la asociaci¨®n para la adopci¨®n) ni siquiera le prest¨® su ayuda
Bienvenida a "Tu Casa"
La hermana Pura es otra figura que brilla con luz propia. A su ?hogar maternal?, un chal¨¦ limpio y confortable en la Colonia de la Prensa, de Carabanchel Bajo, de Madrid, acuden m¨²ltiples parejas en busca de ese hijo que la naturaleza les niega. No se presta con mucho agrado a hablar con periodistas: ?Siempre rizan el rizo y acaban perjudic¨¢ndome?. Es una mujer de setenta a?os, con apariencia de diez menos, mirada de un azul p¨¢lido y un aspecto que nada tiene que ver con el de una monja.
A ?Tu Casa?, que as¨ª se llama el hogar, llegan tambi¨¦n muchas chicas con problemas, pero la hermana Pura selecciona h¨¢bilmente, tanto a unas como a otros. ?Llevo dieciocho a?os en esta labor?, apunta, ?y no me pueden enga?ar f¨¢cilmente; en minutos catalogo a una pareja o me doy cuenta de si una chica me enga?a?.
?En cuanto a los ni?os y su adopci¨®n, lo tengo todo muy claro; factura a factura, los presuntos adoptantes pagan la manutenci¨®n y la maternidad de la chica que previamente haya decidido, por las circunstancias que sean, no quedarse con su hijo. Si el parto fuera dif¨ªcil, los gastos tambi¨¦n los costearlan los adoptantes. Aconsejo a las chicas que hagan una renuncia (sobre todo si es para el extranjero), pero respeto su actitud si no lo hicieran. En cualquier caso, y para salvaguardar mi postura, me firman un papel como ?consentimiento de adopci¨®n?. Ellas tienen la seguridad de que el matrimonio seleccionado por m¨ª ser¨¢ solvente, moral y econ¨®micamente, y ese ni?o ser¨¢ feliz. Algo que siempre procuro es que la madre salga antes de la cl¨ªnica que el hijo. Cuando la chica se arrepiente y se lo quiere llevar, nunca la disuado, y los gastos tienen que cubrirse por medio de ayudas o subvenciones?.
La Casa de la Madre, que pertenec¨ªa a Auxilio Social, hoy reformada y dirigida por Gabriel CISneros, es la cl¨ªnica que la hermana Pura utiliza para sus chicas. All¨ª la conocen bien. Es a la Casa de la Madre donde tambi¨¦ii acuden las chicas del hogar de Pozuelo (esclavas de la Virgen Dolorosa), en compa?¨ªa de monjas que, como sor Ana Mar¨ªa del Moral, no se ocupan directamente de adopciones, pero que solucionar¨ªan el problema si alguna de estas chicas hubiera tomado la decisi¨®n de tbandonar a su hijo.
PROXIMO CAPITULO: Ni?os para el olvido; as¨ª se crian en las ciudades escolares.
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