Las escuelas de cuadros, "entrenamiento en el infierno"
Creada en abril del a?o pasado, la escuela ha formado a m¨¢s de 1.300 graduados y las plazas en los pr¨®ximos cursillos, hasta finales del verano, est¨¢n ya reservadas. Asisten a cada uno de estos cursos 120 alumnos, quienes abonan unos derechos de matr¨ªcula de 80.000 pesetas, aproximadamente, que casi siempre corren a cargo de la empresa que manda a sus empleados a esta peculiar instituci¨®n docente.Kazuei Someya, jefe del departamento de educaci¨®n de la escuela Kanrisha Yosei, explic¨® a EL PAIS, en su oficina de Tokio, algunas de las caracter¨ªsticas principales del sistema de ense?anza seguido en su centro de formaci¨®n de Fujinomiya, en la falda del famoso Fujiyama, a algo m¨¢s de cien kil¨®metros de la capital.
Uno de los esl¨®ganes que m¨¢s efectivo ha resultado es el que anuncia la escuela como ?trece d¨ªas de entrenamiento en el infierno?, dice sonriendo, a trav¨¦s de un int¨¦rprete, el se?or Someya. Otro anuncio que puede leerse en los folletos de propaganda promete a los alumnos nada menos que ?Cien litros de sudor y l¨¢grimas?.
La mediana y peque?a empresa, que carece de escuelas propias de formaci¨®n de cuadros intermedios, es el principal cliente de la escuela de Fujinomiya. Los resultados parecen satisfactorios porque varias compa?¨ªas han repetido la experiencia y env¨ªan nuevos grupos de empleados a los cursillos. Para formar a los futuros lugartenientes de la empresa, es otro eslogan de la instituci¨®n, hay que ense?arles lealtad y obediencia, e inculcarles esp¨ªritu de sacrificio.
La jornada de los alumnos comienza a las cuatro y media de la madrugada y acaba cerca de las nueve de la noche, con una hora para comer y otra para cenar. Gimnasia y marchas al aire libre, meditaci¨®n, c¨¢nticos y machacona repetici¨®n de algunas consignas del tipo de ?soy joven y competente? o ?ser¨¦ capaz de contribuir a la buena marcha de mi empresa?, se intercalan entre lo que podr¨ªa calificarse de clases convencionales.
Diez mandamientos
Estas clases son eminentemente pr¨¢cticas y requieren con frecuencia la participaci¨®n activa del alumno. Para perder la timidez, por ejemplo, se exige a los educandos pasar por una dura prueba: tres minutos cantando a pleno pulm¨®n y en solitario, en medio de una estaci¨®n del ferrocarril suburbano a una hora punta en la que se congregan all¨ª decenas de millares de personas.
Una asignatura especialmente importante es c¨®mo tratar a la gente, es decir, c¨®mo dirigirse a cada uno en el complicado sistema de f¨®rmulas de cortes¨ªa que tiene el idioma japon¨¦s. Otra variante se refiere al trato por tel¨¦fono, y en esta materia se explica c¨®mo dar a un comunicante que llama por primera vez una buena imagen de la compa?¨ªa.
El se?or Someya, a quien le tiene encantado el inter¨¦s que han demostrado por su escuela algunos peri¨®dicos occidentales, explica que los alumnos deben aprenderse de memoria una serie de normas de comportamiento, que se conocen como los ?diez mandamientos? del empleado.
Dec¨¢logo de la escuela de mandos intermedios
?En cuanto se te ordene algo, responde s¨ª y ponte a hacerlo inmediatamente. Debes ser obediente como un perro, inteligente como un zorro y valeroso como un le¨®n?, reza, por ejemplo, el tercero de los mandamientos de este particular dec¨¢logo.
La puntualidad absoluta, la constancia y dedicaci¨®n en el trabajo, la rapidez en cumplir la tarea encomendada por el superior son algunas de las virtudes que contiene el dec¨¢logo de la escuela de formaci¨®n de mandos intermedios de Fujinomiya. El no saberse todos y cada uno de los diez mandamientos supone un suspenso en el cursillo, claro est¨¢.
Y un suspenso equivale a una tragedia. El empleado que vuelve con calabazas de un cursillo por el que su empresa ha pagado nada menos que 240.000 yenes (80.000 pesetas) ya sabe que no tiene por delante un porvenir precisamente brillante. El porcentaje de suspendidos es, sin embargo, muy bajo, aunque, eso s¨ª, un 10% aproximadamente de los inscritos abandonan el curso por motivos de salud. Los ?trece d¨ªas en el infierno? repercuten, al parecer, sobre ¨²lceras, hipertensiones, metabolismos y anginas de pecho, lo que obliga a dejar la escuela a algunos esforzados alumnos.
Harakiri profesional
Generalmente son las empresas quienes eligen a los empleados que van a la escuela Kanrisha Yosei. Por supuesto que la decisi¨®n de asistir o no al cursillo es, en ¨²ltima instancia, del empleado. Pero una negativa a realizar un curso de formaci¨®n, para el que la compa?¨ªa ha seleccionado a unas personas concretas, equivale tambi¨¦n a hacerse el harakiri profesional.
Los alumnos deben escribir un informe diario, una copia del cual es enviada a su compa?¨ªa, mientras que los profesores de la escuela se quedan con otra. El trabajo es lo ¨²nico realmente importante repiten machaconamente los profesores, encargados, seg¨²n explica Kazuei Someya, de imbuirles de las ideas b¨¢sicas de la empresa nipona.
En realidad, la existencia misma de esta escuela de formaci¨®n profesional se debe a la ?erosi¨®n de valores? registrada en la sociedad tradicional japonesa, seg¨²n lo plantean sus creadores. Antes no hubiera hecho falta un curso para ense?ar a los mandos intermedios de una empresa cuales son sus deberes y c¨®mo debe ser su comportamiento, explican.
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