Voluptuoso desconsuelo
Siempre me ha impresionado el entusiasmo de los usuarios de la cultura occidental por la nada patente y prolongad¨ªsima agon¨ªa de ¨¦sta. Hay un regodeo en la quiebra, un l¨¢nguido j¨²bilo por estertores que se detectan o se inventan; c¨¢ncer mimado, la decadencia es consuelo de fracasados, coartada de impotentes y deliciosa angustia de menop¨¢usicas. No hay simposio cultural que no se abra con la sombr¨ªa constataci¨®n de crisis, tinieblas Y crujir de dientes y que no se cierre con amargas profec¨ªas de desplome que s¨®lo el denuedo y la abnegaci¨®n de los congresistas pueden alejar del panorama. Es admirable la prontitud y hasta el alivio con que se acogen los certificados de defunci¨®n de las entidades m¨¢s respetables de nuestro orden simb¨®lico, como el arte, la literatura, la filosof¨ªa o todo ello junto. En tales reuniones suele acerc¨¢rsele a uno alguna dama deleitablemente preocupada o alg¨²n d¨®mine barbudo que no oculta su placer ante el desastre que todos le confirman, para preguntarnos en un susurro c¨®mplice y casi pornogr¨¢fico: ??Usted cree que se trata de una Crisis del Arte o m¨¢s bien de una Crisis del Hombre? ?Se trata de la muerte de la Cultura o s¨®lo del final del Individuo? ?Podr¨ªa salvarse, ya que no la Literatura, al menos la Expresi¨®n??. Terremoto de may¨²sculas, como se ve; y luego llega el momento de buscar un culpable: ??Ser¨¢ el Mercantilismo? ?O la Burocracia? ?El Irracionalismo o el Cientifisino? Etc¨¦tera?. Y cuando uno les responde que la crisis es un invento de bribones y soci¨®logos, que siempre la hubo porque nunca la hay, que jam¨¢s las cosas pueden ir peor de lo que siempre han ido o ir¨¢n, se masca el desconcierto y la irritaci¨®n. ?Vaya, si sabr¨¢n ellos que ya no hay pintura, que la literatura ha muerto, que la cultura ya no logra m¨¢s que producir telefilmes y fasc¨ªculos! Si se les quita la voluptuosidad de su desconsuelo, ya no les queda relaci¨®n alguna con el arte. Nunca logran sentirse importantes m¨¢s que entre ruinas y depauperaci¨®n; les encanta ver a la creaci¨®n en el neumot¨®rax para as¨ª poder hacer algo por ella y de ese modo ilustrar su insignificancia con alg¨²n diagn¨®stico atroz o alg¨²n reme dio palabrero. Como ellos no saben hacer nada decente, est¨¢n convencidos de que han tenido la mala suerte de nacer en una ¨¦poca en la que ya nada se puede hacer; como no participan del movimiento de creaci¨®n, est¨¢n seguros de que ya nada se mueve. Salvan su responsabilidad individual: es la Crisis, que todo lo integra, lo paraliza, lo castra. Incluso se permiten anunciar alguna esperanza providencial, una ¨²ltima oportunidad salvadora expresada en alg¨²n manifiesto que basa su fortuna en el desconcierto que rodea su nacimiento. Y suspiran, con dolorida emoci¨®n, con arrobo melodram¨¢tico: ?qu¨¦ mal va todo!, ?qu¨¦ bien! Quien frecuenta a los cuervos de la cultura termina sabiendo m¨¢s de estremecimientos fingidos que quien va de furcias todos los s¨¢bados.No es que me disguste el pesimismo; todo lo contrario. Pero ser un aut¨¦ntico pesimista es mucho m¨¢s dif¨ªcil que ser obispo y persona decente: no he conocido en toda mi vida m¨¢s que a uno (pesimista, no obispo) que mereciera realmente el t¨ªtulo y he procurado darlo a conocer: Cior¨¢n. El pesimista sit¨²a adecuadamente el comienzo de la decadencia en el primer instante de la creaci¨®n o, mejor, en el momento en que el vicio de estropear la nada obsesion¨® a un dios aburrido o burl¨®n. Cualquier edad de oro muestra para el pesimista huellas tan claras de quiebra fraudulenta como las degradaciones que han de seguirla o los tiempos a¨²n m¨¢s m¨ªticamente felices que la preceden. Se avanza hacia lo peor, sin duda, pero desde siempre; ir de mal en peor es precisamente la definici¨®n de la historia y de la
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vida. Vistas as¨ª las cosas, la meta es el origen y la circularidad impone su giro, pues en verdad no hay momento peor que aquel en el que se comenz¨® a ir hacia lo peor, es decir: no hay momento peor que el origen. Y hacia all¨¢ volvemos, trabajosamente. Bueno, esta podr¨ªa ser la doctrina de un aut¨¦ntico pesimista; como se ve, no hay en ella lugar para perorar sobre la crisis ni para echar de menos felices tiempos pasados. Pero los voluptuosos del desconsuelo de que he hablado antes no son pesimistas, sino ex optimistas. Y guardan de su anterior condici¨®n las obnubilaciones, pero desprovistas del componente estimulante que las vigorizaba. Ilusi¨®n significa, etimol¨®gicamente, entrar en el juego (in lusio): pues bien, ¨¦stos siguen siendo ilusos, pero no saben jugar a nada, salvo a desacreditar a los juegos o a predicarlos imposibles. Juegan a no jugar.
Supongo que en muchos casos estos ex optimistas han sido v¨ªctimas de las infundad¨ªsimas esperanzas que ten¨ªan depositadas en su propia energ¨ªa. Cuando su vitalidad declina, su pulso falla, los nuevos lenguajes se les escapan, las nuevas obras les acomplejan, entonces la memoria les traiciona y se recuerdan pr¨ªncipes felices de un mundo espl¨¦ndido. Ni siquiera lo que queda como obra suya de esa ¨¦poca m¨ªtica les proporciona el adecuado ment¨ªs. Se lamentan: ?i Ay! ?Ya no hay Picasso, ya no habr¨¢ otro Sartre!?, como si su vida hubiera sido m¨¢s l¨²cida y creadora cuando a¨²n alentaban esos muertos ilustres, a los que quiz¨¢ ignoraron o de cuyo fulgor estereotipado no recibieron m¨¢s que da?o. El equivalente m¨¢s directo de estos falsos decepcionados son, como es l¨®gico, los hoy j¨®venes optimistas, iconoclastas de falsas reputaciones, de cuyo derribo esperan alimentar la suya o proclamadores de la gozosa aurora de una nueva cultura cada vez que a un amiguete se le ocurre pintarse la montura de las gafas de color malva y se inaugura con feliz consenso de p¨²blico un nuevo local nocturno. Tampoco el optimismo est¨¢ en crisis, no sobrevivir¨ªamos si lo estuviese: a unos cuantos a?os vista, la cosecha de ex optimistas est¨¢ asegurada.
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