Una cuesti¨®n pol¨ªtica
Ahora que las circunstancias han vuelto a poner de actualidad el Guernica de Pablo Picasso y que lo han hecho de nuevo por motivos pol¨ªticos, que han sido, en definitiva, los que convirtieron a esta obra en el s¨ªmbolo pl¨¢stico m¨¢s popular de nuestro siglo, no viene mal reflexionar precisamente sobre el pensamiento pol¨ªtico del pintor espa?ol. Aunque de entrada advierto, eso s¨ª, que entre los diversos testimonios que fue dejando a lo largo de su vida sobre sus convicciones c¨ªvicas, destacar¨¦ lo que me parece m¨¢s pr¨®ximo al verdadero esp¨ªritu de ¨¦stas y no aquello que se pueda aprovechar de forma partidaria. En este sentido, lo primero que conviene saber es que Picasso, durante los primeros 64 a?os de su vida, no estuvo afiliado a ning¨²n partido pol¨ªtico y que, por consiguiente, s¨®lo en la ¨²ltima etapa de su dilatada existencia, exactamente desde que finaliz¨® la segunda guerra mundial, milit¨® en el Partido Comunista franc¨¦s. Pero incluso durante este per¨ªodo final, en el que contaba con un carn¨¦ pol¨ªtico muy concreto, nadie se atrevi¨® a sobornar su proverbial independencia, como lo ha declarado en repetidas ocasiones un testigo excepcional -su amigo Pierre Daix-, que, adem¨¢s, durante los a?os cruciales, fue su enlace principal con la direcci¨®n del Partido Comunista franc¨¦s.En realidad, toda la vida y la obra de Picasso est¨¢n marcadas por ese sentido exagerado de ser y sentirse independiente, que otro gran conocedor de la psicolog¨ªa del pintor -el poeta catal¨¢n Palau i Fabre- ha definido muy bien, en base a un buen repertorio de an¨¦cdotas, como un permanente esp¨ªritu de contradicci¨®n. Nunca, por ejemplo, firm¨® manifiestos pl¨¢sticos de vanguardia e incluso dej¨® de participar en exposiciones colectivas cuando cualquier movimiento de ruptura tomaba aires escol¨¢sticos, como ocurri¨® con el cubismo, que, sin embargo, ¨¦l mismo hab¨ªa fundado. De esta misma manera, durante los a?os veinte y treinta, niega tambi¨¦n su firma a los terribles surrealistas, que, entre todos los grandes representantes de la vieja guardia vanguardista, s¨®lo a ¨¦l respetan y elogian, lo que, por otra parte, no quiere decir que Picasso no viera con simpat¨ªa y hasta con provecho personal todo lo que ¨¦stos hac¨ªan de- revolucionario. Y as¨ª ciertamente hasta su muerte.
Pero si ahora hacemos hincapi¨¦ en ello es porque creemos que esta actitud personal ha servido muchas veces, parad¨®jicamente, para sembrar confusiones interesadas, en las que ¨¦l no quiso caer, sin embargo, ni enredado por sus propias palabras. Dada su inmensa popularidad, no se puede decir, desde luego, que prodigara las declaraciones y entrevistas, pero, por ejemplo, cuando en cierta ocasi¨®n la entonces joven y prestigios¨ªsima cr¨ªtica de arte francesa Dora Vallier pretendi¨® grabar su voz en un magnet¨®fono, como previamente lo hab¨ªa hecho con Matisse, se neg¨® rotundamente. Antes, cuando el poeta vasco Juan Larrea trataba incansablemente de arrancarle su aquiescencia para las tesis pol¨¦micas que defend¨ªa en su ensayo sobre el Guernica, le cuesta bastante obtener de ¨¦l cuatro monos¨ªlabos, que posteriormente se niega a ratificar o ampliar, dejando la cuesti¨®n en la misma ambig¨¹edad del principio, que es, por otra parte, la que le corresponde a toda obra maestra, cuya rica polisemia no est¨¢ autorizado a desmentir ni su propio creador.
Simpat¨ªas anarquistas
Pero vayamos con los datos concretos en el terreno pol¨ªtico que nos interesa. Desde su juventud, en Barcelona, Picasso sinti¨® simpat¨ªas anarquistas, que reflejar¨¢ indirectamente en su obra a lo largo de sus muchos a?os de bohemia; no obstante, cuando empieza a conocer un cierto ¨¦xito y, sobre todo, a partir de su primera boda, en 1918, con la bailarina rusa Olga Klokova, de inclinaciones burguesas bastante acusadas, Picasso oscurece estos primeros s¨ªmbolos pol¨ªticos y nadie, pr¨¢cticamente hasta la guerra civil espa?ola, consigue sacarle la menor opini¨®n en este sentido. Tanto es as¨ª que lo ¨²nico que se ha conservado de entonces son testimonios indirectos tan chocantes como esa c¨¦lebre boutade -?Soy mon¨¢rquico porque en mi pa¨ªs hay monarqu¨ªa?-, que dicen que respondi¨® a alguien que le preguntaba sobre su filiaci¨®n pol¨ªtica, o esa no menos sorprendente entrevista que mantuvo en San Sebasti¨¢n con Jos¨¦ Antonio Primo de Rivera en 1934, seg¨²n afirma Gim¨¦nez Caballero. Con sus antecedentes anarquistas y su relaci¨®n amistosa posterior con los revolucionarios surrealistas, no considero serio imaginar tan siquiera a Picasso ni como remoto simpatizante de la ideolog¨ªa mon¨¢rquica o falangista, pero un silencio esquivo durante tanto tiempo, que coincide adem¨¢s con acontecimientos hist¨®ricos de gravedad como los de la ascensi¨®n del fascismo en media Europa, no puede ser involuntario.
As¨ª, en medio de esta ambig¨¹edad, que s¨®lo rompe ocasionalmente para participar en el verano de 1935 en el progresista Congreso de Escritores para la Defensa de la Cultura o para aceptar la realizaci¨®n del decorado de la obra teatral 14 de julio, de Romain Rolland, con cuya representaci¨®n se festeja el triunfo de Leon Blum en las elecciones francesas de 1936; as¨ª, en medio de esta ambig¨¹edad -decimos-, permanece Picasso hasta la rebeli¨®n militar del 18 de julio de 1936, que es cuando de verdad, no precipitadamente, pero s¨ª con firme decisi¨®n, toma partido. Se dice que, tras las primeras noticias del alzamiento, algunos intelectuales nacionalistas, quiz¨¢ Eugenio d'Ors, trataron de captarle, pero la realidad es que se fue comprometiendo m¨¢s y m¨¢s con la causa del Gobierno republicano, casi al ritmo progresivo de las contrariedades b¨¦licas de ¨¦ste. Primero acept¨® ser nombrado simb¨®licamente director del Museo del Prado; m¨¢s tarde, se le encarga, en enero de 1937, la realizaci¨®n de un mural para el pabell¨®n espa?ol de la exposici¨®n internacional que se iba a celebrar durante el verano en Par¨ªs, y responde inmediatamente con la serie de grabados Sue?o y mentira de Franco, y, meses despu¨¦s, tras el bombardeo de Guernica el 26 de abril de ese a?o, realiza en mayo el famoso lienzo monumental que conmemora la masacre de la villa vasca. Es entonces tambi¨¦n cuando, por primera vez, no duda en proclamar a los cuatro vientos sus ideas pol¨ªticas en favor del Gobierno constitucional, que no traicionar¨¢ hasta su muerte.
Lucha contra la reacci¨®n
Pues bien, a pesar de que Picasso no dud¨® en comprometerse cuando se hizo imprescindible y lo hizo hasta el final, pint¨® muy pocos cuadros expl¨ªcitamente pol¨ªticos e incluso en ellos -el Guernica o La masacre de Corea- nunca permiti¨® otra interpretaci¨®n pl¨¢stica que la de ?una lucha incesante contra la reacci¨®n y la muerte?. No se exalta en ellos ning¨²n s¨ªmbolo ni bandera pol¨ªticos, sino que se condena el absurdo horror del aplastamiento de los d¨¦biles. Picasso amaba la libertad sobre todas las cosas y, como lo atestiguan todos los que le conocieron, dese¨® fervientemente que fuera reinstaurada en su pa¨ªs natal. Conservaba en dep¨®sito el Guernica como s¨ªmbolo de esta restituci¨®n. Se ha podido discutir el lugar id¨®neo sobre su emplazamiento en Espa?a, pero nadie que no sea un imb¨¦cil o un inmoral puede negar que pertenezca al pueblo espa?ol por un derecho muy superior a los miles de variados documentos que lo acreditan. S¨¦ que ahora se discute sobre la no ideal perfecci¨®n de la actual democracia espa?ola, que, sin embargo, sienta en su parlamento al ¨²nico partido pol¨ªtico en el que milit¨® Picasso. ?No es quiz¨¢ el momento para demostrar por parte de todos esa generosidad de miras verdaderamente democr¨¢tica, porque piensa en el beneficio del pueblo espa?ol en su conjunto? ?Vamos a seguir haciendo del m¨¢s profundo grito contra la Guerra Civil -con may¨²sculas- otra guerra civil -con min¨²sculas- impregnada de mezquindad y resentimiento? Creo que la mayor¨ªa de los espa?oles dem¨®cratas no lo perdonar¨ªamos, y me atrevo a suponer, desde el conocimiento y amor por su obra, que Picasso tampoco.
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