Tortillas de tonter¨ªas
Seamos sinceros: el bal¨®n rod¨® de manera muy distinta de lo que el optimismo blanquiazul y el pesimismo colchonero hab¨ªan imaginado. En la tribuna, minutos antes de saltar los equipos al campo, los seguidores de la Real, entre ellos el intr¨¦pido Juan Alcorta (ante cuyo valor c¨ªvico, al negarse a pagar las extorsiones mafiosas que los c¨ªnicos llaman ?impuestos revolucionarios?, hay que quitarse la gorra o la boina) y los diputados donostiarras Ram¨®n J¨¢uregui y Enrique M¨²gica, acompa?ado este ¨²ltimo por dos discretos hinchas del Salamanca, nos las promet¨ªamos muy felices. Temi¨¦ndose lo peor, Juan Garc¨ªa Hortelano, una de cuyas dos pasiones inconfesables en las tardes de los domingos es agravar su re¨²ma enronqueciendo en el Manzanares, pretext¨® unas vagas gestiones urgentes de ¨ªndole pr¨¢ctica para no ser testigo del presumible Waterloo rojiblanco.El frenazo dado al Atl¨¦tico por el Almer¨ªa, la recuperaci¨®n de la Real en las ¨²ltimas semanas y los sinsabores del cl¨ªnicamente guillotinado doctor Cabeza (cuya ciclot¨ªmica secuencia de arrebatos y arrepentimientos, de locuacidades y silencios hubieran podido inspirar a Dostoievski un personaje baturro para sus novelas) parec¨ªan crear esas famosas condiciones objetivas para la victoria que suelen servir de catafalco para las grandes cat¨¢strofes.
La tarde era espl¨¦ndida, como de primavera temprana; el p¨²blico se comportaba correctamente, la Real aguantaba con serenidad (?tranquilos, tranquilos?, musitaba a mi lado Joaqu¨ªn Arango) y los colchoneros mostraban cierto nerviosismo. Pero hete aqu¨ª que el gran Arconada, al que le faltan, seg¨²n El¨ªas Querejeta, cinco cent¨ªmetros para ser un portero de ¨¦poca (y, a?ado yo, un resonante apodo), decidi¨® hacer la estatua ante un cabezazo de Arteche, malignamente desmarcado dentro del ¨¢rea por un descuido bondadoso de la defensa realista. A partir de ese gol, todo se vino abajo. Los donostiarras se desconcertaron con esa escena que no ven¨ªa en el libre to, comenzaron a equivocar las frases de r¨¦plica, perdieron el hilo del argumento y, como dice la gente de teatro, se metieron en un jard¨ªn de digresiones improvisadas y enredosas. Si Arconada hab¨ªa olvidado su papel (que le exige blocar tambi¨¦n lo imparable), ?c¨®mo pedir a los dem¨¢s que re
cordaran su parte en el di¨¢logo? Salvo algunos resplandores, dignos de Stanley Kubrick, de L¨®pez Ufarte, cuya sabidur¨ªa futbol¨ªstica produce el escalofr¨ªo de lo sobrenatural, la Real, desde ese momento, hizo unjuego a veces fluido y con buenas maneras.
Una librera de la plaza de la Constituci¨®n donostiarra, que disfruta organizando expediciones multitud¨ªnarias a sidrer¨ªas y asadores, dirigi¨® una vez a sus nutridas huestes gastron¨®micas hacia un restaurante de Zumaya. A falta de men¨² o de carta, la neska empez¨® a recitar la lista de platos disponibles: ?Tortilla de jam¨®n, de chorizo, de patatas...?. Una voz ¨ªricauta le interrumpi¨®: ??Hay tortilla de gambas??. La contestaci¨®n de la camarera fue tan displicente como certera: ?Tortillas de tonter¨ªas no tenemos?. Pero que la Real de esta Liga haga m¨¢s tortillas de tonter¨ªas que platos tradicionales o recetas de Juan Mari Arzac no significa, sin embargo, que el equipo de Ormaechea no pueda rectificar su curso y que, recurriendo si es preciso a la ayuda de la nueva cocina vasca, no podamos ganar la Copa.
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