Addy Ventura, entre Edimburgo y Villadiego
Escocia ha sido siempre el pa¨ªs de las hadas. En una de sus aldeas viv¨ªa hace varios siglos un rico labrador que, por sus muchas bondades, estaba en buenas relaciones con las hadas que habitaban en fant¨¢sticos palacios situados en la cima de las monta?as.Pero a Mu?oz Rom¨¢n y al maestro Alonso no les importaba ni poco ni mucho el cuento de las hadas escocesas. Ellos prefer¨ªan el sudor, el sabor a ajo y las rotundas palabrotas de un pueblo serrano. Por eso crearon la p¨ªcara revista musical titulada Las de Villadiego, ahora resucitada, tras cuarenta a?os de prohibici¨®n beata, en el madrile?o teatro Pr¨ªncipe.
Addy Ventura, albamente emplumada, abre el erecto f¨¦retro de las contradicciones premao¨ªstas: ?T¨² siempre dices que s¨ª, / yo digo siempre que no ... ?. La acci¨®n transcurre bajo la sombra protectora de un ayuntamiento, tierna l¨ªnea divisoria entre Villadiego y Valdeperales. Hombres y mujeres viven separados. En el primer lugar, las segundas; en el segundo lugar, los primeros. Ambos bandos est¨¢n ?esperando a ver a cu¨¢l se le arruga primero la paciencia?.
Por lo pronto, las de Villadiego gritan: ??Arriba las faldas! ?Abajo los pantalones! ?. Sin embargo, la mustia procesi¨®n va por dentro. Y hay deserciones: a la secretaria del ayuntamiento la han pillado revolc¨¢ndose con su marido en los maizales. Habr¨¢ un castigo. Pero la revista musical practica un anarquismo tan ex¨®tico que, en un abrir y cerrar de ojos, nos encontramos en Filipinas.
Tras las ondulaciones filipinas, retornamos a la salsa serrana. Los machos de Valdeperales cosen, lavan y mondan patatas. Pero sus obsesiones verdaderas las tienen en la punta de la lengua: ??Abajo! ?Arriba!, A mi novia le he visto las ligas ... ?. Para evitar visiones tales, nueva r¨¢faga de exotismo: M¨¦xico.
Las tirantes relaciones entre Villadiego y Valdeperales siguen al verde vivo. Pero todo se anima cuando llega un autocar de escocesas, capitaneadas por un profesor que busca a los ¨²ltimos representantes de las cavernas. Addy Ventura, emigrante espa?ola en Edimburgo, surge como la alumna privilegiada del equipo investigador.
Trote de blancas
Los de Villadiego piensan que un diputado caritativo ha atendido sus peticiones de carne fresca. Comienza un vendaval de equ¨ªvocos, mientras las hembras del lugar, encendidos los colores, van camino de la fuente. Fin de la primera parte.La procacidad venial se instala en el escenario de sube y baja, entre labios, estrellas y otras gaitas. Las transiciones son m¨¢s matizadas que al principio: ?Me he pillado la colaza?. Y Addy canta al instante: ?La Colasa, cuando alguien se propasa ... ?. Y reparte cerillas entre el p¨²blico. Y, si un personaje habla de cuernos, brota un florido pasodoble.
A partir de ah¨ª, el argumento no es contable, por respeto al lector que decida convertirse en espectador. Baste se?alar que, como bien se dice en el sainete, hay un accidentado y prolongado trote de blancas, aderezado de chistes, apagones, faroles y otros polvos.
Muchas ovaciones se derramaron en la sala para celebrar ese elogio postrero al aroma de andar por casa. Addy Ventura (?yo soy una mujer de pocas palabras?), agradeci¨® los aplausos. Luis Calder¨®n y Rub¨¦n Garc¨ªa tambi¨¦n fueron muy aplaudidos. Todos parec¨ªan muy felices en medio de la apoteosis final.
Babelia
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