La alta escuela de George Coleman
George Coleman, jazzman americano, actu¨® anteayer en la carpa montada en el cuartel del Conde Duque, en Madrid, en el mismo escenario en que anoche lo hizo Clark Terry. Ambos son dos significativas figuras del jazz actual norteamericano. En las habituales relaciones de grandes int¨¦rpretes del saxo tenor, George Coleman no es uno de los primeros que se mencionan. Sin embargo, basta un repaso superficial de la lista de discos hist¨®ricos para encontrar a Coleman como saxofonista ¨²nico en Seven Steps to Heaven, de Miles Davis, y Maiden Voyage, de Herbie Hancock, t¨ªtulos imprescindibles de los a?os sesenta.
George Coleman, como Junior Cook, Joe Henderson y muchos otros, es uno de esos saxofonistas con frecuencia olvidados que integran una de las m¨¢s importantes escuelas del jazz moderno, la encargada de la dif¨ªcil tarea de hacer cl¨¢sicas las innovaciones de los Coltrane y Rollins, a los que en gran manera han posibilitado. Una escuela que, entre sus muchas virtudes, ha sabido tener la no despreciable de perdurar.Desde hace m¨¢s de dos a?os, George Coleman dirige un cuarteto en el que forman m¨²sicos de procedencias distintas, que han resultado un maravilloso ejemplo de complementariedad. El pianista Hilton Ruiz es una de las revelaciones de los ¨²ltimos tiempos: hace cosas que uno s¨®lo le ha o¨ªdo hacer a Peterson y, cuando acompa?a, pone de manifiesto adecuadamente la vena latina y salsera que le corresponde como hispano de Nueva York. Herbie Lewis, al contrabajo, es un acompa?ante segur¨ªsimo, y resulta sorprendentemente percusivo en sus solos. En cuanto al bater¨ªa Billy Higgins, es una de las figuras carism¨¢ticas del jazz contempor¨¢neo, a causa tanto de su intervenci¨®n en uno de los dos cuartetos del legendario Free Jazz como de su participaci¨®n en monta?as de grabaciones sensacionales para el sello Blue Note.
George Coleman y los suyos, que ya estuvieron en Madrid hace aproximadamente un a?o, han vuelto con el p¨²blico de la capital. Entonces la sesi¨®n tuvo lugar en un club, local en principio m¨¢s adecuado, mientras que ahora se ha celebrado en la carpa montada en el patio del cuartel del Conde Duque, con ocasi¨®n de los carnavales. Poco antes del comienzo, Hilton Ruiz declaraba que era uno de los sitios m¨¢s originales en que a ¨¦l le hab¨ªa tocado actuar, pero que todo saldr¨ªa bien.
No se equivoc¨®. De un lado, la adaptabilidad del grupo; de otro, la facilidad que el p¨²blico del jazz tiene para llevar cualquier cosa a su terreno, hicieron que la sesi¨®n se desarrollara perfectamente a lo largo de m¨¢s de dos horas. El auditorio, aun en sus sectores m¨¢s decididamente carnavalescos, estuvo, por lo general, atento, se dej¨® ganar por la atm¨®sfera y dio muestras cumplidas de disfrutar con todo, lo que en realidad era f¨¢cil. En cuanto a la m¨²sica, gracias sin duda a la circunstancia de que el cuarteto se mantenga tan establemente, no se limit¨® a exhibir la intensidad, fuerza e incandescencia, que normalmente se consideran virtudes ¨²nicas y suficientes del jazz de este g¨¦nero. Los temas pod¨ªan sucederse sin interrupci¨®n mediante transiciones ingeniosas, los arreglos resultaban mucho m¨¢s complejos y elaborados de lo que en estos casos suelen ser y, en fin, todo daba una agradable impresi¨®n de coherencia, siempre bajo el control atento de Billy Higgins. Este, adem¨¢s de exhibir una capacidad impresionante de dar respuesta instant¨¢nea a cuanto inventaban sus compa?eros y, adem¨¢s de hacer unos solos concisos, variados y llenos de efectos, dio una lecci¨®n de saber escuchar.
George Coleman estuvo m¨¢s en l¨ªder en la segunda parte, compuesta ¨ªntegramente por temas de repertorio -desde el My Little Suede Shoes parkeriano hasta What a Difference a Day Makes, que nosotros conocemos mejor por Cuando vuelva a tu lado-; son¨® acusadamente a Coltrane en las baladas, y no olvid¨® las obligadas exhibiciones de. respiraci¨®n circular, ni las caracter¨ªsticas incursiones por los sobreagudos m¨¢s estratosf¨¦ricos. Son sus efectos especiales, su firma, lo que le individualiza en ese grupo de saxofonistas que a veces se ignoran y que pueden ponerse como el mejor ejemplo de lo que es el jazz de escuela.
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