La construcci¨®n de un sistema democr¨¢tico
Cuanto m¨¢s tiempo llevo dedicado al an¨¢lisis te¨®rico y a la realidad pr¨¢ctica de la pol¨ªtica m¨¢s me convenzo de que en pol¨ªtica, como en lo dem¨¢s, la realidad es la que manda. Se pueden hacer los planos de un edificio como uno quiera, pero ese es un ejercicio de escuela; los ejercicios reales han de hacerse para un terreno determinado (de roca o pantanoso), y no para exhibir una fachada, sino, precisamente, para contener la funci¨®n a la que est¨¢ destinado (militar, sanitaria, o tur¨ªstica).Lo mismo ocurre en pol¨ªtica, que tiene tambi¨¦n sus leyes de la gravedad y participa tambi¨¦n del arte arquitect¨®nico. Por algo simbolizamos Grecia en el Parten¨®n, Roma en el Capitolio, la Espa?a grande en El Escorial, Francia en Versalles, el imperio brit¨¢nico en el Almirantazgo y Estados Unidos en el monumento a Lincoln. Ya Adan Miller, el gran conservador aleman, record¨® que la pol¨ªtica no se escribe en papeles, sino en castillos y monumentos. Por eso sabemos que existieron Atenas y Roma, y no tenemos ni idea de lo que fueron Esparta o el imperio mongol.
Porque la pol¨ªtica no es pura fuerza; se puede atar con cadenas de hierro a un pueblo, pero eso no es una sociedad. M¨¢s tampoco son puras ideas ni buenos deseos: hay que asentarla sobre la realidad.
Parece incre¨ªble que hayan pasado 170 a?os desde que, en 1810, se abrieron las Cortes de C¨¢diz y que sigamos siempre tropezando en las mismas piedras. Es bien sabido que el hombre (dotado de menos instinto) es el ¨²nico animal capaz de hacerlo; m¨¢s, al parecer, los espa?oles somos m¨¢s pertinaces en determinado tipo de errores. Seguimos en el ?todo o nada?; en lugar de optar, de una vez, por el desarrollo progresivo y ordenado. Hay que enterarse de una vez de que una presa no se hace tirando toneladas de cemento a un valle, sino con un buen proyecto, una planificaci¨®n de las obras y, sobre todo, dejando fraguar bien las mezclas para que no se venga todo abajo a la primera riada. La democracia es la m¨¢s perfecta, pero tambi¨¦n la m¨¢s dif¨ªcil de las formas de gobierno, entre otras cosas porque obliga a discurrir, a escoger, a decidirse. Y del mismo modo que la primera m¨¢quina de fotograf¨ªas o el primer coche que uno use deben ser sencillos y s¨®lidos, antes de pasar a los m¨¢s sofisticados, as¨ª tambi¨¦n a la democracia verdadera y profunda se debe llegar por etapas y de suerte que cada paso garantice el siguiente, pero, sobre todo, que consolide el anterior. Lo que no se puede es empezar los edificios por el tejado, aunque ahora existen t¨¦cnicas de edificios colgantes.
Los factores reales de la sociedad
Pero en algo hay que apoyarse" por abajo o por arriba. La sociedad est¨¢ hecha de factores reales; si la mayoria no apoya, el sistema cae; es infalible. Si los peque?os, medianos o grandes empresarios no ven la posibilidad de que sus empresas funcionen y tengan un beneficio; si los trabajadores no en cuentran trabajo o temen perder el que tienen; si los j¨®venes, tras a?os de estudios prolongados, no saben qu¨¦ hacer; si los pescadores no tienen d¨®nde echar las redes, ni los agricultores d¨®nde vender sus cosechas, ?qui¨¦n va a sostener el sistema?
No podremos hacerlo, evidentemente, s¨®los, unos n¨²cleos de pol¨ªticos, intelectuales y periodistas; nos quedar¨ªamos, como suele decirse, agarrados a la brocha, sin escalera debajo. Y, para lograr lo otro, ya no basta con palabras.
No puede bastar con meras palabras, porque ya se han dicho demasiadas; y no s¨®lo en los ¨²ltimos cinco a?os, sino realmente a lo largo de m¨¢s de siglo y medio. O pasamos a las obras y al realismo, o no hay nada que hacer.
Algunos venimos dici¨¦ndolo hace tiempo, y ser¨ªa muy interesante ahora repasar el Diario de Sesiones de las Cortes Constituyentes, y lo esencial de las dos campa?as electorales, de 1977 y de 1979. Pero soy tambi¨¦n consicente de que hay muy poca utilidad y satisfacci¨®n en aquello de ?lo dije?, aunque ahora se pudieran cobrar pingues derechos de autor. De lo que se trata es de c¨®mo salimos adelante, rompiendo la menor cantidad de vidrio posible.
En primer lugar, prudencia. La prudencia es la primera de las virtudes cardinales o b¨¢sicas; en pol¨ªtica es la base de todo. Defend¨ª prudencia en la reforma; la pido ahora, igualmente, para la reforma de la reforma. Y para todo: para la defensa de la democracia, muy en particular. Recordemos el 10 de agosto de 1932 y todo lo que vino despu¨¦s.
En segundo lugar, reforma de la reforma. Hay que tener el valor de rectificar. No podemos seguir con el actual caos auton¨®mico, ni con la presente defectuosa ley electoral; ni sin clarificar la situaci¨®n interna de las empresas, ni con la ley fiscal tal cual est¨¢.
En tercer lugar, seriedad y energ¨ªa en el uso de la autoridad. No habr¨¢ ning¨²n peligr¨®, de golpes si se liquida al terrorismo separatista; pero nadie piense que si las cosas siguen como est¨¢n van a hablar solamente las metralletas de los unos y no las de los otros.
En cuarto lugar, hay que generar confianza e ilusi¨®n. Algunas actitudes de estos d¨ªas me recuerdan la historia de un guajirico cubano, que en una guerrita civil de los a?os veinte (?la Chambelona?), cuando le preguntaba una patrulla con qui¨¦n estaba, respond¨ªa sabiamente ?d¨ª tu primero?. Vivimos en plena desconfianza y desilusi¨®n; esto no puede durar.
En quinto t¨¦rmino, hay gue ensanchar la base. La base es hoy estrech¨ªsima, pol¨ªtica y socialmente. Hace muchos a?os que vengo diciendo que no se puede crear una legitimidad a base de manifestaciones; m¨¢s de una es posible, y algunos van a todas.
Quinto: levanta. Hay demasiada abstenci¨®n. No importa saber qui¨¦n empez¨®; hay que votar y participar, incluso si los partidos de hoy son imperfectos y demasiados.
Sexto: no fornicar. Me refiero a la fornicaci¨®n del esp¨ªritu, que es siempre la m¨¢s peligrosa. Somos la ¨²nica sociedad europea que usa el mismo verbo para hacer el amor y para hacer da?o. Hay que criticar menos y ayudar m¨¢s. El domingo pasado, al salir de misa, me encontr¨¦ con un anciano sacerdote, apoyado contra un poste, que evidentemente no pod¨ªa tenerse en pie; ten¨ªa un ataque card¨ªaco; nadie se le acerc¨®; cuando le cog¨ª del brazo, y le llev¨¦ a su cercana residencia, unos pasotas comentaron: ?Hoy le da por hacer obras de misericordia?. As¨ª, desde luego, no vamos a ninguna parte.
S¨¦ptimo (y aqu¨ª nos pararemos, por ahora), confiar de verdad en el pueblo. Una vez m¨¢s, en estos d¨ªas, como en todos los momentos grandes de nuestra Historia, ha sido el mejor; por lo que hizo y por lo que no hizo. Hay que ofrecerle ¨ªnformaci¨®n objetiva, cuestiones sencillas que le permitan optar, y verdadera participaci¨®n. El har¨¢ lo dem¨¢s.
Volvamos al punto de partida. Hay que edificar, y parar los derribos; hay que comentar bien, y usar la plomada; hay que tener claras las estructuras, y dejar los ornamentos para el final. A¨²n estamos a tiempo de evitar lo peor: un ensayo m¨¢s de modernizar pol¨ªtica y socialmente a nuestro pa¨ªs, abandonado antes de empezar.
Un, viejo acad¨¦mico de la Real Academia Gallega me dijo, una vez, en la plaza de Mar¨ªa Pita, de La Coru?a, que aquella enorme plaza s¨®lo se hab¨ªa llenado cuatro veces: la llen¨® Casares Quiroga, Franco, el Deportivo, tras un ¨¦xito futbol¨ªstico, y el rey Juan Carlos.
Los tres primeros s¨®lo pudieron hacerlo una vez. Y as¨ª no vale; el pueblo necesita estar convencido de modo permanente. No podr¨¢ estarlo sin obras, sin soluciones, sin realidades. ?Palabras, palabras, palabras?; no le bastan. El llamamiento de la Corona merece el respeto de todos; ahora, despu¨¦s de manifestarse, hay que actuar.
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