Lili¨¢n de Celis, patriota verbenera
La tonadillera Lili¨¢n de Celis reaparece, ataviada de antigua, en la sala, casi vac¨ªa, de Florida Park. Su m¨¢quina, si alguna vez funcion¨®, ha dejado de funcionar. Intenta imponer un tiempo que jam¨¢s existi¨®. Intenta dar gato vulgar por liebre rom¨¢ntica. Intenta hacer del lodo un polvo. Y la malicia fecundante del cupl¨¦ se convierte, en sus labios que gui?an con torpeza, en esgrima rocera.Nada de cuanto toca sobrevive: Do?a Mariquita, Flor de te, Bajo los puentes del Sena... Esos temas apolillados son dulces y elegantes picard¨ªas en otras bocas; por ejemplo, en la de Olga Ramos. Lili¨¢n de Celis parece carecer de tacto, pues soba y deja ajado cuanto interpreta, acompa?¨¢ndose de gestos m¨¢s propios de un front¨®n que de un escenario.
Tiene adem¨¢s la imperdonable p¨¦rdida del contacto con el p¨²blico. Pregunta cosas as¨ª: ??C¨®mo est¨¢n ahora de garganta??. Voces t¨ªmidas: ?Bien?. Y ella llega a la cima de su ingenio: ??Ay, qu¨¦ majos! ?. Como lo oyen, pero con m¨¢s saliva.
Gui?a y se r¨ªe ruidosamente cuando canta La chica del diecisiete. (Qui¨¦n iba a pensar que un tema tan elaborado en lo el¨ªptico podr¨ªa resolverse y agotarse con tanta indignidad y chabacano tracat¨¢? Y, al evocar Las tardes del Ritz, las plumas del marab¨² se transforman en abanico de esparto.
El maestro Garc¨ªa Morcillo, presente, aguanta con loable estoicismo la versi¨®n invasora de su Madrile?a verbenera. Siempre a la b¨²squeda de lo ingenioso, la int¨¦rprete se dice clavelera cuando clava el estoque a La violetera. Luego se autodeslumbra gritando sin micr¨®fono, como si esa carencia fuera a arreglar el turbio desatino del conjunto. Todos los males confluyen en una nueva desgarradura: ?Qui¨¦reme, / qui¨¦reme basta la locura / y as¨ª sabr¨¢s la amargura / que estoy sufriendo por ti?, No hay r¨¦plica.
Tras esta forma inconsciente de agresividad brota la forma verdaderamente consciente, cuyo problema consiste en saber hasta qu¨¦ punto acaramelado habr¨¢ acertado a educar y a mantener en estado de alarma y de disponibilidad a sus fieles. Corsaria patriota, Lili¨¢n de Celis arrebata La banderita de manos solidarias y la convierte en estandarte exclusivo de la extrema derecha. Y lo hace de manera r¨ªgida, sin los brincos de la Marujita D¨ªaz, pero exhibiendo con aspereza el saludo fascista. (Aplausos en la sala).
Luego -a buenas horas, mangas verdes- se declara ?persona pac¨ªfica por naturaleza?, y entona una balada de paz. Una paz inm¨®vil, digna de un cementerio. El relicario, un chotis y Violetas imperiales completan la faena. Es de esperar que nadie confunda este estropicio con la aut¨¦ntica canci¨®n.
Babelia
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