M¨®stoles s¨®lo dispone de un peque?o centro cultural y para mas de 150.000 habitantes
M¨®stoles, con m¨¢s de 150.000 habitantes, no cuenta con ning¨²n teatro, y la ¨²nica actividad cultural se desarrolla en la Casa de la Cultura del Ayuntamiento de la localidad. El Grupo de Teatro Experimental de M¨®stoles, con mucha m¨¢s ilusi¨®n que medios, interpreta peri¨®dicamente distintas obras, y la nueva Corporaci¨®n, con un presupuesto muy bajo, ha conseguido que unas quinientas personas diarias asistan a conferencias, aprendan a pintar, hagan fotograf¨ªas, vean cine, lean, escuchen m¨²sica, toquen la guitarra o estudien ballet.
Antonio Fern¨¢ndez, solo en el escenario, recita su mon¨®logo de angustia. Habla de terror, de injusticia, de tortura. Representa a Carlos Blanco, protagonista del drama en dos actos ?Alguien quiere escucharme? Antonio, escayolista de Badajoz, tiene, naturalmente, acento extreme?o. Pero el autor de la obra no puede notarlo. Se llama Genrikh Borovic, es ruso y no sabe castellano. Est¨¢ sentado entre los espectadores, muy p¨¢lido, muy nervioso. A su lado se sienta el chileno An¨ªbal Reyna, director del grupo y adaptador de la obra. Reyna sabe que sus actores aficionados pronuncian el castellano con muy variados acentos, pero sabe tambi¨¦n que eso importa poco.Los j¨®venes de la Escuela de Teatro Experimental Villa d e M¨®stoles son un muestrario de procedencias y quehaceres. Los hay estudiantes, delineantes, funcionarios, obreros de f¨¢brica, pintores de paredes, publicistas, pescaderos y parados. Vinieron de Badajoz, de C¨¢cerees, de Toledo, de Madrid, de Le¨®n, de Cuenca, de Sevilla. Hay incluso uno, Juan Carlos, que naci¨® en Alemania, de padres emigrantes. Pero ahora todos son mostolenses. Como lo es tambi¨¦n esa mujer joven que escucha como en trance, con un ni?o dormido en el regazo. O esos dos hombres de chaqueta ra¨ªda que hablan fuerte participando en la obra, uni¨¦ndose a la m¨²sica cuando dice: ?El pueblo, unido, jam¨¢s ser¨¢ vencido?.
No saben que liay que guardar silencio, y, por otra parte, nadie les pide que lo hagan. Es la primera vez en sus vidas que van al teatro, y aunque son ya las once de la noche se han olvidado de que ma?ana tendr¨¢n que levantarse al alba porque Madrid est¨¢ muy lejos y M¨®stoles, ya se sabe, es una ciudad-dormitorio.
Una ciudad-dormitorio sin un solo teatro para sus m¨¢s de 150.000 habitantes, sin una sola oferta de cultura. Hasta hace un a?o, cuando el Ayuntamiento democr¨¢tico tom¨® solemnemente posesi¨®n de la cerrada y abandonada Casa de la Cultura, por el expeditivo procedimiento de darle un empuj¨®n a la puerta. Ten¨ªan derecho a hacerlo porque el edificio era desde siempre propiedad municipal, aunque hasta 1977 lo hab¨ªan disfrutado los organismos de la juventud del Movimiento. El nuevo Ayuntamiento de mayor¨ªa de izquierdas, ha conseguido literaria con m¨¢s de quinientas personas diarias que escuchan conferencias, aprenden a pintar, hacen fotograf¨ªas, ven cine, leen libros en la biblioteca, escuchan m¨²sica en la fonoteca, bailan ballet, tocan la guitarra, hacen teatro.
M¨¢s locales y m¨¢s medios
En la primera fase hab¨ªa muy poca participaci¨®n, pero seguimos el m¨¦todo de hablar directamente con la gente, organizamos hasta cuarenta reuniones con distintos grupos de vecinos?, dice Paddy Ahurriada, director de los servicios culturales del Ayuntamiento, ?y ahora el problema es de crecimiento. Necesitamos m¨¢s locales y m¨¢s rnedios, porque ya empieza a haber una demanda cultural?. Juan Gallego, concejal y delegado de Cultura y Deportes, asegura que su idea es ?hacer de agitadores culturales, pues yo creo que aqu¨ª, en M¨®stoles, puede surgir una cultura muy particular?.Borovic, mientras tanto, reparte, entre aplausos, besos emocionados a los actores. Un trabajador maduro aprovecha la confusi¨®n y le abraza llorando. ?Ya est¨¢ bien, Fernando, ya est¨¢ bien?, le dice su mujer con la l¨¢grima a punto. Se brinda con buen vino de Armenia, que combina bien con los pinchos de morcilla y con las aceitunas. El autor quiere decir unas palabras. A su lado, traduciendo con perfecta soltura, la concejala Amaya Ciutat, ?Habla el ruso pr¨¢cticamente sin ning¨²n acento?, comenta Igor Kudrin, corresponsal de la televisi¨®n y la radio de la URSS. No es raro. Amaya fue una de aquellas ni?as y ni?os que, huyendo de la guerra, enviaron a Rusia.
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