El romanticismo espa?ol de Giuseppe Verdi

La 18? edici¨®n de la Temporada de Opera, que ha venido a continuar el anteriormente denominado festival, ha comenzado, con el mejor de los signos: la normalidad. Se entiende por ello un nivel medio que har¨ªa pensar, a quien no conozca nuestra circunstancia, en un teatro estable. Todo funcion¨® bien en El trovador: cantantes, coros, orquesta, direcciones esc¨¦nica y musical, lo que supuso un ¨¦xito justo y considerable.El trovador es uno, de los acercamientos verdianos al tema espa?ol, tan querido por el melodrama italiano. Sobre la adaptaci¨®n del drama de Garc¨ªa Guti¨¦rrez que, al sintetizar las cosas abulta tanto delicioso disparate, Verdi traz¨® una partitura que si no es de las mejores salidas de su pluma, s¨ª contiene hallazgos geniales, y, sobre todo, una doble l¨ªnea de vocalit¨¢ y de sustancialidad teatral absolutamente definitorias.

Hace bien Sope?a al recordar las evocaciones de Gald¨®s sobre El trovador, que, como tantas operas de su corte, practicaron una inicial y peculiar¨ªsima manera de ?teatro del absurdo?. La l¨®gica y la belleza est¨¢n a cargo de la partitura y, por lo mismo, ser¨¢ siempre acierto de un buen regista considerar las cosas dsde ese punto de vista.

Od¨®n Alonso llev¨® con naturalidad y calor -paralelos a los de la escena-, los pentagramas de Verdi, y fue capaz de unificar en un criterio, cargado de sentido, cuantos elementos constituyen la compleja trama musical oper¨ªstica. Cont¨® con un buen reparto en el que merecer¨ªan cita especial algunos cantantes, y aplauso todos ellos. Mar¨ªa Luisa Nave cant¨® e hizo una Azucena excelente, por voz, l¨ªnea, matizaci¨®n, acci¨®n y gesto. La z¨ªngara cobr¨® as¨ª todo el valor, a la vez m¨¢gico y realista, del m¨¢s fuerte, personaje de la obra. Con ella, la soprano Mar¨ªa Parazzini luci¨® poderosos medios, sobriedad expresiva y cierta desigualdad en los diferentes registros, defendida siempre por la potencia y Color de sus agudos.

Desde el punto de vista vocal, el personaje de Manrique es muy rico, pues su naturaleza va de lo m¨¢s l¨ªrico a lo heroico. La gama entera de posibilidades fue excelentemente defendida por Giuseppe Giacomini, tenor de preciosos medios, posibilidades cant¨¢biles y gran impulso. Nuestro Vicente Sardinero, de tan s¨®lida carrera internacional, dio al conde de Luna cuanto el personaje exige dentro de una medida de gran nobleza. Es un gran bar¨ªtono y domina su parte, nada f¨¢cil, como sucede a todas las de esta ¨®pera. Ferrin, Dolores Cava, Curros, Fario y Rodr¨ªguez, completaron el cast y lucieron su buena profesionalidad.

El trabajo de los coros titulares de la Zarzuela, el de los profesores de la Sinf¨®nica de RTVE, se mantuvo en ese alto nivel comentado m¨¢s arriba, para contarnos las desdichas ocasionadas por el fatum en una l¨ªnea de continuidad y con un vigor teatral verdaderamente admirables. Por lo que Od¨®n Alonso, Jos¨¦ Perera, los protagonistas vocales y cuantos intervinieron en la representaci¨®n pudieron saludar repetidas veces, al final de una excelente representaci¨®n.