La fiesta que queremos
Un regusto especial de fiesta buena dej¨® la novillada inaugural de la feria de San Isidro. Esta es la fiesta que queremos. Todo, por supuesto, podr¨ªa haber sido mejor: m¨¢s bravos los toros, m¨¢s decididos o artistas los toreros. Pero el espect¨¢culo en conjunto ya era suficiente. Es decir, que si hubo espect¨¢culo a pesar de que no se produjeron acontecimientos de relieve, parece entenderse que la fiesta puede continuar, y en alza, con afici¨®n y p¨²blico, sin necesidad de que llegue esa pareja de fen¨®menos que pongan boca abajo el cotarro.?Y cu¨¢l fue el secreto? Porque algo tuvo que suceder para que esta novillada pareciera distinta a tantos festejos del aburrimiento de muerte, incluidos los de ferias y figuras. El secreto fue que hubo lidia. Y si hubo lidia se debi¨® -salga al encerado, coja la tiza, pinte una llave, por favor-, a lo siguiente: a) los novillos ten¨ªan casta; b) la suerte de varas se hac¨ªa en regla, con caballos manejables y petos de discretas proporciones, sin fraudulentos admin¨ªculos.
Plaza de Las Ventas
Primera de feria. Novillos de Manuel Santos, encastados. Juan Mora: dos pinchazos y estocada delantera (silencio). Estocada atravesada, pinchazo, estocada, rueda de peones y descabello (silencio). Julio de Llanos: pinchazo, estocada tendida y rueda de peones (silencio). Estocada desprendida, aviso y tres descabellos (silencio). Yiyo: estocada desprendida (oreja protestada). Estocada ca¨ªda perdiendo la muleta y rueda (oreja protestada).
Alg¨²n novillo, tal que el segundo, se protest¨® por su discutible trap¨ªo, y no falt¨® del todo la raz¨®n para ello. Le insultaban: ? ?raspa, raspa! ?. Y raspa era, pese al par de viesgos con que se tapaba por delante. Y sin embargo la protesta call¨® en cuanto el novillo miseria demostr¨® qui¨¦n era. Esta comparaci¨®n me hago: van unos y le dicen al se?or bajito: ?Que t¨² te callas, que te vayas, que no eres hombre ni tienes dos bofet¨¢s?- Y va el se?or bajito, que le llama don Mariano, como est¨¢ mandado, y arrea las dos bofet¨¢s que dicen no tiene, o suelta una conferencia sobre el embrujo filosofal de la muerte huera, seg¨²n Zubiri (reconstituido), lo cual es otra forma de ser hombre, a¨²n m¨¢s noble.
As¨ª el novillo, ese y todos, del ganadero Santos. Hombre, a Zubiri no lo hab¨ªa le¨ªdo (o por lo menos la c¨¢tedra no recibi¨® pruebas fehacientes de que se lo supiera), pero las dos bofet¨¢s las pegaba, y romaneaba el caballo, y se fue arriba en banderillas, que mucho m¨¦rito tuvieron los Ortiz y Curro Alvarez al prenderle los palos ganando por un pelo la cara, y encima asom¨¢ndose al balc¨®n.
Muy justitos de tipo, de acuerdo, pero sobrados de casta. Y en su comportamiento con los caballos la reacci¨®n de la que tenemos hecha teor¨ªa seg¨²n la cual un toro, aunque bravo, quiz¨¢ parezca manso si no puede vencer la barbaridad del percher¨®n con sus petos excesivos -porque la impotencia le desmoraliza y le derrota-, mientras un toro manso puede irse arriba si comprueba que de alguna manera dan resultado sus esfuerzos de acometida contra el bulto que le hiere. Este caso se dio con espectacular evidencia en el cuarto, que al sentir el puyazo huy¨® despavorido hacia terreno de toriles, y en cambio, en cada uno de los siguientes se crec¨ªa a medida que zarandeaba al caballo.
Despu¨¦s result¨® que ese novillo med¨ªa las embestidas -problemas en el ¨²ltimo tercio- pero tal comportamiento no desdec¨ªa la casta, que exhibi¨® lo mismo que sus restantes hermanos. Los cuales, a esta condici¨®n, unieron la nobleza, que nos pareci¨® de altos vuelos en los lotes de Julio de Llanos y de Yiyo. Novillos de oreja, de triunfo grande que -este es otro cantar- no se produjo. Qu¨¦ le ¨ªbamos a hacer si el debutante Llanos no era capaz de acompasar el ritmo de su muleta a las suaves embestidas, suponemos que por falta de experiencia, pues se le vio muy verde, y sin demasiadas ganas de exponer el f¨ªsico, que hurtaba con alegre ligereza.
Yiyo, en cambio, s¨ª fue capaz, aunque en ocasiones. A sus faenas les falt¨® estructura, ligaz¨®n y tambi¨¦n temple en varios de sus pasajes. Pero hab¨ªa cierta vitola en su toreo y, cuando consegu¨ªa relajarse, el muletazo le sal¨ªa impecable de t¨¦cnica y armonioso.
De cualquier forma, la clase de los novillos ped¨ªa, en justa correspondencia, m¨¢s arte y hasta m¨¢s oficio en un torero placeado como es Yiyo. Las orejas que le regal¨® el presidente estaban fuera de lugar, y la salida a hombros por la puerta grande no dej¨® de ser un disparate.
Ver¨®nicas de empaque -dos por el derecho, verdaderamente exquisitas- instrument¨® Juan Mora a su primero, y en la faena de muleta tuvo destellos, que se apagaron porque no pod¨ªa con la casta del animal. En el dif¨ªcil cuarto le faltaron recursos para resolver los problemas, lo cual no tiene importancia. En un novillero, no. La fiesta que queremos admite perfectamente la inexperiencia, la impericia y hasta el fracaso. Pero siempre que haya toros con casta.
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