El apellido
Pese a su infinita paciencia pedag¨®gica, Domingo Domingu¨ªn sol¨ªa irritarse con sus disc¨ªpulos -el primero de la clase era siempre Ignacio Aldecoa- cuando farfull¨¢bamos alguna que otra reticencia contra los gimn¨¢sticos lidiadores de la casa y expres¨¢bamos imprudentes entusiasmos por los toreros de sol y moscas, casi todos procedentes del sur de Despe?aperros. S¨®lo el agotamiento de las reservas alcoh¨®licas ablandaba la ortodoxia toledana de Domingo y su esp¨ªritu de militancia mesetaria y dejaba entrever su admirativa nostalgia por el arte de Pepe Luis.Ayer, en Las Ventas. la presencia de Curro V¨¢zquez, vinculado familiarmente a la memoria de Domingo, me trajo el recuerdo de sus prodigiosas cuatro novilladas en Vista Alegre, que hicieron creer a unos que hab¨ªa nacido un nuevo mes¨ªas, y equivocarse a otros, al suponer que era hijo o sobrino de Pepe Luis o de Manolo V¨¢zquez. Su precipitada alternativa en 1969, en la que fue cogido de gravedad. seguramente fue la causante de que aquellas esperanzas no llegaran a cumplirse. Sin embargo, nadie puede negarle la posibilidad de regresar a sus or¨ªgenes a quien demostr¨® alguna vez casta de torero.
Junto a este V¨¢zquez autodidacta hicieron el pase¨ªllo otros V¨¢zquez claramente din¨¢sticos. No me siento con fuerzas para enjuiciar imparcialmente a Pepe Luis hijo, ni para bien ni para mal. He de confesar que los momentos m¨¢s felices que he pasado en una plaza de toros se los debo al V¨¢zquez ausente, al Pepe Luis de mi afici¨®n adolescente, situado en mi memoria por encima incluso del Ronde?o y de Camino, y no hace falta ser Sigmund Freud para adivinar la losa que debe representar para el muchacho ser hijo de tal padre. Pero s¨ª puedo, en cambio, echar un cuarto a espadas en la conocida querella de los antiguos y los modernos y poner por testigo a Manolo V¨¢zquez de que hubo un tiempo, no tan Iejano, en el que habla toreros de cuerpo entero, capaces a la vez de lidiar y de poner la carne de gallina en el tercio de quites y con la muleta. Porque Manolo V¨¢zquez no es un torero viejo, sino un torero antiguo, o sea, un torero.
Por lo dem¨¢s, la invalidez del cuarto toro, y el mal juego de casi todos los restantes, justific¨® a esos tremebundos toristas, que hacen cada vez menos respetable al p¨²blico de Las Ventas, para vociferar hasta enronquecer de rabia. No vendr¨ªa mal que los puestos de venta ambulantes en los d¨ªas de corrida ofrecieran tambi¨¦n tapones de cera para los o¨ªdos, a fin de evitar el riesgo de sorderas traum¨¢ticas. Empiezo a sospechar que esos energ¨²menos, m¨¢s que madrile?os, son romanos; pero romanos imperiales, de los que cuenta la leyenda que atestaban los circos para contemplar c¨®mo las fieras. devoraban a los seguidores de Pedro. S¨®lo la Constituci¨®n y el C¨®digo Penal podr¨¢n evitar que un a?o de estos alguna pe?a de gritones le erija a Chopera la organizaci¨®n de festejos, cuyo n¨²mero central sea la suelta de leones a un ruedo ocupado por una procesi¨®n de cristianos encabezada por Lavilla, Alvarez de Miranda o Herrero de Mi?¨®n.
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