La gran provocaci¨®n
En este espect¨¢culo todo est¨¢ reglamentado, desde las caracter¨ªsticas del toro hasta las posiciones en el ruedo, y si no tambi¨¦n las moscas que pueden picar en el sol, es porque a¨²n no ha dado tiempo de abordar la materia. En la reforma del reglamento se har¨¢. Lo que ya no est¨¢ reglamentado es qui¨¦n le pone las peras a cuarto al presidente cuando, en manifestaci¨®n de incompetencia, produce la gran provocaci¨®n al p¨²blico.El presidente, que tiene poderes omn¨ªmodos para hacer cumplir el reglamento, para interpretarlo y para salt¨¢rselo a la torera siempre que le viene en gana, goza de impunidad absoluta y puede permitirse el lujo de permanecer en su palco tan serrano, mientras una multitud alborotada le increpa, a las se?oras les dan desmayos y los de la andanada entran en furor crepuscular y est¨¢n a punto de quemarse a lo bonzo, a causa de la lamentable, absoluta y evidente invalidez del toro.
Plaza de Las Ventas
D¨¦cima de feria. Cuatro toros de S¨¢nchez Dalp, y los dos ¨²ltimos, de Manolo Gonz¨¢lez, con romana, desiguales de presentaci¨®n, flojos, e inv¨¢lido el cuarto, que provoc¨® gran esc¨¢ndalo. Manolo V¨¢zquez: Bajonazo y cuatro descabellos (ovaci¨®n y salida a los medios). Dos pinchazos y se acuesta el toro (silencio). Curro V¨¢zquez: Media pescuecera y tres descabellos (bronca). Dos pinchazos, media, rueda de peones y tres descabellos (silencio). Pepe Luiz V¨¢zquez, que conf irm¨® la alternativa: Estocada (palmas y pitos). Media atravesada, rueda y tres descabellos (protestas). Lleno. Presidi¨® el comisario Blasco.
El presidente de ayer a alguien tendr¨¢ que explicar por qu¨¦ mantuvo ese cuarto impresentable e inv¨¢lido en el ruedo. No basta que lo haya dicho en casa a la hora de cenar. El presidente tiene una responsabilidad de primer orden en el espect¨¢culo y medios para que sus decisiones se cumplan a rajatabla. Unos medios incluso excesivos pues hasta puede ir a la c¨¢rcel el torero, de oro o de plata, que d¨¦ un mal paso en contra de lo legalizado. Pero tiene adem¨¢s una responsabilidad inducida, pues cuanto sucede en cada corrida se refleja en la marcha de la fiesta, y un esc¨¢ndalo de las proporciones que provoc¨® con su inhibici¨®n, por a?adidura con la televisi¨®n en directo, la toca de ala en el momento m¨¢s peligroso de su historia contempor¨¢nea; precisamente ahora que la oportunidad del resurgimiento, quiz¨¢ la ¨²ltima, da sus postreras boqueadas.
La corrida tuvo el defecto de presentaci¨®n de que ven¨ªa en escalera, con un mastodonte al lado de un zapato, y el m¨¢s grave de, que, atacada de kilos, sufr¨ªa asfixia. El encaste de las divisas S¨¢nchez Daip-Manolo Gonz¨¢lez (en el fondo son lo mismo) tiene una configuraci¨®n de toro recortado, bonito en conjunto, sin demasiado peso, y as¨ª hay que lidiarlos. Lo que no se puede hacer de ninguna manera es sacar un producto artificial para Madrid, simplemente porque aqu¨ª el p¨²blico se fija mucho en el trap¨ªo. Los toros valen o no valen. Traerlos disfrazados es poner los mejores medios para que se hunda el espect¨¢culo.
Los toreros quieren ganader¨ªas que ellos llaman de garant¨ªa; es decir, de las pastue?as, sin casta excesiva, que les permita hacer ese toreo reposado y de arte que tanto gusta a todos. La pretensi¨®n no es censurable, pero el empresario que la acepte debe tomar en consideraci¨®n otras garant¨ªas, que son sagradas, porque pertenecen al p¨²blico, y a ¨¦ste le asiste todo el derecho de que los toros sean aptos para la lidia.
El alivio a¨²n tendr¨ªa una justificaci¨®n para estos diestros veteranos que reaparecen. Su torer¨ªa es la inyecci¨®n necesaria a todo el actual escalaf¨®n de matadores, que tan escaso anda de ella. Naturalmente que por esto hay que pagar un precio, pues no se puede exigir a se?ores con medio siglo a cuestas que salgan todas las tardes a echarse a los leones, y encima crear arte. El precio ser¨ªa un alivio moderado, y as¨ª podr¨ªamos ver, como en Manolo V¨¢zquez ayer, esos lances suaves y mandones para fijar al toro, esas ver¨®nicas pura delicia, esos naturales de suerte cargada o de frente, la impecable colocaci¨®n, la naturalidad, ese andarle a las reses con marchoser¨ªa, Manolo V¨¢zquez en el ejemplar que pudo lidiar (el otro era el inv¨¢lido absoluto), estuvo sobre todo muy torero.
Pepe Luis ha de pensar, en cambio, que a¨²n est¨¢ al principio del camino, y no le basta con los cr¨¦ditos de arte, que indudablemente posee. Su obligaci¨®n es justificarse en Madrid y con el toro. Quiz¨¢ el p¨²blico estuvo injusto en el de la alternativa, pues era obligado que rectificar¨¢ cuando se le paraba debajo de la barriga, y no se lo perdonaban. Sin embargo el otro, de condici¨®n manejable, no se acopl¨®, ni encontr¨® las distancias, ni templ¨® un s¨®lo muletazo. Para decirlo de una vez, estuvo fatal. Y no hay justificaci¨®n. Ni siquiera la tiene en la alteraci¨®n nerviosa que le pudo producir la acritud del p¨²blico. El torero, si lo es de verdad, ha de superar con entereza estos ambientes.
Al otro V¨¢zquez, Curro, le correspondieron toros con problemillas, y no se confi¨® con ellos. Tampoco ten¨ªa su tarde, qu¨¦ le vamos a hacer. Los curros son muy suyos.
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